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VIDAS EJEMPLARES

Bienvenido, Mr. Sheldon

Las exigencias de Adelson eran un escarnio para los empresarios que compiten en el libre mercado

Bienvenido, Mr. Sheldon

DE joven, mi tía Matilde fue dueña de un bar. Hoy debe andar por los ochenta y se dedica a pasear, al café con leche y a ver la tele. Pero si el Gobierno le regala un terreno para instalar una cafetería, le dice que en su local se permitirá fumar a tutiplén, la exime de pagar impuestos durante dos años y le garantiza que si pierde dinero con su negocio el Estado lo cubrirá todo; no tengan dudas, tía Matilde se erguirá de su mecedora con la agilidad felina de Ronaldo y se lanzará entusiasmada a abrir una rutilante red de cafeterías. Pues bien, esas, y más, eran las exigencias con que Sheldon Adelson se presentó en España para anunciar que levantaría un clon de Las Vegas en un secarral. En su carta a los Reyes Magos, Sheldon solicitaba a mayores retoques en las normas laborales, la construcción de un AVE y una autovía hasta sus casinos de Alcorcón, la entrada libre de niños y ludópatas e indemnizaciones si cambiaba el marco legal de España o de la UE. Además, solo se comprometía a aportar dinero para el 35% del invento, el resto, el bocado del león, habrían de adelantarlo los bancos.

Las exigencias de Adelson suponían un escarnio para todos los empresarios que compiten, como debe ser, a pecho descubierto en el libre mercado. En realidad, Las Vegas Sands demandaba unas leyes a la carta para privilegiar a su compañía, algo que solo se admite en las economías dirigistas más arcaicas, en las repúblicas bananeras o en los regímenes autoritarios. Sorprende la incongruencia de quienes enarbolan la admirable bandera del liberalismo y se lanzan a apoyar con entusiasmo que se vulneren los principios del mercado abierto para primar a dedo a un inversor. Hay por aquí liberales que podrían aprovechar algún rato de ocio para darle una releída –o tal vez una leída– a Adam Smith.

El proyecto de Eurovegas era muy interesante. Podría haber supuesto un formidable estímulo para el PIB madrileño y español. Lógico darle calor. Pero cuando Adelson exigió ponerse la ley por montera, resultaba imposible seguir plegando la cerviz y ha hecho bien el Gobierno en apearse. Toda la historia deja un embarazoso sabor a tocomocho. Y es que ya van tres, con políticos de todos los colores entregados a ensoñaciones de ruleta y tragaperras. En el 2005, Bono y Barreda soñaron con que aterrizaría en Ciudad Real «el mayor complejo de juego y ocio de Europa», El Reino de Don Quijote. Hasta se construyó un aeropuerto a la carta, que costó casi mil millones de euros y nunca ha funcionado. Los gigantes de Don Quijote eran molinos de viento: concurso de acreedores y de aquello nunca más se supo. En el 2007 la víctima fue Marcelino Iglesias, presidente socialista de Aragón, embelesado con Gran Scala, alias «Las Vegas de Los Monegros». El mayor centro de ocio del planeta: 15.000 empleos, 32 casinos, 7 parques temáticos. Todo en un villorio de 650 vecinos en medio de la nada. En el 2009 Aragón aprobó reformas legales para satisfacer a los inversores. A la hora de la verdad, nunca se presentaron. El tercer hito se apellida Adelson.

Después de leer «La riqueza de las naciones» se puede completar la tarde viendo «Bienvenido Mister Marshall». Será una velada productiva para dejar de hacer el gañán.

Bienvenido, Mr. Sheldon

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