QUEMAR LOS DÍAS

Qué asco de Metro

¿Qué haría esa chica, pensé, si le tocara la lotería?

Bajé en la parada de Plaza de Cuba, con la idea de llegar, como de costumbre, hasta el trabajo andando. El vagón iba atestado, y al salir yo entraban dos adolescentes. «Qué asco de Metro —le dijo una a la otra—. Qué pena que no ... me toque la lotería». Mientras caminaba hacia la salida de la estación, las dos frases de la chica resonaban en mi cabeza. ¿Qué haría esa chica, pensé, si le tocara la lotería? ¿Preferiría comprarse un coche para chuparse todos los días una hora de atasco? ¿O quizá optaría, como su seguro idolatrada Taylor Swift, por hacer todos los trayectos en un yet privado?

Viajar en el Metro de Sevilla resulta muchas veces incómodo, especialmente a determinadas horas. Existe, es evidente, un problema de saturación. Pero al mismo tiempo, es un regalo. Como en ese célebre cartel que todavía resiste en algunos bares donde intentan que el cliente comprenda lo mucho que recibe a cambio de una mera consumición (buena conversación, música ambiente, acceso a los aseos, descanso), un viaje en Metro proporciona no solo la posibilidad de llegar al centro de Sevilla de forma barata y sencilla, sino que es un carnaval de estímulos. La mera observación del paisanaje, las conversaciones, las interacciones de los pasajeros en sus móviles que uno atisba de soslayo —me confieso cotilla irredento—, cuando no la mera posibilidad de leer un libro o disfrutar de música en los auriculares, son pequeños obsequios que alimentan la mañana tanto o más que el propio desayuno. Tengo constancia, sin embargo, de sevillanos que en su vida han cogido el Metro. Muchos no lo necesitan, pero otros, sencillamente, sienten aversión por desplazarse como si fueran despreciable ganado.

Para conocer una ciudad hay que acceder a sus entrañas. Y las entrañas de cualquier urbe, en sentido estricto, son sus transportes metropolitanos. En Londres, el prestigio turístico lo tienen los autobuses rojos de dos plantas, pero no hay ningún paisaje que refleje mejor la realidad cosmopolita e interracial de metrópolis londinense que su alambicada red subterránea, en realidad un Londres duplicado.

En la reciente presentación de un informe elaborado por Sevilla City One, el presidente de la Diputación, Javier Fernández, defendió un concepto que provocó mi adhesión inmediata: el de ciudadano metropolitano. Es lo que soy, lo que me considero: un ciudadano de Sevilla que entiende Sevilla de un modo generoso, mucho más amplio y abierto que lo que abarca el término municipal. Nada hay más metropolitano que el metro, que no por capricho se llama justo así, metropolitano. Una lotería, un regalo para los que nos consideramos ciudadanos metropolitanos, a los que no pocos de la Sevilla más rancia y clasista consideran ganado. Bendita humanidad metropolitana.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Bienal
Dos años por 19,99€
220€ 19,99€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
3 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 3 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios