Mini Cooper vs. Mini Cooper D, los números «cantan»... y mucho
Hay que descubrirse ante la firma de Oxford de BMW Group: de un modo u otro ha sabido mantener la esencia de un vehículo nacido en 1959 corrigiendo en este medio siglo todo lo que fallaba. El actual tiene sus «lunares», pero sin duda es un producto exclusivo y de altísima calidad coronado por un plantel mecánico y de motores de solera. Sobre estos, lo analizamos con los de gasolina y gasóleo que impulsan sus versiones Cooper más accesibles, con una diferencia económica nítida a favor del primero.
El Mini podría protagonizar uno de esos sorprendentes vídeos en los que, visto de perfil, cambia desde su primer edición a la actual (la cuarta , pues el genuino, de 1959 a 2000, se mantuvo casi invariado, y los tres restantes son los ... de la era BMW Group) transformándose sobre sí mismo para seguir tal cual. Sí, porque uno mira al de nuestros días y no deja de ver el coche que Sir Alec Issigonis, ideólogo del «invento», dibujó en la servilleta de un bar.
Curioso, porque de aquel, de 3 metros de largo, nos hemos ido a un señor utilitario ( más detalles pinchando aquí ) que exhibe 3,82. Su interior, como por comparación sabrán los que llevaron el original, no da mucho más de sí: por entonces estaba aprovechado en extremo a base de ruedas muy pequeñas y un habitáculo casi hueco con una disposición mecánica pensada para asegurar el transporte de cuatro pasajeros y algo de equipaje (hasta la portezuela del maletero abría hacia atrás). Ahora es un coche convencional, con el motor «en su sitio», un lujoso guarnecido y medidas de seguridad que recortan centímetros aquí y allá y dejan poco espacio, sobre todo para los pasajeros traseros.
Un poco más
Con todo, y frente a su antecesor, el nuevo Mini libera milímetros en las plazas traseras, de modo que si los asientos delanteros no viajan muy retrasados los posteriores pueden acoger a dos pasajeros (homologa cuatro plazas) de alrededor de 1,70 metros, en el mejor de los casos. Pero, a mi modo de ver, y en la práctica, sigue siendo un 2+2...
Gana maletero: parte de 211 litros, válidos para los enseres de una pareja ante una escapada de fin de semana, por ejemplo. Para ello, la marca se ha empleado con ganas y ha dotado al hueco de piso móvil y respaldos de inclinación variable, a costa de quedar verticales.
De paso, pone las cosas en su sitio: me refiero a mandos antes desperdigados ahora en posiciones más sensatas, como los botones de los elevalunas en las puertas o el grueso de la instrumentación de marcha detrás del volante. Y eso que sigue habiendo multitud de pequeños pulsadores hasta en el techo, lo que obliga a un período de adaptación para dar con todo. Por cierto, el arranque se realiza pulsando un botón rojo que emula a los coches de competición si pedimos la opción de acceso sin llave (295 euros).
A golpe de talonario
De eso, y como no podía ser de otros modo, el nuevo Mini sabe un rato: ofrece de todo, pero pagando. Para hacerse a la idea, nuestras unidades de pruebas sumaban extras por valor de más de 6.000 euros cada una, mucho si tenemos en cuenta el precio de salida.
Cierto: podemos pedirlo con suspensión variable por 500 euros, con faros LED por 800, con instrumentación duplicada Head-up Display por 500 euros más (asociada a un navegador que cuesta 2.200 euros) y con un sinfín de elementos que contemplan diferentes tapizados de piel (al menos 950 euros) y elementos decorativos capaces de determinar un coche sin igual. Pero, lo dicho, para ello habrá que «rascarse» el bolsillo a modo. ¿6.000 euros como en nuestro caso? Y más del doble «metidos en harina»...
En fin, un capricho cotizado hasta de segunda mano. Así es el nuevo Mini . En esta nueva etapa perpetúa su proverbial agilidad de marcha «Go-kart» de la que tanto presume la marca. Sigue mostrando reacciones rápidas y vivas, divertidas con buenas manos y en tramos de carretera atiborrados de curvas. A cambio, pasa factura en confort, sobre todo si calza llantas de 17 pulgadas opcionales (no digamos de 18, por 1.800 euros). Así se nota muy firme y, en ocasiones, obliga a pequeñas correcciones de volante para llevarlo recto por lo directo de su dirección.
Ojo, en modo alguno es difícil de llevar, todo lo contrario. Pero casa mal con los baches y «lomos» tan frecuentas en nuestras carreteras. Por cierto, frena con potencia y resistencia.
¿Cooper o Cooper D?
Por lo que toca a motores, esta nueva hornada Mini ha estrenado varios, como los de tres cilindros y 1,5 litros que nos ocupan, fabricados en aluminio y que animan a los Cooper y Cooper D dotados de inyección directa y turbocompresor.
El primero, de gasolina, fija 136 CV/230 Nm, que en el diésel Cooper D son 116 CV/270 Nm. Para ser tricilíndricos, despliegan un quehacer suave, progresivo y bastante silencioso, aunque acelerando con ganas liberan el clásico sonido de motores similares, un tanto «molinillo».
Buenos empuje desde parado y velocidad punta, junto a un reprís suficiente gratifican, pero no son tan deportivos como cabría pensar. Por cierto, llevan parada y arranque de motor para ahorrar en semáforos, algo tosco por abrupto.
Precisamente, el gasto de nuestros protagonistas vuelve a ser parejo, con una media real, conforme a nuestras mediciones, de 5,7 l/100 km en el Cooper y de 5,5 para el Cooper D. Si exprimimos el primero el gasto subirá un litro más y el diésel se contendrá en la barrera de los 6 l/100 km. Aún entonces, seguirán siendo valores más que correctos... pero también muy próximos entre sí.
Tanto que, en cierto modo, dejan en entredicho las posibilidades del Cooper D. Y es que a tenor de los precios vigentes de los combustibles amortizarlo, usarlo saliendo más barato, frente a un Mini Cooper obligará a completar la friolera de ¡170.000 km!; una eternidad (son 77.500 km atendiendo al optimista gasto oficial).
De modo que, como concluimos en casos parecidos, ese apreciable salto económico bien puede ir destinado a hacerse con alguno de los citados y sugerentes extras como «guinda» para tan sabroso pastel, ¿no les parece?
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