TIGRES DE PAPEL
Maldita tolerancia
Pase lo que pase, creeremos estar sintiendo como nunca aunque terminaremos olvidando como siempre
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Iniciar sesiónLa tolerancia es una de las peores cosas que existen. De alguna manera es la peor enemiga de la experiencia. Y es, quizá, la expresión más terrible de la apatía y la costumbre. No me refiero a la saludable tolerancia política, esa que defendía John ... Locke y que insistía en la necesidad de hacernos capaces de convivir con el diferente, sino a la otra. A la tolerancia ante la vida o ante la corrupción, ante una droga o ante un dolor. La tolerancia que impone ese maldito umbral a partir del cual ya no sentimos. La tolerancia que convierte toda excepción en regla.
Recuerden nuestra preocupación por las niñas afganas o nuestra solidaria empatía con las devastadoras consecuencias del último tsunami. Fue duro mientras duró. No hace tanto tiempo y nadie habría sospechado que aquel sentir, quizá, no era exactamente verdadero. Porque la atención es caprichosa e insincera, sobre todo cuando la convertimos en expresión de lo que queremos ser y no tanto de lo que somos. Salvo una madre, nadie puede preocuparse todo el rato por todo. Salvo los santos y los héroes, nadie es capaz de soportar sobre sus hombros el dolor del mundo. Las noticias de Ucrania siguen exhibiendo una crueldad primitiva pero, poco a poco, nuestra sensibilidad estrena nuevas experiencias con las que entretenerse. La emoción y la vivencia tienen siempre un especial apetito por lo diferente. Una victoria deportiva, la deslealtad política de cuatro enanos morales o algún pequeño escándalo que nos sirva para cerrar filas con los nuestros basta para despistarnos. Todo vale después de acostumbrar el ánimo. Y así se dilata la holgura de lo soportable, hasta convertir en irrelevante lo terrible. Hasta romper nuestro compromiso con la humanidad y la decencia, con tal de garantizar nuestra supervivencia miserable.
No sé si es que aprendemos a convivir con el malestar o es que, a lo peor, aquellas injusticias nunca nos molestaron tanto. O acaso sea el maldito umbral de tolerancia que hace que todas las desgracias, incluso las más propias, acaben por volverse ajenas. En el fondo somos una máquina de precisión. Pase lo que pase, creeremos estar sintiendo como nunca aunque terminaremos olvidando como siempre.
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