«Los rusos son enviados a luchar en masa, como hordas de zombis»
Los ucranianos se asombran de cómo sus enemigos muertos son abandonados en el campo de batalla sin que el resto reflexione sobre el destino que le espera
Mónica G. Prieto
El sargento Serhii Sanders , médico del Ejército ucraniano, tiene una curiosa teoría que le permite ironizar sobre una realidad que no parece admitir bromas. «Es como estar en guerra contra los zombis. Los rusos son enviados a combatir en masa, como hordas de ... zombis. Aquellos que mueren son abandonados en el campo de batalla sin que el resto reflexione sobre el destino que le espera, como si no tuviera cerebro. Nosotros tenemos menos hombres y menos armas pero tenemos cerebro, y por eso contraatacamos con éxito».
Sus interlocutores sonríen ante la ocurrencia frente al hospital número 2 de Kramatorsk, principal bastión de Kiev en la disputada provincia de Donetsk, donde casi tres meses de ofensiva rusa no han conseguido doblegar las defensas. «Aquí en Kramatorsk no se ha movido la línea del frente. Cuando comenzó la invasión, Rusia tomó lugares como Jersón, Mariúpol o parte de Zaporiyia pero después dejó de avanzar. Entonces comenzó nuestra contraofensiva y eso les frenó. Kramatorsk es ahora una zona segura. La situación en Bajmut es más complicada por los ataques aéreos, pero no nos vamos a ir de allí, ni tampoco de Slaviansk. No nos vamos de ningún sitio», sostiene el sargento, original de la ciudad rusa de Irkutsk pese al peculiar apellido con el que se identifica.
Muchos expertos coinciden con Sanders en el estancamiento ruso en diversas partes de Ucrania tras su retirada de Kiev, Chernigov y Járkov. La Inteligencia occidental lo atribuye a la decisión de Moscú de focalizar su ofensiva en el Donbass con el objetivo de consolidar su control sobre la franja de territorio que ansiaba en un primer momento y que se extiende por el sur, con el objetivo de alcanzar Odesa privando así a Ucrania de su vital salida al mar. Sanders, como otros uniformados, lo achaca a la falta de estrategia. «Tienen una población mucho mayor que la nuestra y uno de los ejércitos más poderosos, pero llevamos viendo pérdidas masivas de rusos desde el primer día. Cuando tomamos prisioneros, les preguntamos por qué combaten. “No lo sabemos, contra los nazis”. Yo sí sé por qué, por mi familia, por mis amigos y por mi país. Ya no son personas para mí, no siento nada al matarlos. Son zombis que quieren devorar a los míos».
«Cuando tomamos prisioneros, les preguntamos por qué combaten. “No lo sabemos, contra los nazis”. Yo sí sé por qué, por mi familia, por mis amigos y por mi país. Ya no son personas para mí, no siento nada al matarlos. Son zombies que quieren devorar a los míos»
No es una novedad: al mariscal soviético Georgy Zhukov se le atribuye una frase reveladora. Cuentan que Zhukov explicó al general estadounidense Dwight D. Eisenhower su método para limpiar los campos de minas en la II Guerra Mundial: enviar infantería como si no hubiera explosivos. «Las mujeres darán a luz a más hombres», comentó el mariscal en una frase que usada en Rusia como sinónimo de carne de cañón.
Atascados en Donetsk
A diferencia de Lugansk, donde la ofensiva se centra en conquistar el 10% de territorio que aún resiste en manos ucranianas, la masiva agresión de Moscú parece atascada en Donetsk, la otra provincia parcialmente ocupada por el Kremlin desde 2014 y donde Kiev sólo controla un 30%. El precio de la defensa del este ucraniano está siendo muy alto. Este domingo, el presidente Zelenski admitió que un centenar de soldados ucranianos mueren a diario defendiendo el este, sobre todo en Lugansk, donde las batallas de artillería son desesperadas. Los analistas coinciden en que sólo una vez que sea completada la ocupación de Lugansk los rusos lanzarán una operación masiva contra Donetsk, lo cual explica la resignación que muestran sus ciudadanos.
El viejo trolebús que renquea por las calles de Kramatorsk se antoja un anacronismo. En una parada de la calle Yuveleina, cuatro pasajeros se suman a la docena que ocupa sus sitios contrastando con las calles desiertas, fantasmagóricas, que caracterizaban la ciudad desde que un proyectil ruso matara a 59 personas en la estación de tren, el 8 de abril . Entonces, el ayuntamiento pidió a sus ciudadanos que abandonaran la localidad y un 70% lo hizo. A medida que se prolonga la guerra, muchos regresan resucitando tenuemente la vida en las calles.
«¿Qué podemos hacer? No hay trabajo y la gente no puede vivir del aire», explica Tatiana, supervisora del supermercado Semiá (Familia). «Al menos aquí no hay que pagar un alquiler, porque la gente tiene su propia casa y hay luz, agua, gas y comida, como puede ver». Los productos son repuestos gracias a camiones desde Dnipro y Petrovska. «Yo trabajaba en otro supermercado pero cerró con la guerra. Aquí me ofrecieron trabajo porque parte de los empleados se había marchado y no me lo pensé», explica mientras se abre paso entre la clientela, dos tercios de ella soldados con el casco puesto, el arma cruzada en la espalda y una cesta de la compra colgada del antebrazo. «Cada día veo caras nuevas que acaban de volver».
