CONFIESO QUE HE PENSADO

PURO TEATRO

SANTIAGO y SANTIAGO

LA vida es puro teatro, cantaba La Lupe. Y la política también, por desgracia. ¿Cómo, si no, podría explicarse que quien ayer veía las cosas negras, al día siguiente las pueda ver grises y unos días más tarde, acaso por arte de magia, blancas como ... una patena? Es el caso de la nueva consejera canaria de Empleo, la socialista Francisca Luengo, durante años el principal azote del presidente canario, el nacionalista Paulino Rivero, con quien hace una semana se fotografiaba en actitud sumamente cariñosa en el estreno de su cargo. Por supuesto que Luengo, como cualquier mortal, ha podido cambiar de opinión por el motivo que sea, bien a través del raciocinio, bien mediante la aparición de un ente paranormal que la haya hecho desistir de su encorajinada actitud, pero da la casualidad de que, en este caso, su percepción cromática ha cambiado coincidiendo, primero, con el desembarco de su partido en el organigrama del poder autonómico después de años sin conocer poltrona; luego con su propio ascenso a puestos de máxima responsabilidad.

Con todo, Luengo no es una excepción, sino un mero ejemplo de la pérdida de valores que caracteriza a la casta política. Su radical cambio de rumbo, igual que el de su partido, igual que los que acostumbran a protagonizar otros partidos en tantos pueblos, ciudades y regiones, evidencia que ni todo debía ser tan negro antes, ni mucho menos debe ser ahora tan blanco como pretenden pintarlo. Partiendo de dicho supuesto, desembocamos en el siguiente silogismo: si una formación política que presume de tal sitúa el interés común como su principal objetivo y, pese a ello, apoya con desmesura a quien hasta hace poco acusaba de haberse convertido en poco menos que un sátrapa, llegamos a la conclusión de que alguien le ha estado tomando el pelo al personal.

La política es un arte en el que confluyen sentido común y diálogo, y precisamente por ello resulta imprescindible establecer acuerdos. No obstante, determinadas actitudes marcadas por el histrionismo que llevan no sólo a descalificar continuamente al adversario, sino incluso a negarle virtud alguna, sumen a sus protagonistas en el mayor de los descréditos cuando, por mor de intereses más o menos públicos, más o menos personales, más o menos espurios, acaban besando a quien antes, supuestamente, detestaban.

Por ello, si un gobierno lo puede hacer mal, espantosamente mal, una oposición lo puede hacer incluso peor, espantosamente peor. Y cuando, en nombre del ansiado poder, ambas desgracias se confabulan en una sola dirección, el paisaje, esta vez sí, se viste de negro. Sin matices.

PURO TEATRO

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