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Pare, que me bajo

A Cabify y Uber les falta transparencia, pero al taxi, autoexigencia

Mayte Alcaraz

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He tomado cientos de taxis a lo largo de mi vida. Y en ese reducido habitáculo he encontrado de todo: desde profesionales intachables, educados y con un alto concepto del servicio público, hasta gañanes malencarados al volante de vehículos sucios y con menos conocimiento del ... callejero de Madrid que el que tengo yo de la noble ciencia de la ornitología. A los primeros, la inmensa mayoría, he agradecido su atención y su amabilidad, pero ante los segundos siempre he sentido cierta frustración, por mi incapacidad para espetarles in situ mi descontento. Envidio a amigos míos que, cuando se han topado con esa falta de profesionalidad, han interrumpido el viaje, exigido parar el coche y dado por finalizada la carrera sin pagar un euro. Por desgracia, este minoritario —pero nada despreciable— grupo ha manchado el nombre del taxi , llevándose por delante el prestigio de un sector que es hoy fundamental para el tránsito urbano. Quizá faltó hace años hacer sonar las mismas bocinas que paralizaron ayer las grandes ciudades, tomando vergonzosamente de rehenes a sus potenciales clientes, para denunciar a estos garbanzos negros. Porque algunos problemas (autoexigencia y búsqueda de excelencia) les venían de fábrica y no han llegado con la liberalización del transporte.

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