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El carcelero de Lledoners

La gesticulación es lo único que les queda a los independentistas, y por eso recurren a ella, pero siempre desde la sumisión autonómica y la obedencia legal

Salvador Sostres

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El 9 de noviembre de 2015 vino antes del 27 de octubre del año pasado y los independentistas saben que si vuelven a hacer lo mismo, volverán a sufrir las mismas consecuencias. La gesticulación es lo único que les queda, y por eso recurren a ella, pero siempre desde la sumisión autonómica y la obedencia legal.

Lo que ha aprobado el Parlament es la amenaza de un hecho que ya ha sido consumado y con nefastas consecuencias para ellos. El espejo de su impotencia, pues no sólo han pagado un precio personal y político altísimo a cambio de no haber logrado nada, sino que además han dejado al descubierto su fraudulenta mediocridad, pues el proceso que hoy han votado que quieren volver repetir, culminó el pasado mes de octubre con la declaración de una independencia que no tenían preparada, que sabían que de ninguna manera iba a fructificar, y a la inmediatamente renunciaron acatando el artículo 155 y presentándose como buenos partidos autonomistas a las elecciones también autonómicas que para el 21 de diciembre convocó el presidente Rajoy.

La comedia independentista se concretó del modo más cínico el miércoles, cuando el presidente de la Generalitat, Quim Torra, acudió a la prisión de Lledoners a recibir a los líderes presos y a protestar por su cautiverio, cuando es la Generalitat quien controla el funcionamiento de las prisiones catalanas. Si tan “república” cree que Cataluña ya es -Torra no se cansa de repetirlo- bien podría abrir las puertas de la prisión y asumir la desobediencia, o mejor dicho, el primer «acto republicano», de hacer él mismo lo que tanto le reclama a España.

Si no lo hace, si no tiene el «valor republicano» de hacerlo, ni la dignidad personal de estar a la altura moral, política y física de lo que exige a los demás, es porque sabe mejor que nadie que la llamada «república catalana» no existe, que la declaración de independencia fue un fraude premeditado, que Cataluña es tan indiscutiblemente española como siempre y que el Estado tiene una fuerza y capacidad operativa a las que no está dispuesto a enfrentarse, porque tiene perfectamente claro que no sólo no podrá derrotarlas sino que el derrotado será él y le caerá encima todo el peso de la Ley.

Torra puede votar en el Parlament lo que quiera, pero él es el carcelero de Lledoners, y a los que tanto llama «presos políticos» los tiene encarcelados bajo sus transferidas órdenes; y si ahí siguen es porque él y sólo él prefiere acatar, respetar, cumplir y hacer cumplir la legalidad española, y por lo tanto catalana, a poner en riesgo su cargo de presidente y su vida en libertad. ¿«Som república», Quim? Sólo hasta que llega la hora de pagarla en cash.

Puede resultar molesto, ofensivo o incluso humillante. Pero la carraca independentista es sólo postureo, y no porque lo diga yo o, o porque lo diga el Gobierno, sino porque ellos son los primeros que saben que hay una clarísima línea roja marcada en el suelo y que les espera la cárcel o el destierro si la traspasan.

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