Cambio de guardia
Hong-Kong, últimas luces
La tenaza se cierra sobre Hong-Kong. Igual que sobre Tien-An-Men hace ahora tres decenios
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Iniciar sesiónLa vista, varios metros por encima de las nubes, podía ser la de un plano cenital de Spielberg. Pero el cubo de cristal, abierto a la medianoche en lo más alto del más alto rascacielos, nada tenía del sincopado desbarajuste de la taberna de Star ... Wars.
Hong-Kong era el futuro sin la tiniebla: geometría. Y en aquel bar de noctámbulos se asentaba el infinito. A tus pies, la nubes. Refractada en su gasa, una red de hilos platino: la ciudad. Bellas mujeres y música de jazz casi intangible: Diana Krall quizá, o tal vez Renée Fleming jugando a ser Ella Fitzgerald. La ciudad es esta telaraña que refracta, en hilos azulados, el algodón platino de las nubes. A tus pies. Con la fosforescencia exacta de un dry-Martini muy frío.
Así pude ver Hong-Kong hace cinco años. Así habré de recordarla. No los claros prodigios de su afilada arquitectura, no sus calles a lo Metropolis de Lang, no las callejas en cuyo dédalo perviven los legendarios tenderetes de todas las literaturas. Recordaré el fosforescente algodón platino, en el cual un ojo atento podía metódicamente recomponer esquirlas del mapa, pestañeos lejanos que sabía rascacielos: todo, todo lo que importa. Lo cual, en una ciudad, es tan sólo su fantasma.
China había comenzado, por aquel entonces, a apretar la soga. Y era difícil creerse de verdad que la ciudad más libre del planeta fuera a acabar siendo absorbida por las más hermética dictadura que hayan conocido los últimos dos siglos. Pero, en el aparente sosiego de sus galácticos bares, en la serenidad impoluta de sus fastuosas galerías comerciales como en el trajín animadísimo de los minúsculos restaurantes que podían llevar ahí desde antes de los británicos y que vieron crecer a su alrededor las maravillas de acero y vidrio que dan a la ciudad su hoy geometría diamantina, y que supieron convivir con ellos en una simbiosis que al visitante no puede sino hacérsele casi incomprensible; en todo eso, se dejaba ya percibir la sospecha al acecho: The End. China había comenzado a apretar la soga. Entonces. Hoy, esa soga atenaza el cuello de los hongkoneses. Y, en esa corajuda resistencia suya, abandonada por todas las potencias occidentales que tan honda deuda tienen con la vieja ciudad libre, uno sabe estar asistiendo al último destello de una galaxia que se apaga. El agujero negro China va a tragarla. Sin dejar memoria.
El 6 de abril pasado, con todo el universo encarcelado a domicilio por el virus chino, los jóvenes de Hong-Kong perpetuaron su anual homenaje a los héroes de Tien-An-Men. Lo quieren así desde hace 31 años. Esta vez era distinto. La nueva ley de orden público los convertía en delincuentes. Y permitía a la dictadura china deportarlos a cualquier cárcel de su territorio. Desde entonces, algunos de sus dirigentes han huido. Canadá y Gran Bretaña ofrecen un asilo que los dictadores de Pekín juzgan ofensivo. La tenaza se cierra sobre Hong-Kong. Igual que sobre Tien-An-Men hace ahora tres decenios. Y es igual nuestra cobardía.
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