Cambio de guardia
Auschwitz-75
Sin la existencia de Israel, Auschwitz hubiera sido borrado. Borrada la Shoah. De la memoria y de la historia
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Iniciar sesión«El humanismo no es decir: lo que yo hice, ningún animal lo habría hecho. Es decir: hemos rechazado lo que en nosotros quería la bestia», esa bestia que sabemos que anida en nuestro subsuelo más oscuro, esa bestia que sabemos que también somos. Malraux ... escribía eso en 1948. La imagen desoladora de lo bestial estaba ante sus ojos. Lo estaba ante los ojos de todos. Un 27 de enero de hace ahora 75 años, las tropas soviéticas entraban en Auschwitz. Lo que vieron no era soportable por el ojo humano. Y, sin embargo, en aquello que vieron está esa parte esencial de lo humano en apuesta contra la cual vale sólo la pena ser un hombre.
Auschwitz no es un lugar. Auschwitz es la pesadilla de ser hombre. La pesadilla de saberse parte de una especie a la cual Freud describe fríamente portadora «del placer de matar en la masa de su sangre». Auschwitz da clave a eso. Eso que no cabe en las cifras de los seis millones -¡seis millones!- de humanos exterminados por la única razón de poseer un nombre: «judío». Auschwitz dice la Shoah: la negación de la condición humana a un grupo humano. Y la Shoah nos dice a nosotros: no hay hombre que pueda decirse tal, después aquello, si no es capaz de asomarse al abismo, de anotarlo con la precisión que exige lo verdaderamente trágico.
Hoy, el Rey de España hablará en el lugar de la Shoah. Un lugar que, para evocarlo, apostó por el rigor geométrico de los investigadores. El Yad Vashem, Museo del Holocausto, en Jerusalén, se quiere un monumento a la lucidez. Es lo que sobrecoge a quien lo visita. Un lugar para conocer aquello de lo cual ningún lamento estaría a la altura. Yad Vashem es, ante todo, esa cúpula central que engarza los nombres de los seis millones de mínimos humanos a los que alguien juzgó excedentes de la especie, a los que alguien deshumanizó antes de proceder a borrarlos: el nombre y los apellidos de cada uno de ellos. Y, bajo la cúpula, un archivo implacable y aún no completado: el del dosier biográfico de cada uno de ellos. No es posible salir de ese lugar -de belleza ascética- sin saber trastrocada tu propia vida. No es posible escapar a la vergüenza primordial de ser un hombre después del choque con todo aquello.
75 años pasaron. El tiempo todo lo erosiona: el recuerdo también. Pero, ¿es que hablamos de recuerdo sólo al decir Shoah? De recuerdo, en rigor, pueden hablar ya muy pocos: los escasos ancianos que sobrevivieron y aún perviven. Hablamos de otra cosa. De otra cosa cuyo envite nos arrastra a todos. Hablamos del grave peso de la historia. Y, en ella, estamos sobre todo hablando, lo sepamos o no, de una herida incurable de la especie humana. Que no es cosa del tiempo. Que es fundamento metafísico del animal que habla y que, al hablar, puede hundirse en lo demoníaco o alzarse hasta lo angélico. Precario siempre: porque el ensueño del ángel suele muy fácilmente despertar en los infiernos.
Hoy, en el Yad Vashem, los Reyes de España, como Macron, como Putin, como todos los poderosos de la tierra allí presentes, se sabrán confrontados a un barrera diamantina: sin la existencia de Israel, Auschwitz hubiera sido borrado. Borrada la Shoah. De la memoria y de la historia. Como algo demasiado doloroso para aceptar que haya existido. Sépanlo quienes aún se preguntan por qué la defensa de Israel es sagrada: por eso, porque en el ser de Israel pervive lo que queda del animal sagrado que, a pesar de todo, late aún en nosotros. Ese que sigue rechazando aquello que en nosotros pueda querer la bestia.
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