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La tercera

Biden, el presidente que flota

«No digo que no convenga hacer ciertas cosas con sigilo y entre pocos (Europa suele actuar con una lentitud paquidérmica y un sentido poco claro de su rol en el mundo libre), pero sí que a Joe Biden debemos reclamarle que relance la idea, es decir los valores, de Estados Unidos en un mundo donde los populismos autoritarios han ganado demasiado espacio y los países que representan la libertad andan como intimidados»

Álvaro Vargas Llosa

A Biden resulta mucho más fácil colocarle adjetivos que sustantivos. Puede decirse que es sosegado, que su presidencia es amable, su estilo urbano. No acuden, en cambio, a la lengua palabras como ‘liderazgo’, ‘visión’, ‘transformación’ o ‘símbolo’.

Que su popularidad se esté deshaciendo como un ... terrón de azúcar cuando no cumple diez meses en el cargo es lo de menos. Lo de más es que no haya una razón que lo justifique. La economía va mal, sí, pero ya estaba lastrada por un déficit ciclópeo y una deuda salida de un cuento para asustar a los niños antes que de la contabilidad del Estado. Y, aunque haber revertido una de las pocas cosas que Trump había hecho bien (como desregular ciertas actividades atrapadas en un laberinto de Creta regulatorio) ha contribuido a frenar la recuperación, no es a Biden a quien hay que achacarle lo esencial del estado de cosas sino a una inercia que lleva años. El que sólo se hayan creado 194.000 puestos de trabajo el mes pasado en vez de los 500.000 que se esperaban, tiene más que ver con una herencia estructural a la que han contribuido demócratas y republicanos que a la presidencia de Biden.

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