cambio de guardia
Terror
Un torturador no tiene ideología. Ni un asesino. Putin tiene escena. Y tiene armas nucleares
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Iniciar sesión¿Es crueldad el escaparate de cadáveres que deja tras sí el ejército ruso? Lo es. No sólo. Es, más que disfrute atávico ante el dolor del otro, cálculo funcional: una escenografía ejemplar que coreografía el Kremlin. Como un mensaje publicitario poco equívoco: así se ... hará con todos cuantos cedáis a la tentación de oponer resistencia al jefe. No es invención de Putin ese artesanar propaganda con dolor y muerte. Sus orígenes se confunden con los del Estado moderno, sí; pero sólo los totalitarismos del siglo XX supieron montar su fina relojería: allá donde la intemporal crueldad pudo ser resonada por los recién nacidos aparatos de publicidad masiva. Hoy, aquel bombardeo de radios y cine en los años treinta alemán y ruso es un juego de niños: nuestro mundo no conoce más realidad que la que lo virtual impone. Somos propaganda.
Nacido en torno a 1794, el ‘Terror’ moderno, antes que nada, es espectáculo. Y en eso cifra su eficiencia. Crueles, los humanos lo fueron siempre. Y crueles fueron siempre los Estados: espejos y condensadores suyos. Matar, someter, imponer el daño fue arbitrio sin el cual no hay el poder. No existe mando que no despliegue estrategias que logren atemorizar a los amigos aún más que a los enemigos. La crueldad es la herencia de los hombres.
Georges Gusdorf, en un erudito trabajo sobre los rebotes del pánico de Estado, concluía que «el Terror está presente en la humanidad en estado endémico; la violencia, inherente al ser humano, está permanentemente lista para desencadenarse cuando la ocasión se ofrezca». No es menos cierto que su institucionalización como teatro de sometimiento colectivo es una idea moderna, cuyo canon cierra el primer tercio del siglo XX. Todas las guerras han masacrado a la población civil; sólo la Alemania nazi sistematizó la perfecta aniquilación de un pueblo entero, el judío. Todas las soldadescas han violado a las mujeres de los vencidos; sólo al ejército rojo dio Stalin orden formal de violar a la totalidad de las mujeres berlinesas en 1945. No es el discurso de la crueldad, sino el del método. De ahí su eficiencia.
Lo específicamente actual es el primado de la escenografía: su potencia didáctica. No es matar ya -aun siendo siempre ‘ultima ratio’- lo que importa. Lo que importa es hacer visible su mensaje: obediencia o muerte, sufrimiento sin más desenlace posible que la muerte.
¿Es Putin comunista? No desbarremos: pocos credos se proclaman más anticomunistas que el suyo. En el comunismo fue un policía político: lo cual trasciende a ideología. ¡Cuántos, en el franquismo, hubieron de aguantar la boutade favorita de sus interrogadores: «hice esto durante la Monarquía, durante la República; lo seguiré haciendo cuando manden los tuyos»! Un torturador no tiene ideología. Ni un asesino. Putin tiene escena. Y tiene armas nucleares. Para su fe basta con eso.
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