La clave está en Rafah

Lo más crítico del empeño es desarrollar las operaciones de limpieza sin que conlleven un gigantesco daño a la población civil. Por ello, Tel Aviv ha ordenado a las FDI proceder a la evacuación de civiles. Cometido que habría de hacerse bien moviéndoles hacia el norte ―territorio ya expurgado―, asumiendo el riesgo de una exfiltración de terroristas camuflados entre los civiles, o bien empujándoles hacia el sur. Esta segunda posibilidad implicaría una peligrosa complicación para las relaciones entre Israel y Egipto, país en el que se conciertan la incuestionable corriente de simpatía popular hacia las penalidades de los gazatíes, con el temor gubernamental a una irrupción masiva de palestinos en el Sinaí. Un desestabilizador escenario que ha sido rotundamente rechazado por el presidente egipcio, Abdelfatá al-Sisi, quien se aferra a la solución de los dos estados, con un estado palestino independiente.

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Sobre tan complejo entramado, gravita la tentación gubernamental israelí de recolonizar la Franja tras la guerra, como medio para evitar una futura reproducción del 7 de octubre. Su potencial pistoletazo de salida sería cuestionar el estatus actual del Corredor de Filadelfia, zona de amortiguamiento desmilitarizada, de 14 km de largo por 100 m de ancho, entre el la costa y Kerem Shalom que, monitorizado por Egipto, materializa su frontera con la Franja. Porque, en Tel Aviv, y no sin cierto fundamento, se sospecha que el enorme volumen de armas y municiones empleados por Hamás haya penetrado en la Franja a través de la frontera egipcia. Seguramente, la situación final de la guerra vendrá estampillada por el resultado de la batalla de Rafah.