COLUMNAS SIN FUSTE

Tres procesos en curso

No hay solo un problema institucional (la carcasa del 78 sin su espíritu), hay un proyecto cultural de intolerancia

El problema político recientemente manifestado en España no es uno sino tres, como tres cerezas de común rabillo, tres naos navegando juntas al desastre o tres bolas del regalado helado de España que algunos tienen agarrado del mismísimo cono.

Son tres procesos. El primero es ... el institucional. Aunque nos repitan que hay división de poderes, no la hay y la Constitución, porque no es constitución, no puede frenar al presidente (pandemia) ni hacerse cumplir (Cataluña). El ejecutivo tiene el legislativo, mangonea el judicial, y vía presupuesto y fisco domina la sociedad civil. El Estado 78, en el que los partidos imponen sus listas y negocian en chalaneo desigual la presidencia, se ha ido degradando y a esa degradación hay que sumarle el cambio de clima. Ese Estado era movido por el consenso, máquina de acuerdos, cultura de pactos y repartos, pero 'la magia se ha ido' sustituida por el frentismo: las izquierdas y los nacionalistas en coalición inevitable pues, como reconoció Otegui, la izquierda no puede ser ya sin los independentistas. Para mandar necesita de ellos. Tenemos, por tanto, el Estado disfuncional del 78, pero sin el 78, sin la cultura que lo justificaba, lo que lo convierte en algo muy peligroso.

El segundo problema/proceso se expresa en las 'leyes ideológicas', un cambio cultural, un empujón antropológico asociado a ese nuevo clima político que estrecha el ámbito de la discusión. La Ley de Memoria Democrática, el nuevo feminismo, las leyes de género y las nuevas definiciones de 'odio' excluyen al discrepante. El nuevo sujeto ya no es el español transitivo sino el llamado 'woke'. No hay solo un problema institucional (la carcasa del 78 sin su espíritu), hay un proyecto cultural de intolerancia para expulsar del sistema al que no siga el tam-tam revolucionario, la ideología estatal del nuevo frente, incardinada a su vez en Bruselas y la OTAN como base latente (cultural) para cualquier revolución de colores.

Todo lo anterior es instrumento para un tercer proceso, una vuelta de tuerca constitucional que sin contar con el auténtico poder constituyente consiga evolucionar el orden territorial del 78 hacia algo que pueda ser entendido como federal, confederal, Estado compuesto o comunidad de afectos: nacionalidades unidas en pacto nuevo, declaración de Granada o vía canadiense mediante leyes orgánicas y estatutos de matute ungidos como 'democracia' por la revolución cultural anterior. Sería un proceso constituyente de tapadillo, es decir, un golpe, valiéndose del Tribunal Constitucional, que de límite de constitucionalidad pasaría a lo contrario: máquina constituyente que convierta en Constitución cualquier ley que salga de la mitad más uno del Parlamento, el nuevo soberano popular incontestable de la izquierda.

Tres problemas, por tanto, enmarañados: un poder sin control suficiente, un nuevo proyecto cultural y un golpe constituyente en marcha.

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