Veranos de la historia

Esta es la primera playa en la que se bañaron los españoles tras siglos de prohibición

La conquista de las costas de España no fue un proceso fácil. Hasta principios del siglo XIX no se zambulleron los primeros aristócratas

Grandes ciudades de la península que desaparecieron para siempre

Playa de El Sardinero en 1927 Samot

En agosto de 1891, tan solo tres meses después de su fundación, la revista 'Blanco y Negro' ya incluyó su primer relato sobre la tradición de la familias españoles de ir a la playa. El titular era 'Viajes de placer', pero en el artículo, ... sin embargo, se mostraba a una madre «fuera de sí» que se quejaba de los trastornos que le ocasionaba esta vieja costumbre: «¿Ya empezamos? Con estos chicos no se puede ir a ninguna parte. Bien sabe Dios que si no fuera porque vuestro padre, que necesita los baños de ola, me quedaba en Madrid este verano. ¡Jesús, qué condena de chiquillos!».

Esta escena fue muy habitual a lo largo del siglo XX, especialmente a partir de los años 60, cuando los españoles se acostumbraron a ver, cada mes de agosto, a miles de coches atascados en las carreteras camino de la costa, cargados de cachivaches en lo que parecía una peregrinación para ver a la Virgen de Lourdes. Pero la conquista de las playas no fue un proceso fácil en nuestro país. Nos costó siglos que los baños veraniegos se convirtieran en una costumbre al alcance de todos.

El Sardinero, en Santander, fue la primera playa a la que acudieron los españoles desde las provincias del interior a zambullirse. Así la describía la 'Gaceta Médica', el 20 de julio de 1849: «En la orilla hay un bonito templete de hierro fundido elegantemente dispuesto para recibir la gente que, de media en media hora, conducen los ómnibus desde la ciudad y viceversa. Hay además dos casitas de madera diferentes con varios cuartitos independientes. Estas casas están un poco distantes entre sí y se hallan destinadas una para señoras y otra para caballeros, teniendo además en ellas almuerzos y meriendas».

Todavía en esos momentos, los únicos que podían desplazarse a la costa eran los miembros de la nobleza y la burguesía más pudiente. No hay que olvidar que, cuando empezó esta moda en España, ni siquiera se había implantado el ferrocarril y las familias tenían que desplazarse en diligencia. Como casi nadie sabía nadar, en algunas de las playas más populares y lujosas se instalaron una especie de anclas atadas a una maroma para que los bañistas se agarraran dentro del agua. Si alguien se soltaba, además, no había de qué preocuparse, puesto que había una barca con personal entrenado para rescatarlo.

Baños vestidos

Pocas décadas antes, sin embargo, lo normal era que las playas estuvieran completamente vacías. Durante siglos al mar se le despreció y temió a partes iguales. No había niños jugando en la arena, ni jóvenes nadando en el mar, ni encantadoras señoritas y caballeros intentando ponerse morenos. Nada de nada. Las playas eran desiertos junto al mar que los españoles tuvieron que conquistar poco a poco. Los primeros que se atrevieron, de hecho, se metían en el agua vestidos y para tratarse todo tipo de enfermedades. No fue hasta principios del siglo XIX cuando los bañistas comenzaron a cambiar la ropa de calle por trajes de baño de hasta tres kilos.

Aquella estigmatización de los baños en la playa se produjo en la Edad Media, en una especie de involución histórica que habría sorprendido a los habitantes de la Antigua Roma, acostumbrados como estaban zambullirse en la costa con el objetivo de curarse heridas, de hacer ejercicio y hasta de mantener encuentros sexuales. Esta última y polémica práctica fue la que provocó que las autoridades medievales y modernas más conservadoras la prohibiesen durante siglos.

Playa de El Sardinero en el verano de 1922 ABC

«No tengo dinero»

En 1892, el dramaturgo Manuel Matoses incluía en sus 'Memorias de un bañista', publicado también en 'Blanco y Negro', la siguiente siguiente conversación de un matrimonio en el que la mujer, «en cuanto llega Mayo», empieza a decirle a su marido:

—Celedonio, que hay que pensar en la expedición veraniega.

—¡Pero Ruperta!

—¡Nada, nada! Ya sabes que el verano que no voy a bañarme me lleno de granos en cuanto asoma octubre.

—Pero mujer, ¿no es preferible que te salgan granos a que se te queden dentro?

—Es que atemperando la sangre no se quedan dentro y no salen fuera.

—Además, no tengo dinero.

—Por eso te lo digo con tiempo, para que puedas ir haciendo economías.

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