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Jerusalén tabú

Jerusalén es la identidad judía; su simbolismo islámico es un relato de narrativa política tan reciente como sesgado

Monte de los Olivos EFE
Ignacio Camacho

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La gran derrota de la posmodernidad es la que ha sufrido el pensamiento independiente o crítico. La sociedad de la simpleza ha sustituido las ideas por las consignas y delegado el criterio individual en etiquetas, tabúes y prejuicios. Si eres de izquierdas, por ejemplo, has de desconfiar de los Estados Unidos , declararte antinuclear y ecologista o simpatizar con los palestinos; en España además conviene que seas filonacionalista y antitaurino. Los de derechas deben aplaudir a Trump , recelar del feminismo, ser partidarios del despido libre o atender las homilías de los obispos. Un conservador agnóstico, un progresista proisraelí o un liberal compasivo son especímenes fuera de sitio, ovejas descarriadas del redil, candidatos a recibir fuego cruzado desde las trincheras gemelas del dogmatismo. La ideología se ha convertido en un corsé doctrinario cuyas presillas aprietan los gurús de partido.

En este marco mental hemipléjico, una decisión como la de Trump sobre Jerusalén requiere pronunciamientos inflexibles y rígidos. O defiendes la causa palestina y justificas la intifada como expresión de justa cólera o eres un sionista cómplice del lobyy judío. O aceptas el unilateralismo populista del presidente americano o eres poco menos que simpatizante del yihadismo . Si opinas que Israel es el bando más decente y desde luego el más democrático de ese largo conflicto, pero que a menudo abusa de su razón para dejar a sus propios partidarios en entredicho, te conviertes en un equidistante melifluo. Y si constatas que Trump tiene el peligroso hábito de provocar incendios políticos o de reavivar los antiguos estás pisando el enojoso terreno del eclecticismo.

Pues bien, va una opinión: un gobernante no tiene que resolver todos los problemas, pero conviene que no agrave los que ya están planteados. Y eso es lo que ha hecho Trump con su tendencia a la gesticulación fanfarrona y al histrionismo innecesario. En un ejercicio gratuito e inoportuno de irresponsabilidad estratégica, ha tirado en mitad de la inestable escena internacional un cable pelado. Sin embargo, yendo al fondo del asunto, Jerusalén es sin duda posible la capital de Israel , desde mucho antes incluso de su existencia como Estado. Podría y debería serlo también de Palestina si se cumpliese la única fórmula posible de resolver el enfrentamiento de un modo sensato; pero su simbolismo de presunta y crucial capitalidad islámica es un invento reciente de narrativa política, un relato sesgado. Jerusalén es la identidad judía: eso es un irreversible hecho histórico documentado, no un mito religioso ni un ensueño milenario. Sin Jerusalén no existe Israel, y su frágil estatus compartido responde a concesiones de compromisos pragmáticos para tratar de preservar vagas esperanzas de paz que nadie ha respetado. Ni las respetará jamás porque en las guerras sólo importan las motivaciones de cada bando.

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