En observación
José Antonio, en presente
Desde 2020, solo 233 niños han recibido el nombre del fundador de la Falange
Una semana en el motor de un Falcon (17/4/2023)
Y volver el Viernes Santo (6/4/2023)
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Iniciar sesiónPor abreviar y por costumbre, lo convenido era responder con un simple sí. El profesor pasaba lista –primero los apellidos, por orden alfabético, luego el nombre– y los alumnos daban fe de su asistencia. Cuando llegaba el turno de José Antonio, sin embargo, la mecánica ... daba paso al suspense, con redoble circense. «Presente», respondía con voz marcial José Antonio, entre la algarabía general y el rebuzno sectorial, para enervar a un claustro metido por entonces en harinas transicionales y prefelipistas. Que José Antonio se hiciera presente en clase –lo hacía de forma ocasional, cuando el profesor andaba desprevenido, con la cabeza en otro sitio, en otro aula– era un lujo onomástico, definitorio de una España en retroceso y extinción.
Según las tablas del INE, tenemos un total de 303.446 hombres que se llaman José Antonio, nombre que tocó techo bautismal en los años sesenta y que, en pronunciado declive desde entonces, solo ha sido registrado 233 veces en lo que llevamos de década. La media de edad de los joseantonianos, reducto de otro tiempo, es hoy de 52 años. Se hacen mayores en una nación en la que Mohamed adelanta ya a clásicos como Emilio, Gonzalo o Martín. La Guardia Mora de Franco no es lo que era. Tampoco el santoral. De muchas canciones –'Yolanda' de Pablo Milanés,'Noelia' de Nino Bravo,'Penélope' de Serrat, o 'Mi pequeña flor' de Manolo Escobar, padrino de todas las Vanessas– queda en las estadísticas del INE el rastro de su estribillo, estratificado en las sucesivas capas que deja como fermento y mantillo una sociedad que envejece y olvida. Por Messi tenemos 25.064 niños que se llaman Leo, con una edad media de 5,4 años, y a casi nadie le ponen hoy Juan Carlos: apenas 71 en este decenio frente a los 60.685 de la década de los sesenta. Explicaciones de qué. Nada permanece. Ni siquiera los restos de José Antonio, exhumados ayer del Valle de Cuelgamuros-Almudena Grandes, Valle de los Caídos antes de su resignificación. Se desvanecen las Dolores, aún numerosas, pero en fase terminal, con una media de 68 años, e irrumpen las Lolas, que ahora rondan los diez añitos. Son ya más de 20.000, y con algo de suerte y con la oportuna perspectiva de género no binaria quizás alguna acabe formando pareja con una de las 64 Bimbas que circulan por ahí. Una familia, o un bolso. También tenemos casi mil Zaras, 'shop online'.
En un país en el que se nominan más perros que bebés y en el que los nombres propios se camuflan a la más temprana edad bajo los alias que sirven de máscara en las redes sociales, prólogo de un metaverso de seudónimos y camuflajes, cualquier catalogación onomástica no pasa de ser una anécdota cultural, una distracción con la que especular sin base científica sobre las aspiraciones, las querencias y las obsesiones de los padres que buscan marcas comerciales para sus hijos, por si les salen 'influencers'. El olvido de José Antonio Primo de Rivera no es fruto de la aplicación de ninguna memoria democrática, ni siquiera histórica. Mucho antes de que Zapatero y Sánchez se metieran a sepultureros, los españoles ya habían decidido cambiar de estrato y dejar al fundador de la Falange en la fosa común en la que los recuerdos pierden su nombre.
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