LA ALBERCA
Los silencios de Pamplona
El toreo sevillano ha conquistado callada y lentamente el imperio del ruido y la velocidad
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónDice Chapu Apaolaza que la mejor descripción de una corrida en los Sanfermines se la hizo un sevillano: «Aquí se descubre una nueva civilización equivocada». El silencio de la Maestranza es exactamente la antípoda de la charanga pamplonesa, que acabó apartando de los carteles al ... Faraón. «Me dolía mucho la cabeza». La explicación más profunda de este radical antagonismo es la de Espartaco: «Las dos plazas con más personalidad del mundo son la de Sevilla y la de Pamplona. En la Maestranza, el torero tiene que convertir el silencio en algarabía; en San Fermín, tiene que convertir la algarabía en silencio». Amén. La literatura de Hemingway ha metido el inglés en la barra del Fitero para pedir un pincho de chistorra y un clarete con gas. Y las peñas abertzales, algunas antitaurinas que van a ponerse de espaldas en la andanada, han colado el euskera en los cánticos al santo y en el bacalao al ajoarriero. Pero en realidad en Pamplona se habla el mismo idioma que en Sevilla. Por ejemplo, los navarros llaman curva a la esquina de dos calles totalmente perpendiculares, Mercaderes y Estafeta. Y aquí llamamos plaza a la Campana. No es tan difícil adaptarse a la civilización del pañuelo colorado si se buscan las similitudes taurinas. Las gastronómicas no existen. Una jornada pamplonesa tiene desayuno para el encierro, caldito posterior, almuercico con callos y vino con gas a las diez de la mañana con la cuadrilla, el vermú con pincho a las doce, la comida con pochas y chuletón, la merienda del tercer toro de la tarde y la cena con morros. Dieta equilibrada. El verdadero riesgo lo asume el estómago, no el corredor. Pero en el maremágnum de la plaza existen conexiones invisibles. Lo juro.
Este año han triunfado Morante, Pepe Moral, Borja Jiménez y Pablo Aguado. El toreo sevillano ha llegado calladamente al epicentro del terremoto de los trombones para pasarse despacio por la cintura los toros que compiten por llegar más rápido cada mañana desde el chupinazo a los toriles. El silencio le ha ganado al ruido. La lentitud ha vencido a la velocidad. Los que están de espaldas se han tenido que dar la vuelta. Esa es exactamente la grandeza de la tauromaquia. A Dios se llega por cualquier parte. A los toros también. El tendido de Pamplona es un cuadro expresionista blanco y rojo que se pone a chillar 'La chica yeyé' mientras Morante le baja la mano al toro y el volumen a la masa o mientras Aguado, habiendo perdido las orejas, acaricia al jandilla en las mulillas para reconocerle su categoría. Es verdad que la espada es su perdición, pero sus naturales son nuestra salvación. Y si un interminable trincherazo apaga una trompeta, un tambor navarrico invita a mirar con más concentración una verónica.
Chapu vomita antes de correr la cuesta de Santo Domingo con la manada olisqueando sus tobillos. Un respeto. No hay una civilización equivocada en el barullo, que es sólo el envés del silencio. Y una moneda vale lo mismo por la cara que por la cruz. La única diferencia es que en Sevilla hay que ir a los toros con abanico y en Pamplona con sal de frutas.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete