En primera fila

El hombre que pudo ser presidente

Los demás líderes deberían tomar nota de la caída de Rivera y recordar que los ciudadanos son quienes les llevan a La Moncloa

«Albert, tú algún día llegarás a ser presidente del Gobierno». Sobre todo empresarios pero también algún político de otro partido regalaron muchas veces esta frase a los oídos del ya expresidente de Ciudadanos. Fue la perdición de un Albert Rivera que acabó creyendo que ... el destino le tenía reservado dirigir el país, al margen de las decisiones que adoptara. Al contrario de lo que habitualmente sucede en política, no lo decían para halagarle sino desde el firme convencimiento de que tenía los mimbres y la oportunidad de alcanzar el Gobierno.

Rondaba el año 2015 y el político catalán parecía el mesías llegado para sustituir a un PP que no quería darse por enterado de que la corrupción no es algo que un partido pueda esconder por amistad, ni la democracia algo sobre lo que uno pueda cabalgar con soberbia. Aquel que libraría a La Moncloa de las garras del nacionalismo y pondría en marcha los pactos de Estado y reformas que la ciudadanía llevaba años esperando. Corrieron los años 2016 y 2017. La ayuda empresarial y mediática llegaba a Cs, pero en 2018 Rivera comenzó a impacientarse. Llegó la moción de censura y no entendió que esa nueva etapa era la prueba para demostrar que de verdad era el líder útil que prometía a los ciudadanos. Un paso atrás hacia los orígenes antes de dar el salto definitivo hacia el futuro. Desesperó con la espera y buscó atajos que en lugar de ensanchar el centro, a derecha e izquierda, lo hicieron más estrecho todavía. Entendió la crítica constructiva como un ataque y cual autócrata impuso «el conmigo o contra mí» en un partido que aspiraba a dar lecciones de democracia interna a la vieja política. No vio en las elecciones de abril su última oportunidad sino un espejismo que terminó por condenarle a morir en el desierto. Cuatro años antes, nadie hubiera imaginado que aquel hombre que se presentaba ante España calzando la moderación de Adolfo Suárez sería quien acabaría volando los puentes que le hubieran conducido al Gobierno.

Ayer dimitió. Debió hacerlo el domingo por la noche, pero toda renuncia, toda asunción de responsabilidades no solo es honrosa, sino que es un ejercicio poco visto en la política española. Desde aquí, aplausos y condolencias. Pero debería haber acompañado su salida de un «mea culpa» que hubiera higienizado el paso a quién venga detrás, si es que alguien lo hace. Se va, pero después de destrozar con sus propias manos la opción regeneradora, la bisagra de centro que tanto necesita un país donde vuelven a cabalgar las dos españas entre populismos e independentismos. Cs queda en una situación tan degradada que es posible que ni siquiera Inés Arrimadas pueda levantarlo. Tan solo decir que aquel contra el que nació, el independentismo catalán, le duplica en escaños.

Los demás líderes políticos deberían tomar buena nota de la caída de Rivera. En democracia no son ellos quienes llegan al Congreso, sino los ciudadanos quienes les colocan allí para que representen y defiendan sus derechos, para que mejoren su calidad de vida y el porvenir de sus hijos. En ningún caso esperan que se crucen de brazos y pongan palos en las ruedas del país. Tampoco son los políticos quienes conquistan La Moncloa, sino los ciudadanos quienes deciden sentarles allí. Un consejo para todos ellos, cuando alguien les diga «ganarás las elecciones» o «algún día llegarás a ser presidente del Gobierno» no lo crean hasta que sea cierto.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios