Los malos presagios
ANTES solía decirse que un pesimista era un optimista bien informado, pero ahora tanto unos como otros ignoran por completo el alcance y la duración de la crisis, de tal modo que apenas se distinguen en el talante de la conjetura. Pesimismo y optimismo son ... hoy por hoy conceptos carentes de sentido, dos caras de la perplejidad, la desconfianza y el desconocimiento. Sea como fuere, ni siquiera los ingenuos o los autocomplacientes conceden a 2009 un mínimo maquillaje de esperanza. Los más cenizos opinan que la fase depresiva será «larga, dolorosa y cruel», como ha dicho el Nobel Paul Krugman, que es un optimista reconvertido, y los más entusiastas se aferran a la posibilidad de que el verano constituya un punto de inflexión a partir del cual comience una leve remontada. No hace falta decir en qué parte de la curva se encuentra Zapatero, del que ya no se sabe si es víctima de una patología de autoengaño o culpable de un intento de intoxicación moral masiva.
El pueblo soberano ha optado por la vía escéptica. En la Nochevieja volaban los sms cargados de malos presagios entre pintas de humor negro. La tradicional descarga de cursilería telefónica iba envuelta en nubes de incertidumbre y desasosiego. Había quien felicitaba el 2010 para citarse al otro lado de la recesión en una cabriola de voluntarismo, y quien instaba a consumir de forma compulsiva las últimas horas de bienestar, como si el cabo de año echase un telón físico sobre el escenario de una época. De un modo u otro, todo el mundo parecía prepararse para lo peor, asumiendo el augurio del desastre con una suerte de resignación iluminada de sarcasmo. Así debieron de sentirse los pasajeros del Titanic cuando calló la orquesta, o los franceses en 1940, cuando cedió la línea de defensa contra la invasión de la Wermatch.
Pero evocar a los fantasmas no sirve para conjurarlos. Las chanzas sobre la recesión iluminaron de una cierta y displicente elegancia las últimas horas del año en que perdimos la inocencia, mas a partir de ahora ya no tendremos ni siquiera sobre qué bromear sin llamarnos a engaño. El invierno viene largo y crudo, aunque haya por ahí algún profeta de saldo proclamando que volverá a reír la primavera. Sin duda es cierto; lo que no está claro es qué primavera de qué año.
En las sobremesas de la Corte, los economistas de ocasión, que han aprendido en dos tardes, como ZP, te pintan en una servilleta el diagrama de la V, de la U y de la L, y te dicen que hay que prepararse para una coyuntura «a la japonesa», en L, con una caída profunda y una recesión estabilizada. Pero si les preguntas por qué tampoco saben explicarlo, ni cuánto durará el fenómeno. Nunca hubo tantos expertos que supiesen tan poco; lo más pavoroso de esta hecatombe mundial es que los sabios y los ignorantes sólo se diferencian en que los primeros son conscientes de su ignorancia.
Con todo y con ello, desear un feliz 2009 no resulta un contrasentido. Porque la felicidad, decían los estoicos, es un estado que depende de las expectativas del espíritu.
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