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Carta a José Antonio Zarzalejos

Querido señor Zarzalejos:

Una sentencia judicial acaba de condenar por difamador al locutor radiofónico que durante años le dedicó los insultos más rastreros y soeces, a la vez que ensuciaba el nombre de este periódico. El difamador ha anunciado que recurrirá la sentencia; y es ... una suerte que lo haga, porque así tendremos ocasión de celebrar su fracaso en cada una de las sucesivas instancias en que su pretensión irrazonable choque con la razón jurídica, pues la libertad de expresión que el difamador invoca en su descargo nunca podrá amparar sus vituperios. La libertad, en sí misma, no es más que un movimiento; hace falta determinar la dirección de ese movimiento para establecer si tal libertad merece ser protegida jurídicamente. Lo que configura el ámbito de una libertad es el para qué; y, del mismo modo que no hay libertad sexual para violar muchachas ni libertad de reunión para planear magnicidios, no hay libertad de expresión para propalar infundios o pisotear honras. Mucho menos para pisotear la honra de quienes se resisten a propalar infundios, como hizo el difamador con usted.

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