Julian Assange, detenido
Hacker, divo, cable, espía
Después de mirar el portátil, su novia y asistente personal le dio a Assange una buena noticia:
-Tengo algo para ti. 20.000 libras por hacer una entrevista de una hora por Skype.
-Eso no es mucho.
-Ingrato.
-Bueno, si Tony ... Blair, un criminal de guerra, puede obtener 120.000 debería ganar al menos una libra más.
-¿Quieres que les pida más?
-Sí.
La anécdota la contó Andrew O’Hagan, el novelista que pasó un tiempo con Julian Assange intentando escribir su biografía allá por 2011. Ofreció un retrato fiable del misterioso personaje. Un genio infantil que pasó de hacker a estrella política del planeta sin saber distinguir el materialismo histórico de una nuez. Como en aquel título de John LeCarré, pero a su manera: hacker, divo, cable, espía. Todo a la vez.
Assange presentaba ya entonces un narcicismo acusado. Su pasatiempo favorito era buscar lo que decían sobre él en internet y de sus mayores críticos pensaba realmente que estaban «enamorados» de él, quizás no sexualmente, pero sí de forma platónica.
Vivía como un líder de culto rodeado de un «imperio amateur» de jóvenes, pues no aguantaba a nadie con más de 35 años. El trabajo no era frenético, sus modales no eran excelentes. «Si le dijeras que lavara los platos, te diría que estaba tratando de liberar a los esclavos económicos en China». O’Hagan observó cómo un día llegaba alguien de Al Yasira y le ofrecía 1,3 millones de dolares por acceder a Wilileaks más una conferencia sobre libertad de prensa en Qatar. Así sería después su trayectoria: defender la libertad de expresión donde menos se apreciaba. En relación con esto, la acusación americana se cuida mucho de no sustentarse en la revelación de información, sino en el pirateo de una contraseña.
Assange pasó de estrella del anti-imperialismo yanqui a ser el ídolo de los trumpianos al revelar los emails de Clinton en campaña; de chispa de la primavera árabe a marioneta de una supuesta alianza entre Putin y Trump para la izquierda liberal mundial.
O’Hagan ya explicó que su inquina se dirigía precisamente a los que de inicio estaban con él. Estaba obsesionado con «The Guardian» y «The New York Times». Quería que le siguieran al pie de la letra.
En España su figura quedó marcada por su apoyo a la causa independentista. Por eso, cuando le sacaban ayer de la Embajada de Ecuador con un aspecto entre Marcos Benavent y un pope ortodoxo, sus apoyos mundiales fueron Rusia, Pamela Anderson y... Gabriel Rufián.