Europa no se fía del lord inglés que aspira a supervisar su banca

Lord Hill fue interrogado durante tres horas. Estuvo, como es él, encantador. Con ese humor desapegado un poco a lo Hugh Grant. Incluso hizo reír a sus más inquisitivos interrogadores, los parlamentarios verdes y socialistas. Pero pinchó. ¿La razón? Formalmente que no ha quedado totalmente clara su imparcialidad en los asuntos que atañen a la City de Londres. Además, no estuvo muy ducho en las materias. Por ejemplo, cuando le preguntaron por los eurobonos respondió con franqueza que no estaba lo suficientemente bien informado como para aportar una opinión. «Encantador, pero vacío», resumió la diputada verde Philippe Lambert. «No ha resultado convincente», dijo la liberal francesa Sylvie Goulard.

Hill, con un pasado de lobista y fundador de la consultora Quiller, pareció poco imparcial para abordar la supervisión de los mercados financieros. El político conservador tiene un pasado acreditado en la Administración británica, donde fue asesor del Gobierno de John Major para asuntos europeos, alto cargo en Educación en el ejecutivo de David Cameron, que quien es amigo personal, y jefe de filas de los tories en la Cámara de los Loores, donde se sentaba. Tampoco hay dudas de su competencia en el mundo privado, como brillante ejecutivo en grandes consultoras hasta fundar la suya propia. Pero a sus señorías de la Eurocámara se les hace duro de tragar que un británico, un político de un país que está fuera del Euro y que en el 2017 quiere organizar un referéndum para abandonar la UE, sea quién supervise el sector bancario europeo.

Es cierto que Hill no se ocuparía del tema de la nueva legislación europea sobre bonos a los banqueros, que será parcela de la comisaria de Justicia, la checa Vera Jourova. Pero incluso siendo así, no le ayuda el hecho de que el Reino Unido haya recurrido judicialmente esa directiva sobre los emolumentos del sector financiero.

En realidad el antagonismo entre la City, que cobija casi el 40% del movimiento bancario europeo, y Bruselas es palmario. Hill huele a City en el continente, aunque se esforzó por desmarcarse: «No tengo acciones ni estoy en la ejecutiva de ninguna compañía. Creo en el servicio público. Están equivocados quienes me retratan como alguien que no está preocupado por el control de los servicios financieros. Los promoveré, pero para que tengan éxito deben estar bien regulados». Hill hizo además profesión de fe europeísta y se desmarcó de los aires eurófobos que corren por el Partido Conservador, agobiado por la crecida de UKIP: «Personalmente yo quiero que el Reino Unido forme parte de una Unión Europea exitosa. Soy un político europeo y de consenso».

Los peor pensados, consideran que tener a Hill incrustado en la máquina de poder de Bruselas es acoger a un topo al servicio de Cameron, que quiere renegociar el funcionamiento de la UE, reforma que ha puesto como condición inexcusable para defender la continuidad de su país en la Unión en la campaña del referéndum del 2017.

Arias Cañete no es el único aspirante que suda en la Eurocámara.