De empresarios a narcotransportistas
Sito Miñanco, el «clan de los Charlines» o Laureano Oubiña forman parte de esa familia de históricos del narcotráfico
e. pérez
Son todos los que están, pero no están todos los que son. El negocio de las drogas ha dado un giro de 180 grados en las dos últimas décadas. Sito Miñanco, el «clan de los Charlines» (toda una saga familiar), el ya fenecido Pablo Vioque ... o Laureaño Oubiña forman parte de esa familia de «narcos» de rompe y rasga. Aquellos que lejos de ocultarse buscaban salir en la foto y aparecer en el ranking de las grandes fortunas.
Exhibían músculo de poderío paseándose en cochazos de lujo que guardaban a buen recaudo en grandes mansiones. Pazos como el de Baión —adquirido por la familia de Laureano Oubiña con los beneficios derivados del tráfico de estupefacientes— pasó de ser el símbolo de la ostentación al de la lucha de las madres de drogodependientes, que en 1990 lo asaltaban dirigidas por Carmen Avendaño cuando el narcotraficante fue absuelto de la famosa «operación Nécora».
Se habían ganado el respeto de la sociedad sembrando el miedo. Hoy aquellas organizaciones piramidales que contaban con un patriarca bien identificado ya no existen como tales.
Con los narcos de referencia fuera de juego, las nuevas generaciones vienen pisando fuerte, y tras un par de años de tregua, entre 2009 y 2012, el negocio se reinventa. Aquellos empresarios de los 80 con aspiraciones de alta burguesía son a día de hoy narcotransportistas a los que no le duelen prendas por venderse al mejor postor. Un mercado controlado por los contrabandistas colombianos, conocidos como los «reyes de la cocaína». La figura del capo pasa a un segundo plano, y la discreción se presenta clave en el negocio.
Los dos últimos golpes asestados al narcotráfico dan fe de ello. «El Ratonero», el buque gallego apresado en alta mar con 3.600 kilos de cocaína a bordo en 2012; y esta última, «Albatros», confirman la reactivación por mar de las rutas tradicionales de la droga y la fuerte vinculación de los «narcos» gallegos con las mafias sudamericanas dedicadas al contrabando de estupefacientes. A su favor juega el conocimiento de las zonas por las que se mueven y su anonimato.
Si bien, hay un claro cambio en los patrones del tráfico marítimo. España, puerta tradicional de la entrada de droga a Europa, está perdiendo posición estratégica, y de su mano, Galicia. «Ya no entra tanta droga como antes», aseguran fuentes de la lucha contra la delincuencia organizada de la Guardia Civil.
Las potentes redes de tráfico de cocaína utilizan ahora mecanismos más modernos como la introducción de droga a través de contenedores, que camuflan entre fruta, ropa o pescado congelado, lo que ha obligado a mejorar los dispositivos de detección. Se ha instalado la tecnología más puntera en puertos que, como Vigo o Marín, están considerados puntos calientes de este nuevo modelo, según las mismas fuentes.
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