LA TERCERA

Un señor de Guadalajara

«Si la intimidación que suponen los lectores habituales tiene, al menos, la justificación de que es ejercida por quien se lo ha ganado, las redes sociales alumbraron un nuevo tipo de amenaza: la censura del 'no lector'»

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Luis Enríquez

El lector. Ocho letras que, escritas por ese orden, aterrorizan antes de llegar a la t. Y no hablo de quien lee o tiene el hábito de leer como dice la RAE en su primera acepción. En esta Tercera me voy a referir a un ... tipo concreto de lector: el de medios de información. Si uno tuviera que establecer un perfil general de manera intuitiva, sería el de un ciudadano más o menos culto que se preocupa por conocer todas las vertientes de la actualidad diaria con la voluntad de formarse una conciencia crítica. Hasta aquí bien, ¿no? El lector, como se puede deducir del perfil antes establecido, es exigente, lo cual es condición necesaria para que los medios eleven su nivel hasta alcanzar la excelencia. También es individual, ya que no parece que el hábito de la lectura de información (u opinión) se dé en grupos de feligreses como sucede con las Sagradas Escrituras en los templos o con los profanos manifiestos en los sindicatos. Pero el lector, por culto, por informado, por preocupado, también suele tener sus propios principios, sus propios gustos y, claro, su propio posicionamiento ideológico. El lector elige de manera individual un medio que ofrezca información convenientemente actualizada y suficientemente profunda, un conjunto de articulistas que desplieguen un estilo literario de su gusto y una sección de opinión que le ayude a estructurar de manera sólida las ideas políticas, religiosas, culturales o deportivas que ya traía de casa. No es frecuente el lector que quiere ser desafiado, que busca ser agitado en sus prejuicios, que quiere ser incomodado y que está dispuesto a cambiar de opinión. Y, aun individuo, autónomo en su elección diaria, el lector se incorpora a una comunidad de iguales de los que no sabe el nombre ni ha visto una sola vez en su vida.

Para un medio, esa comunidad es su razón de existir. Primero porque la talla de la cabecera la da su influencia y ésta se mide en lectores. Y segundo porque sus posibilidades de supervivencia dependen de su cuenta de resultados cuyos ingresos provienen de las suscripciones (lectores) y de la publicidad (lectores). Algunos medios emplean tiempo y recursos en conocer de manera fehaciente pero muy limitada el 'perfil tipo' de su lector pero la gran mayoría funciona con un estereotipo intuido que es más fantasmagórico e inamovible cuanto más antiguo es el medio. «Eso no lo va a entender el lector» es una psicofonía que se escucha en las reuniones de cierre de cualquier medio del mundo. Un responsable editorial tiene que sentirse muy fuerte y muy respaldado para que la respuesta no sea «al diablo con incomodar al lector», «que venga otro que lo haga pensar» o «demos al lector lo que espera de nosotros».

Gay Talese, que a sus 90 años algo sabe de esto, me explicó el pasado septiembre que el buen periodismo debía ser obstinado, desafiante, enfadado, pervertido y opositor y que un buen periodista debe luchar contra aquellos que lo acusan de traidor, injusto, contrario al interés de los lectores o al interés nacional. En su respuesta a la psicofonía, Talese también mandaba al infierno pero en su caso era al interés nacional: «Los periodistas deben actuar como pilotos kamikaze». Dejo a su criterio, querido lector, cuál de los dos modelos le parece más conveniente.

Pero el lector no sólo intimida agrupado en masa estereotipada. En 1919, Julio Camba escribió una columna en 'El Sol' titulada 'Los admiradores son un peligro' con el siguiente subtítulo: 'De cómo un cronista puede volverse idiota'. El periodista gallego se lamentaba de la recepción de una carta de un lector de Guadalajara: «Soy su mayor admirador y me he suscrito a 'El Sol' con el único objeto de leer sus artículos». A partir de aquella carta, Camba ya no pudo elegir tema para su columna sin preguntarse si sería del agrado del señor de Guadalajara: «Temo siempre desilusionar a mi admirador. Tal párrafo que acabo de escribir creo que le parecerá vulgar, y lo borro. Pongo en tensión todos mis nervios hasta que se me ocurre una cosa más fina, y entonces me asalta un pensamiento terrible: ¿entenderá esto mi admirador?».

Las nuevas tecnologías digitales facilitaron el envío de las opiniones de los lectores a los articulistas. Las cartas con remitente y sello fueron sustituidas por comentarios de los lectores en la web. David Gistau, de la misma estirpe que Camba, se lamentó en su columna 'Neutral corner' en el número de XL Semanal del 16 de noviembre de 2014 de la aparición de un lector que, a pesar de insultarlo sin piedad diariamente, se convirtió en su obsesión cada vez que se sentaba al teclado de su portátil en el VIPS: «Espero que mi insultador comprenda la responsabilidad que ha contraído, porque sin él sentiría que escribo en vano para la indiferencia, como un profeta loco de Sunset Boulevard».

Pero, si la intimidación que suponen los lectores habituales tiene, al menos, la justificación de que es ejercida por quien se lo ha ganado, las redes sociales alumbraron un nuevo tipo de amenaza: la censura del 'no lector'. En un mundo cada vez más polarizado donde las audiencias presionan a los medios hacia la radicalidad y estos alimentan a esas mismas audiencias en una espiral diabólica, las opiniones vertidas en Twitter por quien no ha leído un telegrama en su vida condicionan por igual a medios y periodistas que, antes de apretar el botón de 'enviar', se toman el mismo tiempo que los ingenieros de Elon Musk en un lanzamiento espacial. Volviendo al salón de la calle 61 en el Upper East, Talese lamentaba «el poder de la opinión minoritaria»: «Antes, las clases dominantes eran escuchadas a través de su propio altavoz mientras que la gente desprovista de poder no tenía esa capacidad. Ahora, el público en general tiene su propio altavoz (las redes sociales) y, con él, la capacidad de ser oído y respaldado con un estruendoso aplauso, muchas veces por encima de su dimensión real. Ahora no es desafiante plantarse ante empresas y gobiernos; lo verdaderamente arriesgado es alzar la voz contra la opinión mayoritaria expresada en Twitter». Pues eso.

SOBRE EL AUTOR
Luis Enríquez

es consejero delegado de Vocento

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