Horizonte
La denostada política catalana de Rajoy
Como resultó patente el pasado miércoles, el independentismo se está consumiendo
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Iniciar sesiónCierto cual es que España sigue viviendo de los presupuestos de Cristóbal Montoro, no es menos verdad que también sigue en vigor el planteamiento del Gobierno Rajoy para frenar el movimiento independentista de la Generalidad. O ¿acaso puede alguien decirme algo concreto que haya hecho ... en esa región española el Gobierno del doctor Sánchez, aparte de haber ganado una moción de censura en las Cortes con el voto de los diputados que promovían la independencia de Cataluña?
Ya nadie en su sano juicio duda de que los que han sido juzgados por el Tribunal Supremo van a tener sentencias condenatorias. Las pruebas y testimonios presentados en el juicio son apabullantes, como demuestra que los aliados de los procesados supliquen sentencias que permitan «mantener el diálogo». Es decir, que no quieren que haya Justicia. Mal deben de ver las cosas.
Fueron muchas las críticas que se hizo en su momento al Gobierno de Rajoy por su inacción en Cataluña. Pero la realidad es que las cosas no han ido tan mal como podrían haber discurrido si se hubiese hecho uso de la fuerza. Una de las pruebas del éxito de aquella política fue que, en contra de lo que Puigdemont y sus iluminados vendían a su electorado, jamás consiguieron el más mínimo reconocimiento de un Estado soberano. Ni de la Venezuela de Maduro, que en su enfrentamiento con el Gobierno español bien podría haber hecho esa apuesta. Y también lo intentaron a fondo con el Gobierno israelí, con el que el nacionalismo catalán ha tenido una relación privilegiada desde tiempos de Jordi Pujol. Pero tampoco.
Como resultó patente el pasado miércoles, el independentismo catalán se está consumiendo solo: tanto cocinarlo, el potaje se está evaporando. Es casi inverosímil que en una región sometida a la intoxicación permanente de una televisión pública caracterizada por una propaganda más propia de la Unión Soviética que de la Unión Europea, el llamamiento a acudir a la manifestación del 11 de septiembre haya tenido un seguimiento un cuarenta por ciento inferior al del año pasado y de sólo una tercera parte de la de hace un lustro. Y prefiero hablar de la proporción de las cifras dadas por la Guardia Urbana de Barcelona, no de las cifras propiamente dichas. Porque ni me creía en 2014 que se hubiesen concentrado 1,8 millones de personas ni me creo que anteayer hubiera allí 600.000 almas, por más que en la Diagonal «no se viera tanto monovolumen desde que entró el general Yagüe» el 26 de enero de 1939, Sostres dixit. Porque como muy bien dice mi admirado Salvador, los independentistas saben que esto se ha acabado, pero no quieren admitirlo.
Como me decía el pasado sábado en una boda un exministro de UCD, después dedicado a la banca y a presidir una de las grandes fundaciones de este país, el independentismo ha aprendido varias cosas en estos años: primero, que aquí no hay violaciones políticas, sino violaciones penales, y eso acaba con la persona del delincuente en la cárcel. Segundo, que el 155 se puede aplicar. Y que cuando se hace, las masas no se echan a la calle para protestar. Al contrario, se quedan en su casa y, como mucho, se consuelan con la propaganda de TV3 sobre «el Gobierno en el exilio». Pero nadie sale a la calle a dar la cara por los criminales. Y tercero, que el 155 dio como resultado, por primera vez, la victoria electoral de un partido constitucionalista. Otra cosa es que Albert Rivera derrochase después ese triunfo. Pero eso puede volver a ocurrir. Sólo le faltó a mi amigo añadir que éste es el resultado de la política de Rajoy. Pero eso hoy todavía es políticamente incorrecto. Ya cambiará.
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