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Isabel San Sebastián

Jueces y parte

La sumisión de la Fiscalía no es un formalismo orgánico, tiene consecuencias prácticas

Isabel San Sebastián

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Para no ser menos que sus predecesores en el cargo, el ministro de Justicia, Rafael Catalá, propone una reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que agilice el proceso interminable por el que se rigen hoy las causas penales, siguiendo ritmos más propios del siglo ... XIX que del XXI. No es el primero en hacerlo. Alberto Ruiz-Gallardón llegó al mismo despacho con un propósito semejante y se marchó de él sin cumplirlo, probablemente porque a nadie en las altas esferas del poder conviene meter la mano en un avispero como el del universo togado, tan íntimamente ligado al de la política, cuando debería situarse en sus antípodas. O acaso porque quien dispone de recursos ilimitados para estirar ciertos pleitos hasta el infinito (léase a menudo la prescripción) no tiene interés alguno en acortarlos. Sea como fuere, lo cierto es que Catalá vuelve a la carga con una idea que a simple vista se antoja chocante, por no decir directamente obscena: que sean los fiscales, y no los jueces como ocurre ahora, quienes instruyan una causa. Es decir, que los encargados de acusar, dirigir la actuación de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y acumular pruebas contra un imputado sean los miembros de un cuerpo sujeto a dependencia jerárquica, cuyo máximo dirigente, el fiscal general del Estado, es designado por el Gobierno previa valoración de su idoneidad por la comisión correspondiente del Congreso de los Diputados. Esto es, depende directamente del poder Ejecutivo y en menor medida del Legislativo, lo que le priva hasta de la mera apariencia de independencia imprescindible para brindar esperanzas de imparcialidad al encausado.

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