Ockham y el procés

Los inculpados se refugian en una pretendida e inverificable voluntad colectiva

Siete siglos después de su muerte, la figura del fraile franciscano Guillermo de Ockham se sigue agrandando como el gran innovador de la filosofía medieval. Fue el padre del nominalismo, que sostenía que los conceptos sólo existen en la mente como meras abstracciones. Dando la ... vuelta a Platón, aseguraba que lo real no es lo universal sino lo particular, la pluralidad de los seres.

Fue este monje heterodoxo el que se enfrentó al poder del Papa Juan XXII y de los dominicos en defensa de la pobreza franciscana como expresión de la autenticidad de la fe, una idea que la jerarquía encontró perturbadora. Ockham fue confinado y tuvo que exiliarse bajo la protección del emperador Luis IV de Baviera.

Tras ganarse numerosos enemigos, vivió dedicado al estudio y nos legó una extensa obra, pero la aportación por la que todavía se le recuerda es por la llamada «navaja de Ockham». El fraile afirmaba que la hipótesis más verdadera suele ser la más simple. Por ello, sostenía que, si un fenómeno se explica por sus causas lógicas y aparentes, no hay necesidad de recurrir a otras teorías de imposible verificación.

Bertrand Russell adoptó este enfoque y lo bautizó como principio de parsimonia, mientras que Noam Chomsky construyó su investigación de las reglas del lenguaje a partir del postulado de Ockham, cuya validez sigue vigente todavía como una norma para no perderse en la complejidad.

La navaja de Ockham podría ser muy útil para los siete magistrados del Supremo que tienen que juzgar a los líderes independentistas a partir de hoy. Y ello porque los abogados de los políticos que se sientan en el banquillo han construido una fantástica y retorcida fabulación que pretende negar cualquier tipo de responsabilidad en sus actos.

Los inculpados no asumen la simple y obvia explicación de que quisieron forzar la independencia de Cataluña al margen de la ley y contra las resoluciones del Constitucional y se refugian en una pretendida e inverificable voluntad colectiva tras la que esconden sus actuaciones.

Los siete jueces del Supremo van a estar sometidos a una permanente presión del mundo independentista, que ya ha anunciado que no aceptará otra sentencia que no sea la absolución. No hay más que leer los escritos de los abogados para comprender que su defensa se va a basar en enmarañar la causa y lanzar cortinas de humo para ocultar lo esencial: que vulneraron la ley. Eso y no otra cosa es lo que se juzga.

No son presos políticos, son políticos presos. Y no están en el banquillo por sus ideas sino por intentar subvertir la Constitución mediante una farsa de consulta y una declaración unilateral de independencia, que ahora intentan banalizar.

«No hay que multiplicar los entes sin necesidad», decía Ockham. Pues bien, la explicación más simple, verdadera y convincente es que los acusados hicieron lo que todos vimos y de lo que se jactaron cuando decidieron desafiar al Estado confiando en que sus actos no tendrían consecuencias.

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