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Perdigones de plata

Señoritos

Irene y Pablo son los abanderados del neoseñoritismo. Los tiempos de cháchara revolucionaria vararon en la playa del lujo

Ramón Palomar

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Aquel chiringuito a primera orilla del Mediterráneo arracimaba trompetera flora y fauna. Pijos adictos a la emoción del calimocho, surferos de agua dulce, oportunistas a la caza de fortuna, blondas de bronce encajadas en un cuerpo fetén y amantes del paraíso rastafari fumando una hierba ... cuyo perfume alcanzaba por el norte Calella y por el sur Tarifa. Y entonces desembarcaban ellos a bordo de un Bentley. Chófer, padre, madre, dos criaturas y doncella uniformada. El chófer vigilaba el vehículo mientras la gotas de sudor atravesaban su frente como las de Dick Bogarde en «Muerte en Venecia». Su mirada de Bruce Lee frenaba cualquier broma. La cuidadora de las criaturas lucía cofia de antaño y ese detalle nos electrizaba. Aquella familia, tan diferente, navegaba a su aire bajo el invisible blindaje del multipelas. Flotaban sobre la espuma de su olímpico desprecio. La estampa caía entre Gracita Morales y «Los santos inocentes».

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