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el burladero

El despiece preceptivo

En lo que respecta a este esperanzador 2015, un Rey no puede lanzar campanas al vuelo ni tampoco parecer un cenizo

Carlos Herrera

PASADAS las horas precisas para haber escuchado todo tipo de interpretaciones y análisis acerca del discurso navideño de Felipe VI, podemos convenir que ha salvado el listón con suficiente holgura como para estar moderadamente satisfecho. Los discursos reales no están hechos para la emoción, ni ... son escenarios ideales para el calor verbal, el temblor de las ideas fuerza o de los efluvios afectivos indiscriminados. Un discurso real debe transmitir la misma agitación que un vademécum; no es un mitin y sí un índice de materias sensibles expuestas de forma cautelosa, aunque clara. La redacción de discursos de un Jefe de Estado imparcial no es tarea sencilla: debes ser nítido, pero sin pisar terrenos inadecuados, has de sugerir sin nombrar y tienes que ejercer todo escrúpulo posible sin que parezca que sobrevuelas la actualidad sin mostrar interés por ella, especialmente por los problemas espinosos. El redactor sabe que cada palabra va a ser desmenuzada en busca de alguna espoleta oculta y debe evitar explosiones incontroladas. Pero debe ser tajante en la descripción de la realidad, cosa que no se hace con farfolla exactamente. Cualquiera podría escribir un texto repleto de generalidades, lugares comunes y buenos deseos; cualquiera puede decir que está a favor del bien y en contra del mal; cualquiera puede rellenar folios sin decir nada, solo emitiendo juegos florales en subjuntivo. Cualquiera, pero no un Rey. Y especialmente, este Rey y en este momento.

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