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Manuscritos de 1852 a 1854

Las páginas olvidadas del juicio al hombre lobo

Dos mil páginas manuscritas repartidas en 7 volúmenes forman la única causa judicial documentada en España por licantropía. Su protagonista dio nombre a la leyenda negra del «sacauntos»

Las páginas olvidadas del juicio al hombre lobo muñiz

patricia abet

En los sótanos del Archivo del Reino de Galicia se custodian, desde el año 1775, los documentos administrativos que tienen como ámbito de actuación la Comunidad gallega. En origen, el Archivo estaba situado en Betanzos y constaba de siete bóvedas, una para cada uno de los Reinos. Bajo llave, en estas dependencias se guardaban códices, causas, mapas, pleitos, bulas y materiales de incalculable valor que en algunos casos se remontan al año 1501. Millones de hojas de papel que alineadas suponen 25 kilómetros de estanterías repletas, aunque sus empleados solo necesiten cinco minutos para dar con el documento en cuestión.

A lo largo de los siglos, este Archivo que ahora se mima con celo extremo en La Coruña fue víctima de numerosos expurgos. Se trató de limpiezas que a menudo desembocaban en la eliminación de un buen número de causas criminales, las menos protegidas por quienes realizaban esta tarea. En ocasiones, mucha de la documentación que se salvaba de las purgas acababa siendo destruida coincidiendo con conflictos militares. Durante la Guerra de la Independencia, por ejemplo, el papel se usó para fabricar cartuchos para los cañones. «De casualidad», reconoce la actual directora del Archivo del Reino de Galicia, Carmen Prieto, se salvaron del olvido los siete tomos que componen la única causa en España contra un hombre lobo, el proceso tras el que Manuel Romasanta fue condenado a cadena perpetua.

El interés que el caso despertó en su época — sumando un buen número de reseñas en periódicos locales , españoles e incluso internacionales— se retomó muchas décadas después, convirtiendo el juicio contra Romasanta en una de las entradas más solicitadas del Archivo. Los datos revelan que, desde el año 2003, se realizaron 7.778 copias en papel y 5.942 copias digitales de documentos del juicio. Las partes más solicitadas son las portadas de los tomos y algunos de los anexos a la causa, como el pasaporte del condenado, el calendario lunar que portaba cuando lo detuvieron o su firma. Pero el juicio del licántropo supone más, en concreto, dos mil páginas manuscritas en las que se detalla, con suma minuciosidad, el transcurrir del proceso en el que Manuel Romasanta reconoció haber matado a nueve personas (entre mujeres y niños) tras convertirse en lobo en los montes gallegos.

La maldición de sus parientes

Uno de los documentos más llamativos de los que componen la voluminosa causa es la reseña que en su día elaboró el abogado de la defensa. Un total de 224 páginas recientemente publicadas por la Consellería de Cultura, en colaboración con el propio Archivo, que presenta un resumen de los dos años durante los que se dilató el proceso. La investigación contra el Tendero de Allariz arrancó en el verano de 1852, cuando «siendo cosa de las diez de la noche» tres vecinos de Nombela denunciaron a un segador con el que compartían labores en el campo. El señalado era Manuel Romasanta, hombre de 42 años viudo que en su primera declaración ya relató lo extraño de su caso.

Tal y como recogen los manuscritos de la época, el acusado confesó que desde que tenía 13 años «por efecto de la maldición de sus parientes [...] ha traído una vida errante y criminal cometiendo diferentes asesinatos y alimentándose de la carne de las víctimas». Sobre su modus operandi, Romasanta afirmó que «para ejecutar estos asesinatos no se valía de arma alguna, pues por efecto de la maldición se convertía en hombre lobo y las despedazaba con los dientes». El interés por el proceso físico que el hombre describió fue tal que varios doctores de la época lo analizaron en busca de rastros de licantropía. Sus declaraciones son reveladoras y fueron claves para la condena a muerte en garrote que se dictó en un primer momento contra el hombre lobo. «Manuel Blanco no es idiota, ni loco maníaco, ni imbécil y es probable que si fuera más estúpido no sería tan malo. No hay en su cabeza ni en sus vísceras motivo físico que trastorne el equilibrio moral, ni el más mínimo resquicio de haber perdido la razón, pero sí la bondad», concluyó uno de los exámenes médicos, todavía pegados a técnicas como la frenología.

La leyenda del «sacauntos»

En la causa contra Romasanta nunca se hallaron los cadáveres (solo la calavera de una mujer), pero su autoinculpación y los análisis médicos sirvieron para condenarlo. También pesó la acusación de una comarca que, según recogen los escritos, «estaba aterrorizada con la muerte de aquellas personas a las que, después de asesinar, tenía la crueldad de sacar el sebo que pasaba a vender a Portugal con lucro excesivo». En contra de Romasanta jugaron, asimismo, las cartas que tenía en su poder en el momento de su detención y que pertenecían a algunos de los desaparecidos que se suponían víctimas suyas. Los manuscritos que se conservan datan la primera sentencia contra el hombre lobo de Allariz en abril de 1853. Un fallo que lo abocaría a muerte en el garrote. Al poco tiempo, la causa fue revisada y la pena conmutada a cadena perpertua, pero unos meses después, un recurso vuelve a condenar a Romasanta a muerte. Finalmente, la reina Isabel II intercede y firma una orden para liberar al condenado de la pena capital, reduciéndose ésta a la perpetua.

Los dos mil folios que dan forma a la causa —y que la tinta mezclada con hierro que los redactores usaban ayudó a conservar— acaban con esta resolución. A partir de ahí, el devenir del único hombre lobo documentado en España es incierto. Su pista se pierde en la cárcel de Allariz, donde un certificado del director de la prisión da cuenta de su ingreso. Algunas teorías posteriores apuntan a que Romasanta acabó sus días en un penal de Ceuta, pero no existe documentación sobre su embarque hacia esa cárcel. Lo que sí se conserva a día de hoy es la leyenda negra del hombre lobo de Allariz, que la memoria popular tiñó de sangre y bautizó como el «sacauntos».

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