La alberca
Nos tienen abandonados
Portaos bien y haced caso a papá, que el presidente ya no puede hacer más
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Iniciar sesiónEsta semana, mientras en el Congreso se celebraba un concurso de chillidos, el bar de mi calle ha cerrado para siempre. Puede parecer alegórico, pero se trata de un suceso hiperrealista. El bienestar nos queda cada día más lejos. Ahora el médico nos atiende por ... teléfono y el café nos lo trae un motorista. Sin embargo, los políticos siguen dando funciones diarias de su sainete en mitad de un erial. Son como los jeques que montan una jaima de lujos y excesos en el desierto. Nos tienen abandonados. La pandemia se extiende por el país colándose por las rendijas del caos y ya somos otra vez líderes de Europa en contagios y en ruina. Cada día se echa una persiana nueva en el barrio, muere un vecino más cercano, se le acaba el Erte a otro en el bloque... Y el presidente Sánchez salió ayer para darnos un mensaje abracadabrante. Portaos bien y haced caso a papá, que yo ya no puede hacer nada más. Me recordó a un guardia civil festero que había en mi pueblo. Una noche se formó una juerga en los veladores de la plaza y uno de los de la reunión fue a por la guitarra. El guardia estaba haciendo la ronda por la zona y cuando vio el cachondeo se acercó. En ese momento la vecina del primero, que tenía que levantarse temprano para trabajar y no había podido pegar ojo, se asomó a la ventana con la intención de negociar: silencio o llamo al cuartelillo. Pero la estampa que se encontró la descompuso. El civil estaba con el tricornio en la mano cantando por Bambino. Y la pobre sólo pudo suspirar en su abandono: «Ay, madre mía, ¿y ahora a quién llamo yo?».
La sensación que tengo cuando pongo la tele y veo los debates parlamentarios o las homilías del presidente es como la de aquella mujer en su alféizar de madrugada. De desabrigo. Esa Irene Montero desgañitada. «¡Yo me voy a la cama con quien me da la gana!». El feminismo vencido por la chabacanería. Ese Abascal haciendo sus cuentas políticas para comerse al PP en una moción de censura surrealista. Ese Pablo Iglesias bramando contra la ultraderecha desde la ultraizquierda. Esas contestaciones al rival que ya vienen escritas desde casa porque nadie piensa escuchar al otro. Esos insultos zafios que no se usan ya ni en los corrales... Los políticos contemporáneos se han refugiado en su pompa y nos han dejado tirados en la gran crisis mundial del siglo XXI. Nos toca, una vez más, salir solos de esta tragedia. Porque lo de Pablo Casado es un espejismo. Su discurso en la moción fue tan esperanzador que lo acabará pagando. En el escenario actual, la moderación, el sentido común, la tolerancia, la legitimación del contrario, la defensa de los valores constitucionales y del espíritu de conciliación, el rigor o sencillamente la profundidad dialéctica no tienen cabida. Casado será víctima de la gran paradoja española. No se le perdonará el triunfo. En una sociedad tan polarizada como esta no hay espacio para la serenidad. El vandalismo ideológico, o mejor dicho, el gamberrismo partidista, expulsa a patadas a quienes eligen el camino de la mesura. Por eso Iglesias escogió la agresión más efectiva para tumbarlo: el elogio. Estos políticos matan a besos. Por eso el presidente nos anunció ayer: españoles, sois los mejores, pero ahí os quedáis con vuestros presidentes autonómicos. Suerte.
Siento ser tan pesimista, pero cada vez me encuentro más lejos de todo. Antes me preocupaba la distancia con los políticos. Ahora me inquietan sus consecuencias. Cada día tenemos más cerca el virus y más lejos la democracia. La alegría ha pegado el cerrojazo en mi calle y en el local que deja vacío va a montar su negocio la soledad.
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