Alemania sin gas

Sin embargo, todos estos esfuerzos nunca serán suficientes sin la reconciliada pareja que ha marcado el devenir europeo desde la posguerra mundial. Si Francia y Alemania no lideran, es imposible que la guerra de Ucrania sea la hora de Europa. Ni Macron ni Scholz, por mucho que viajen juntos en un simbólico tren de mal fario, están comprometidos para que Ucrania gane en esta lucha del siglo XIX contra el siglo XXI.

De París a Berlín, el canciller alemán y sus nebulosas metafísicas («¿se puede luchar contra la violencia con violencia?») es el que arrastra los pies de manera más preocupante. Olaf Scholz, con su falta de compromiso, no hace más que recordar hasta qué punto su partido socialdemócrata ha sido el principal cómplice y beneficiario del fascismo renacido en Moscú durante la última década.

Al no estar a la altura de un Putin empeñado en destruir Europa, Scholz nos deja saber que él prefiere una vida cómoda y próspera en lugar de asumir los enormes costes y sacrificios requeridos por este conflicto no buscado por Occidente. No puede ser que la reacción del Gobierno germano se limite a regañar a la prensa para que, en lugar de obsesionarse con la paja del ralentizado suministro a Ucrania de armamento pesado, se centre en el grano. Es decir, en el futuro de unas afectivas relaciones con Rusia del país europeo que se supone más poderoso e influyente.