Hablan niños refugiados en Siria: «Las bombas caían sobre mi casa»
La infancia de Aya se ha visto truncada al tener que irse a vivir a un campo de refugiados fuera de su país al igual que otro millón de niños sirios expulsados por la guerra
laura peraita
Estábamos en casa cuando empezaron los bombardeos. Las bombas caían sobre nuestra casa. Llorábamos mucho . Muchísimo. Todos teníamos miedo». Aún con voz temblorosa, Aya, una niña de ocho años, recuerda el día que tuvo que abandonar su hogar en Siria. Actualmente hay dos ... millones de niños desplazados en el interior de Siria por la guerra y un millón de pequeños refugiados fuera del país.
Los padres de Aya resistieron todo lo posible. No querían salir del país y dejar atrás sus propiedades, su familia, sus amigos... su vida. Sin embargo, la situación era insostenible tras la masacre de Homs y el aumento de raptos en las escuelas.
Aya es la pequeña de nueve hermanos —siete mujeres y dos varones—, y aunque ella aún no iba al colegio, sus hermanas sí, por lo que sus padres decidieron que era el momento de sacarlas de la escuela y marcharse para evitar un posible secuestro.
Se marcharon en coche a Líbano , donde viven desde hace dos años en un campo de refugiados de Bekaa. De las cuatro paredes de su casa en Siria, la pequeña Aya ha pasado a vivir en una pequeña estructura de madera y plástico con sus padres y seis de sus hermanos.
«Echo mucho de menos Siria. Me encantaba estar en mi casa, montar en bicicleta y jugar con mis juguetes y amigos. También me gustaría tener a mis tíos, de los que no sabemos nada . Mi madre me habla de ellos para tenerles muy presentes», asegura cuando echa la vista atrás e intenta evadirse de la pesadilla que le ha tocado vivir.
Su padre, Mohammad, está enfermo y no puede trabajar. Son tres hermanas y dos hermanos de Aya los que trabajan cada día de 6 de la madrugada a 12 de la mañana en un campo de verduras de la zona por 6.00 LL (4 dólares).
El tiempo de juego que la pequeña Aya tenía en Siria también ha dado un giro de 180 grados : ahora prepara zumo de zanahoria, ayuda a hacer la comida a su hermana mayor Houdoud, va a buscar agua potable a una fuente local... Pero con lo que más disfruta es haciéndose cargo de su hermana de once años, Labiba, que padece una enfermedad mental. «Yo la he enseñado a lavarse, vestirse y comer», asegura muy orgullosa de los progresos conseguidos.
Sueña con ser pediatra
Aya lamenta muchísimo no haber podido ir al colegio por culpa de la guerra. Es muy curiosa y se pasa el día preguntando qué es esto o aquello a sus hermanos. A veces están tan cansados del duro trabajo que realizan que no contestan. Aya se enfada y llora porque no entiende su silencio.
Pero es una niña y, como todos los pequeños, ella también deja volar su imaginación. « Mi gran sueño es ser pediatra y cualquier niño sin dinero podrá venir a que le cure y le de medicinas sin cobrarle», dice.
Un sueño como cualquier otro del millón de niños sirios refugiados. Metas que quizá se desvanezcan por el estruendo que las bombas han dejado grabado en sus vidas.
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