«Mi hermana y su familia, que se refugiaron en Ternópil, piensan regresar porque se les ha acabado el dinero. Sólo nos queda confiar en que Kramatorsk no caerá en manos rusas: tenemos mucha fe en nuestro Ejército»
Nastia no concibe salir de Kramatorsk. «Yo vivo aquí, trabajo aquí y no pienso marcharme», apostilla esta gerente de una cafetería que, desde el inicio de la guerra, se ha especializado en preparar comida para llevar. «Cada vez veo más gente en las calles y en el mercado. Varios de mis vecinos han vuelto. Mi hermana y su familia, que se refugiaron en Ternópil, piensan regresar porque se les ha acabado el dinero. Sólo nos queda confiar en que Kramatorsk no caerá en manos rusas: tenemos mucha fe en nuestro Ejército». Victoria, una jubilada teñida de rojo, se refiere a los uniformados como «superhéroes». «Son muy valientes, nos van a proteger, y sinceramente, si no lo logran, mejor morir en casa que lejos de ella. Mis hijos se marcharon a Leópolis y allí tampoco están seguros, así que ¿a dónde ir?»
El espectro del ataque de la estación permanece, pero es exorcizado con el paso de los días. El lugar está inactivo, desierto, con las manchas de sangre, el cráter y los arañazos de la metralla aún en el pavimento, los peluches colgados en la valla en memoria de los niños y una camilla de lona ensangrentada apoyada sobre la pared. Ataques más recientes y menos letales han ido limando el dolor de las memorias que suscita el tren, cuyo recorrido no ha sido reabierto. Tampoco impresiona la omnipresencia de carros de combate y uniformados o la proximidad del frente, a 30 kilómetros, porque Kramatorsk ya fue ocupada por separatistas prorrusos entre abril y julio de 2014 en la primera fase de este conflicto hasta que logró ser recuperada por una contraofensiva ucraniana: unas 60 personas murieron.
«Aquí la gente sabe lo que es la guerra y se marchó al principio, como ocurrió en el resto de ciudades ucranianas del Donbass, donde hubo evacuaciones masivas», explica el doctor Viktor Kriklii , cirujano jefe del Hospital número 1 de Kramatorsk encargado, ante la falta de clínicas y personal, de tratar a heridos de los pueblos de Donetsk aún en manos ucranianas, algunos bajo intenso fuego ruso. «La casa de una de mis enfermeras quedó completamente destruida en un bombardeo. Se estima que se han marchado tres cuartas partes de los residentes». Las autoridades estiman que unos 400 civiles han muerto y un millar ha resultado herido sin contar con las víctimas de Mariupol, con 20.000 muertos.
«La situación es muy complicada porque se está combatiendo cerca del hospital y porque no tenemos la formación específica que requiere la cirugía de guerra», explica Kriklii. «Nuestros pacientes llegan con heridas de metralla, una lesión atípica en un hospital civil. Desgraciadamente, desde 2014 tenemos experiencia. Recibimos mucho material gracias a la ayuda humanitaria pero nos urgen de hemo estabilizadores, plasma y medicamentos para patologías hepáticas o crónicas», explica desde su angosto despacho.
Regreso de empleados
Sanders añade a la lista torniquetes certificados mientras abre su ambulancia y muestra uno creado por voluntarios ucranianos con impresoras 3D: al usarlo, la manilla se parte o el velcro se despega antes de ejercer presión. «Hay buena voluntad pero no son eficaces. Tampoco tenemos personal suficiente: yo viajo con un asistente cuando necesitaría dos». El personal de Kriklii se ha visto reducido a la mitad. «De los 14 cirujanos, siete se fueron en febrero para salvar a sus hijos. Sólo quedamos seis. Lo compensamos trabajando el doble», dice. «Algunos empleados regresan gradualmente, y eso nos permite cumplir con nuestras funciones».
Al tiempo que disminuye su personal, se dispara el número de ingresados. «Nos traen pacientes no solo de Kramatorsk sino de todas las ciudades próximas», prosigue el cirujano jefe. «Muchas se han quedado sin sanitarios». En el hospital de Severodonetsk, en el vecino Lugansk, sólo tres doctores asisten a una población bajo fuego constante de artillería y aviación aislados del mundo por la durísima ofensiva rusa, según el gobernador Serhii Gaidai.
En el hospital número 1 de Kramatorsk, los casos más graves son desviados a Dnipro sólo si están estables, dado que el viaje implica varias horas por carretera. Con un centenar de camas, el centro -los sacos rellenos de sal que tapizan las ventanas para contener la onda expansiva han comenzado a florecer- ha llegado a acoger a 73 personas en un mismo día. «El 8 de abril, el día del ataque a la estación, recibimos una cantidad colosal de heridos en sólo seis horas. Nos ayudaron colegas de Slaviansk y Druzhkovka que vinieron en sus propios coches. Operamos hasta las once de la noche en siete quirófanos de forma simultánea, y logramos salvar a la mayoría de los que llegaron con vida. Desde entonces, 165 personas han sido operadas en nuestro hospital, de ellos 90 militares y 75 civiles».
La experiencia está formando a todos. «Cuando comenzó la guerra, en 2014, no teníamos armas, equipos sanitarios ni material militar. No teníamos algo que se pudiera llamar Ejército, porque los servicios secretos rusos habían vendido todo lo que quedaba, desde las armas a los helicópteros, tras la caída de la URSS. En 2014 no pudimos protegernos porque apenas teníamos cuatro brigadas. Ahora llevamos combatiendo nueve años y hemos adquirido experiencia militar, yo mismo combatí en el aeropuerto de Donetsk en 2015. Mis hermanos de armas tienen ahora el mejor entrenamiento. Mis doctores han sido condecorados por su trabajo», explica Sanders con orgullo. «Somos buenos combatientes pero necesitamos artillería, aviación, misiles y munición. Si nos lo enviáis, podremos proteger a todos porque esta guerra no sólo decide el futuro de Ucrania sino también el vuestro. Si morimos nosotros, será la muerte de Europa», concluye sombrío.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete