LA HUELLA SONORA
Cómo coger un tren
Tal vez el milagro español consista en sobrevivir al Gobierno, llegar a destino como en una 'road movie'
No los den por muertos
Unidad, fraternidad, centralidad

Es importante llevar un abanico. Yo tengo uno de madera que me dieron en una boda y que conservo en la mochila como un tesoro. En realidad, en el tren no suele hacer demasiado calor, pero uno llega tras recorrer Madrid y con la ... cabeza más caliente que la de José Luis Ábalos, que diría mi amigo Chapu, que en este momento debe estar en capilla soñando con los de Fuente Ymbro. O sea que conviene tener cerca ese prodigio de la aerodinámica llegado para aportarnos la temperatura perfecta, la brisa exacta y una climatización celestial a cambio de un simple movimiento de muñeca. Me sorprendí viendo en mi vagón a otros tres varones con sus correspondientes abanicos, que, la verdad, parecíamos Locomía. Yo lo uso porque no tengo vergüenza, pero empiezo a pensar que, además, sin saberlo, estoy a la moda.
Ah, el abanico. Qué maravilla. Es uno de los imprescindibles para un viaje en tren. Otro es el agua. Hace falta mucha agua, agua como para para cruzar el desierto de Almería a lomos de un dromedario asmático. Yo llevo varias cantimploras para un trayecto de una hora. Y bocadillos, varios bocadillos, que uno sabe de dónde sale, pero no dónde se va a quedar tirado ni cuándo será la próxima vez que vaya a ingerir algo de alimento. Y una manta, claro, por si te toca hacer noche en algún punto de Toledo, que allí por la noche hace 'rasca'. Conviene llevar medicinas, un botiquín completo con antibióticos, antirrábicos, Fortasec, suero oral, algo para el colesterol y hasta un antídoto por si te pica una víbora en Córdoba. Y por supuesto, una navaja suiza. También una linterna de dinamo, por si te encuentras por la noche con saboteadores de esos que dice María Jesús Montero. Yo me los imagino como una nueva versión de los bandoleros de Curro Jiménez, hombres perdidos que recorren Andalucía desde la serranía de Ronda hasta el AVE solo para hacer daño al Gobierno. O simplemente animales, que si te quedas colgado en Puertollano tiene que estar aquello infestado de linces ibéricos y quebrantahuesos que te miran mal.
Y bocadillos, varios bocadillos, que uno sabe de dónde sale, pero no dónde se va a quedar tirado
Y una manta térmica y una brújula y un silbato. El móvil, cargado. Un cargador extra y una batería de repuesto. Un libro de autoayuda, una baraja para hacer amigos en la mesa de cuatro y unos prismáticos, para ver llegar al convoy de socorro. Y una cuerda, que no sé para qué sirve, pero Clint Eastwood siempre la llevaba. Un arma, por si nos encontramos con ultraderechistas arrancando catenarias. Y una biblia, para leer salmos al azar en medio de La Alcarria. Una bandera blanca, por si tienes que rendirte y una bengala, por si tienes que hacer señales. Gafas de sol, gafas de ver y gafas de bucear, por si te quedas colgado al lado de la piscina de un matrimonio de La Mancha y te dejan echarte un baño. Y una tarta de piñones de Pedrajas para agradecérselo.
Y todo eso sin contar con los imprevistos. Porque viajar hoy en tren por España se parece a una película de catástrofes: hay que ir preparado para 'Terremoto', 'Mad Max' y 'Los santos inocentes' al mismo tiempo. El otro día vi a una señora en Chamartín con un hornillo portátil y una bombona de butano. Me pareció lógico. Uno piensa en aquellas guías viajeras del siglo XIX y creo quer habría que actualizarlas: «No se olvide usted de los tapones para los oídos, del bastón telescópico, del certificado de penales y de una lata de fabada, que siempre reconforta». Hay que afrontar el trayecto con el espíritu de un explorador, aunque el destino final sea Príncipe Pío. La nueva cultura del viaje en tren consiste en esperar que todo falle para que, si por casualidad no lo hace, lo vivamos como una experiencia mística, como un Waco en Tierra de Campos.
Quizás haya algo hermoso en todo esto, una suerte de épica cotidiana. Tal vez el milagro español consista en sobrevivir al Gobierno, llegar a destino como en una 'road movie' y aún así tener ganas de hablar bien de tu patria. Con una armónica, como en una de Sergio Leone. Y un plan oculto, como en el Orient Express.
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