EL ÁNGULO OSCURO
Progresismo y aborto
Esta ley sigue adaptando el alma humana a la mentalidad abortista
Esta ley sigue adaptando el alma humana a la mentalidad abortista
UN amigo me asegura que los «falsos progresistas» están muy enfadados con la reforma del aborto. «¿Cómo que falsos? –lo interrumpo–. Querrás decir auténticos. Lo que ocurre es que el Gobierno ha titubeado en su progresismo; y enseguida los auténticos progresistas han montado en cólera, como no podía ser de otro modo». Mi amigo, como muchas otras gentes bienintencionadas, pretende ingenuamente que hay un «progreso» fasto y otro nefasto, uno cuerdo y otro demente, y que el falso progresismo es el que junta todas las lacras. Ocurre esto –¡ay!– porque nos gusta dar a las palabras el significado caprichoso que nos conviene, a veces para apropiárnoslas, a veces simplemente para poder sobrevivir entre quienes se las han apropiado.
Chesterton, a quien tanto le gustaba jugar con las palabras, no tenía sin embargo rebozo en identificar el progresismo como la gran herejía moderna, consistente en «alterar el alma humana para que se adapte a sus condiciones, en lugar de alterar las condiciones para que se adapten al alma humana». En su bárbara y desalmada labor, el progresismo siempre se apoya –nos aleccionaba Chesterton– en el mecanismo del precedente: «Como nos hemos metido en un lío, tenemos que meternos en otro aún mayor para adaptarnos; como hemos dado un giro equivocado hace algún tiempo, tenemos que ir hacia delante y no hacia atrás; como hemos extraviado el camino, debemos también extraviar el mapa; y, como no hemos realizado nuestro ideal, debemos olvidarlo». Esta es la lógica maligna del progresismo; y contra esa lógica maligna no hay otra esperanza –citamos de nuevo a Chesterton– sino «arrepentirnos y retroceder».
¿Se ha arrepentido y retrocedido el Gobierno, al promover una nueva ley del aborto? No diríamos tanto como eso, pues salta a la vista que esta ley sigue adaptando el alma humana a la mentalidad abortista. Sin embargo, es de justicia señalar que la mentalidad abortista más rampante se ha puesto de uñas; en lo que se demuestra que el Gobierno ha osado infringir las líneas rojas que le traza el progresismo contemporáneo. Hasta la fecha, el partido conservador (progresista de derechas) siempre se había preocupado de respaldar los «avances» del Partido Socialista (progresista de izquierdas), manteniendo sus leyes intactas y contribuyendo de este modo a que las almas se adaptasen a las condiciones establecidas por el progresismo, cuya misión no es otra sino conducirlas hasta el barranco. Con esta nueva ley del aborto, el partido conservador osa desafiar el precedente, aunque no se arrepiente; es como si hubiese decidido retroceder, reconociendo que hemos extraviado el camino, pero sin atreverse a buscar el mapa que también hemos perdido. Desde luego, las posibilidades de volver a encontrar el camino que nos aparte del barranco cuando nos falta la guía de un mapa adecuado son más bien escasas, porque el mapa erróneo que nos han dado conduce invariablemente allí; y a lo máximo que podemos aspirar es a agotarnos en tierra de nadie.
Sospecho que todo retroceso que no se acompaña de arrepentimiento es como arar en el mar: quienes hoy lo celebran tal vez terminen lamentándolo, porque la mentalidad abortista seguirá adaptando las almas. Pero, de momento, esta anunciada reforma ha amargado a los progresistas auténticos la Navidad, obligándolos a salir en romería a reivindicar las orgías herodianas que tanto les molan. Algún mérito hemos de reconocer, pues, a esta reforma, aunque sólo sea por saltarse el precedente, que es el mecanismo en el que se apoya el progresismo. Yo sólo pido al cielo que las gentes bienintencionadas no olviden su ideal, que esta reforma desde luego no realiza.
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