Mel y sus hombres del maíz
Mel Zelaya cambió el caballo blanco con el que tomó posesión en 2006 por un jeep del mismo color con el que lleva varios días recorriendo Nicaragua y tratando de retornar a Honduras. Con su chaleco negro y su sombrero de ala ancha, el presidente ... depuesto se plantó ayer de nuevo en la frontera de Las Manos donde prevé acampar, un lugar tan surrealista como la propia crisis que vive el país desde hace tres semanas.
«Voy acompañado por Dios y con la bandera de la paz», repite una y otra vez este mandatario que vaga por Centroamérica como alma en pena. En Las Manos lo esperaban ayer sus más fieles seguidores, los aguerridos pobladores de su tierra natal, Olancho. Caminaron siete horas por los cerros que circundan la frontera y se hicieron fuertes en el puesto fronterizo, por donde circulan personajes que parecen salidos de la pluma de Miguel Ángel Asturias.
Pero estos «hombres de maíz» que van llegando hasta la frontera respaldan en realidad a un terrateniente que un buen día se interesó por el socialismo del siglo XXI, esa extraña doctrina bolivariana que un día se encomienda a Marx y otro a Ahmadineyad.
«Luego te llamo, Lula»
Con un apoyo popular todavía en ciernes, Zelaya se ha ido ganando el favor de las clases humildes por ese espíritu campechano que está demostrando estos días. El viernes improvisó una rueda de prensa en un cruce cercano a Ocotal, el pueblo nicaragüense donde pernoctó. Bajó del jeep, caminó altanero hasta la mesa dispuesta en el asfalto y allí volvió a hablar de lo divino y lo humano, mientras atendía en el móvil las llamadas de mandatarios como Fernando Lugo, de Paraguay, o Luiz Inácio Lula da Silva. «Luego te llamo, Lula», le soltó al presidente brasileño, con el mismo tono desenfadado con el que se dirige a sus partidarios.
Pero en la tragicomedia hondureña los muertos los siguen poniendo los de abajo, aquellos que han llegado caminando hasta la frontera sur para apoyar a este iluminado derrocado en un golpe de Estado. En El Paraíso, el pueblo hondureño cercano a Las Manos donde se concentran los zelayistas, apareció ayer muerto un joven de 24 años, al que según algunos testigos la policía había detenido el día anterior.
«Vamos a velarlo todo el día acá mismo en la calle, para que todo el mundo vea como matan al pueblo», comentó Dimas, un zelayista que salió hace una semana desde la lejana San Pedro Sula, en la costa atlántica.
Una vez que cae la noche en El Paraíso, las rencillas entre la policía y los partidarios de Mel en el pueblo se entierran por unas horas. Aunque en la frontera sur rige ya un toque de queda permanente, en este pueblo fronterizo todos se conocen, y no es raro que policías y zelayistas compartan una cerveza Salva Vidas cuando se acaban las carreras, los gases lacrimógenos y las pedradas.
En el comedor «Melin», Nelson Duarte luce una camiseta con la leyenda «Urge Mel», el lema que repite la tropa zelayista desde hace tres semanas. A su lado, varios policías nacidos en el pueblo atacan un plato de frijoles y platanitos fritos: «Nosotros no somos ni de Zelaya ni de Micheletti; hacemos nuestro trabajo, nada más».
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