Los helicópteros vuelven a las azoteas de una Embajada de EE.UU.

La precipitada salida de los norteamericanos de Kabul ensucia la Presidencia de Biden, que pronunciará esta tarde un discurso a la nación sobre Afganistán desde la Casa Blanca

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Un helicóptero de EE.UU. sobrevolaba ayer Kabul REUTERS / Vídeo: ATLAS

Javier Ansorena

«Los talibanes no son el ejército de Vietnam del Norte, no lo son. Bajo ninguna circunstancia verás a gente sacada por el aire desde la azotea en una embajada de EE.UU. en Afganistán. No se puede comparar». Joe Biden lo dijo el ... 8 de julio, hace menos de mes y medio . Era una referencia a la evacuación de Saigón en abril de 1975, con los helicópteros estadounidenses sacando a diplomáticos y aliados vietnamitas a toda prisa en los últimos instantes de la Guerra de Vietnam. Un episodio aciago en la historia de EE.UU. que ayer, pese a las palabras de Biden, tuvo su réplica.

La realidad ha hecho que el presidente se coma sus pronósticos. Durante el día de ayer, los helicópteros volaron sin parar desde la azotea de la embajada estadounidense en Kabul , mientras los talibanes tomaban el control de la capital afgana. Los Chinook y los Black Hawk se relevaban en vuelos para sacar del edificio al personal diplomático, rumbo al aeropuerto, el único punto de salida del país, con todas las regiones fronterizas controladas por los insurgentes.

Ante la fulgurante llegada de los talibanes a Kabul, donde se han adueñado ya del palacio presidencial, y la apresurada desbandada del personal estadounidense y de otros países occidentales que ha derivado en un caos en el aeropuerto de la capital, Biden se ha visto en la necesidad de dirigirse a la nación. El presidente de EE.UU. ha interrumpido su descanso en Camp David y está de regreso a Washington para emitir un discurso sobre la situación en Afganistán desde el Salón Este de la Casa Blanca a las 15.45, hora local (las 21.45 en la España peninsular).

En el mismo cielo en el que volaban los helicópteros, se levantaban columnas de humo negro desde la Embajada. Los diplomáticos quemaban documentos antes de abandonar el edificio. Hace unos días, se conoció una circular del Departamento de Estado en la que se instruía al personal consular a destruir documentos sensibles, ordenadores y teléfonos móviles en caso de toma de la ciudad por parte de los insurgentes.

Entre quienes escapaban del edificio estaba el embajador estadounidense, Ross Wilson , que se llevó con él la bandera de EE.UU. que ondeaba hasta ahora en la representación diplomática. Según la BBC, Wilson abandonó el país poco después.

Los planes de EE.UU. ayer eran establecer su embajada en un edificio dentro del complejo del aeropuerto. La Casa Blanca ha rechazado hasta ahora calificar de evacuación la salida de su personal diplomático y de sus ciudadanos de Kabul. Ha utilizado subterfugios como 'repliegue' o 'reducción del tamaño de nuestra presencia civil'. Cuando se refiere a sus aliados afganos, las decenas de miles que colaboraron con EE.UU. durante los veinte años de guerra y que ahora están en peligro, sí que habla de evacuación. Pero no da detalles de cuántos será capaz de sacar del país, un motivo para la desesperación de sus aliados hasta ayer.

Con independencia del sustantivo elegido por las autoridades de EE.UU., la apariencia de su salida ha sido de desbandada caótica. El aeropuerto de Kabul era un hervidero de diplomáticos, militares y civiles de EE.UU . y otros países aliados, afanados en salir del país a la mayor velocidad. A los que tenían pasaje se les ponía un brazalete para distinguirlo. Hasta allí llegaban también hordas de afganos angustiados, tratando de huir antes de que los talibanes, que ya controlaban la ciudad, empezaran a imponer su ley.

Por la tarde, la situación empeoró en el aeropuerto, entre tensiones crecientes y las noticias de que Ashraf Ghani , presidente de Afganistán, había abandonado el país y de que los talibanes declararían la llegada del emirato desde el palacio presidencial. Se registraron tiroteos y la embajada de EE.UU. comunicó a sus nacionales que buscaran refugio y no se movieran de donde estaban.

Frente al caos, el secretario de Estado, Antony Blinken , aseguró que la salida de EE.UU. estaba siendo «segura y ordenada». El mismo Blinken que en junio dijo sobre una posible avalancha de los talibanes en Afganistán que «no creo que sea algo que ocurra de viernes a lunes. Así que no hay que relacionar la salida de nuestras fuerzas en julio, agosto o principios de septiembre con un deterioro inmediato de la situación».

La realidad, de nuevo, muestra que la Casa Blanca cometió un error mayúsculo en el análisis del escenario que provocaría su salida. En esa misma comparecencia del 8 de julio, Biden aseguró que «la posibilidad de que los talibanes se expandan por todos lados y controlen todo el país es muy improbable». También dijo que la caía del Gobierno de Kabul no era «inevitable» porque contaban con un ejército de 300.000 hombres –en el que EE.UU. se ha gastado 83.000 millones de dólares solo en armarlo– «tan bueno como cualquier otro ejército del mundo».

«No es verdad», saltó cuando le dijeron que la inteligencia de EE.UU. predecía que el Gobierno de Kabul colapsaría en cuanto salieran de allí los estadounidenses. Los análisis que prefería escuchar Biden son los que decían que pasarían unos 18 meses hasta que los talibanes tomaran Kabul. Luego, esa previsión bajó a entre seis y doce meses. En las últimas semanas, se comprobó que los talibanes atravesaban al ejército afgano como un cuchillo la mantequilla caliente. La decisión de último minuto de mandar un contingente de cinco mil hombres no evitó el fiasco.

La estampida de Kabul convierte una promesa electoral muy popular –abandonar una guerra costosa en vidas y dinero– en una mancha imborrable en la presidencia de Biden.

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