artes&letras
Juego de Máscaras
Xavier Mascaró en la Fundación Antonio Saura de Cuenca
por josé ángel garcía
Conocido hasta ahora sobre todo por esos sus «Guardianes» que, simbólicos custodios de los valores de la vida, aposentaran su monumentalidad tanto en las salas del IVAM levantino como en el jardín del Palais Royal parisino, los urbanos paseos madrileños del Prado y Recoletos, la ... sevillana Plaza Nueva o los malagueños espacios de la plaza de La Marina y el paseo del Parque o por, junto a aquéllos, sus embarcaciones, férreas metáforas de trayecto y tránsito, el escultor Xavier Mascaró oferta desde finales del pasado febrero y hasta el 26 del venidero mayo en Cuenca, en las salas de la Fundación Antonio Saura, otra en muchos aspectos diferente faceta de su quehacer artístico.
Conocido hasta ahora sobre todo por esos sus «Guardianes» que, simbólicos custodios de los valores de la vida, aposentaran su monumentalidad tanto en las salas del IVAM levantino como en el jardín del Palais Royal parisino, los urbanos paseos madrileños del Prado y Recoletos, la sevillana Plaza Nueva o los malagueños espacios de la plaza de La Marina y el paseo del Parque o por, junto a aquéllos, sus embarcaciones, férreas metáforas de trayecto y tránsito, el escultor Xavier Mascaró oferta desde finales del pasado febrero y hasta el 26 del venidero mayo en Cuenca, en las salas de la Fundación Antonio Saura, otra en muchos aspectos diferente faceta de su quehacer artístico.
Cambiando el hierro que, tras sus iniciales pasos con el bronce, había venido siendo su material preferido – «me atrae el carácter que tiene el hierro, la fuerza, la calidez que transmite, su aspecto orgánico» – por una conjunción de placas de aluminio aquí y allá complementadas por el uso de mallas metálicas de más o menos tupida textura a las que también pueden unirse ocasionalmente cuentas o jirones de tela de gasa o de arpillera, la obra, nueva obra, que Xavier Mascaró (París, 1965) presenta en las dos plantas superiores de la Casa Zavala, el edificio del casco histórico de la capital conquense que alberga la sede de la Antonio Saura, se conforma como una serie de propuestas mayoritariamente antropomórficas centradas en la idea y forma de la máscara a las que en algún contado, muy minoritario, caso se añaden figuras no humanas, en concreto caninas, fruto estas últimas, según declaración del propio artista, del contacto con la imaginería mexicana propiciado por la apertura de su taller en aquel país. Se trata de una interesante proposición - introspectiva, ritual y mágica - que se complementa, en otra de las construcciones emblemáticas de la ciudad, el Teatro Auditorio de la hoz del río Huécar, con una pequeña muestra de su anterior y más monumental trayectoria.
Una propuesta inquietante
Y es que la máscara, trasunto no sólo etimológico sino también psicológico de la propia idea de persona, que igual puede identificar al personaje que la porta que, en ambigua y paradójica función, ocultarlo, le sirve a Mascaró para, desde el mayor o menor formato de sus distintas realizaciones (las aludidas chapas o placas de aluminio como elementos configurantes del fragmentado y poroso tegumento que en unión con el propio vacío conforma el volumen y realidad de cada máscara, a veces complementada por las casi fantasmales prolongaciones corpóreas sugeridas por las también ya antes mencionadas mallas metálicas o prolongada en un igualmente metálico genoma inconexo), le sirve, digo, para proponer al visitante de la muestra - desde la plural y varia oferta ya en solitario, ya en agrupada panoplia de sus esculturas, ora exentas, ora acogidas al amparo de urnas y vitrinas, ora ubicadas en paneles - un inquietante recorrido por una desasosegante panoplia de formas, despliegue de una bien personal cartografía humana a la par más acá y más allá del propio existir, en que materia y hueco, forma y vacío entablan un más que fecundo diálogo al que, en ocasiones, se alía el propio juego de reflejos y sombras propiciado, sobre los muros de las estancias expositivas y sobre la propia superficie de la obra, por la buscada iluminación de un montaje que acentúa sabiamente esa condición de «dibujo en el espacio» que, en palabras de Julio González, caracterizaría a la escultura y que, si no siempre, sí desde luego en esta ocasión le viene como anillo al dedo a la ejecutoria mascaroniana.
Juego de imágenes
Como espléndido complemento a la obra del escultor la exposición de la Fundación Saura añade a las realizaciones de éste, en fecundo toma y daca de imágenes - representación sobre representación, representación de la representación - sendas aportaciones visuales de Eulàlia Ramon y de Pepe Caraballo. Si la primera nos acerca a través de su trabajo con la cámara al propio Mascaró y a su proceso creativo en un trabajo de exquisita sensibilidad que la actriz y fotógrafa inició en el año 2002 como un ejercicio de reflexión sobre la naturaleza del hacer plástico, el segundo – al frente de un equipo constituido por David Davidovich, Mario Jiménez, Juan Diego Yanda y Javier Arenas más la aportación musical de elijo de murphy – recrea los universos de ambos artistas tanto con el video-cartel de la muestra, concebido sobre una fotografía de Eulàlia, como con una atractiva serie de piezas visuales que pueden disfrutarse en la planta baja del edificio de la Fundación.
Juego de Máscaras
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