«Obama no tiene objetivos claros»

«No está claro qué es lo que intenta conseguir», ha dicho Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, uno de los principales «think tanks» de EE.UU. El juicio de Haas, compartido por numerosos observadores de Washington, se refiere a los pasos confusos que Obama ha dado en su política exterior. Por un lado, bombardea Libia en la guerra de 2011 contra Muamar el Gadafi solo si el liderazgo militar lo llevaban Francia o Reino Unido; ahora no ha buscado el apoyo de esos países para abrir hostilidades en Irak . Por otro, retrasó financiar el rearme de la oposición siria ante la necesidad de que el Congreso estadounidense aprobara una partida especial, pero ahora ha enviado armas a los kurdos de Irak de forma inmediata, sin acudir al Capitolio.

«Estados Unidos no intervendrá en crisis extranjeras directamente –o indirectamente mediante el suministro de armas y asistencia– excepto cuando lo haga. Obama necesita autorización y financiación explícita del Congresopara aumentar la implicación de EE.UU. en conflictos a lo largo del mundo, excepto cuando no lo haga». Con esta ironía comenzaba esta semana el artículo «Los confusos mensajes de Barack Obama» en «Politico», la principal publicación de este campo. El párrafo transcrito es una parodia de la llamada «Doctrina Obama». Aunque la propia Casa Blanca ha negado varias veces que tal cosa exista, pues una aplicación a rajatabla podría llevar a intervenir donde no desee, el espíritu académico y jurista de Obama le ha empujado a formular las condiciones para una intervención exterior de Estados Unidos.

La «Doctrina Obama» consta de tres principios. Uno: Estados Unidos intervendrá cuando la seguridad de los estadounidenses esté amenazada directamente. Dos: Washington tiene la responsabilidad de parar un claro riesgo de genocidio. Tres: cuando la seguridad de los estadounidenses no esté amenazada directamente, pero la acción pueda estar justificada, se actuará bajo la condición de no hacerlo solo. En ocasiones, la formulación ha parecido más una justificación para las claras reticencias de Obama a utilizar soluciones militares que unos principios a los que la Casa Blanca realmente se sujete. Y el hecho de excluir de la mesa la posibilidad de un ataque como respuesta a una agresión de un país a otro, aunque tal amenaza no tenga por qué materializarse, es lo que ha dado imagen de debilidad ante potencias como Rusia y China.

«Obama simplemente no ha proyectado poder a la manera de Nixon, Reagan o el viejo Bush», ha escrito el estratega Robert Kaplan. «Así que América se arriesga a ser más humillada en el mundo», según Kaplan. La imagen de falta de liderazgo mundial está castigando la política exterior de Obama en las encuestas. El sondeo de agosto de NBC/WSJ registró el apoyo popular más bajo a la acción exterior de Obama desde que llegó a la presidencia. Solo el 36 por ciento de los estadounidenses dijeron aprobar la actuación internacional de la Casa Blanca.

Son datos anteriores al comienzo de la intervención en Irak. La ayuda humanitaria a las minorías religiosas acosadas por los yihadistas seguramente ha logrado alcanzar mayor consenso ciudadano, pero en el momento de desplegarla la Administración ha emitido señales confusas, poniéndose límites que los hechos están superando. Obama primero habló de una acción limitada, para luego advertir que duraría bastante tiempo, y los últimos días ya se está hablando de tropas que entrarán en combate directo.