columnas sin fuste

Mater Ecclesiae

Muerto Dios, ausente ya en la Constitución europea, la sociedad pierde el sentido del bien y del mal

Se acaba de publicar en Italia 'Che cos'é il Cristianesimo', un conjunto de textos, algunos inéditos, que Benedicto XVI escribió en su retiro del monasterio Mater Ecclesiae. Cuando le propusieron la idea, puso una condición: «que no se publicaran en vida para evitar el ... grito asesino» de sus contrarios. Salen ahora y el escándalo parece sustituido por el silencio. El libro debería ser la noticia cultural del momento. Incluso una lectura urgente por alguien no experto presiente sonoros aldabonazos que la conciencia europea quizás no escuche.

Benedicto compara a los cristianos actuales con los macabeos en la Macedonia de Alejandro Magno: leales a la fe de Israel, se resistían a los dioses del nuevo Estado, lo que le arranca un diamantino comentario sobre la actualidad: «El Estado moderno del mundo occidental por un lado se considera a sí mismo como una gran potencia de tolerancia que rompe con las tradiciones insensatas y prerracionalistas de todas las religiones. Además, con su manipulación radical del hombre y la distorsión de los sexos a través de la ideología de género, se opone particularmente al cristianismo. Esta pretensión dictatorial de tener siempre la razón por parte de una aparente racionalidad exige el abandono de la antropología cristiana y del consiguiente estilo de vida, juzgado como prerracional. La intolerancia de esta aparente modernidad hacia la fe cristiana aún no se ha convertido en abierta persecución y, sin embargo, se presenta de manera cada vez más autoritaria buscando lograr, con la legislación correspondiente, la extinción de lo que es esencialmente cristiano».

Del Estado se vuelve a acordar al tratar los abusos sexuales en la Iglesia. A esa situación se llega por un doble camino. De un lado, lo sucedido en Europa entre los años 60 y 80 con la «introducción, decretada y sostenida por el Estado, de los niños en la naturaleza de la sexualidad». Recuerda a la ministra alemana que llevó la educación sexual a los colegios: «Lo que en un principio estaba destinado únicamente a informar a los jóvenes luego, por supuesto, se aceptó como posibilidad general». La pedofilia fue admitida por el 68 y el desarrollo de la pornografía, que arremolinaba a la gente a las puertas de los cines como solo recordaba haber visto en la Guerra, afectó a las vocaciones. A ese desarrollo cultural le acompañó otra cosa: el colapso de la teología moral católica. Abandonada la ley natural, la moral pasa a definirse sobre la única base de los propósitos de la acción humana, sin que pudiera haber algo absolutamente bueno o malo, solo relativamente mejor o peor. Esto ya obligó a Juan Pablo II a recordar en la Veritatis splendor (1993), no sin escándalo, que algunas acciones nunca podrán ser buenas.

Muerto Dios, ausente ya en la Constitución europea, la sociedad pierde el sentido del bien y del mal, «el criterio y medida de lo humano» y, con ello, su última libertad.

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