Los 5 castigos más alocados de los capitanes piratas para mantener el orden entre su tripulación

El más pintoresco era el 'marooning' o abandono en una isla desierta, pero existían otros tantos como los latigazos u obligar a los marineros a ascender por el palo mayor durante una tormenta

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Poco se conoce de Hugh Hamilton; como mucho, que era un marinero de la balandra jaimacana 'Blessing' y que, allá por 1822, durante un viaje entre Santo Domingo y Gran Bretaña, él y sus colegas discernieron una goleta con bandera negra. ¡Pirata a la vista! Poco pudieron hacer. Nuestro protagonista juró frente a un juez que, tras un breve combate, los filibusteros capturaron a su capitán y le exigieron la bolsa o la vida. Al día siguiente, al no haber entregado ni una moneda, «colocaron una pasarela o tabla en la banda de estribor, sobre la que le hicieron caminar». Cuando cayó al mar y luchaba por mantenerse a flote, «el capitán pirata pidió su mosquete y le disparó».

El 'paso por la quilla' al que fue sometido el tal Smith es uno de los castigos piratas más populares gracias a la gran pantalla. Lo que se suele obviar es que lo aplicaban tan solo a los enemigos, sino a sus propios compañeros. Y otro tanto sucede con la larga –y desconocida– lista de sanciones que aplicaban los capitanes ante las infracciones perpetradas dentro y fuera de puerto. Entre ellas, abandonar al desgraciado en cuestión a su suerte en una isla desierta u obligarle a ascender por el palo mayor cuando había tormenta. La imaginación, que era equivalente a la maldad.

Entregar al enemigo

La realidad es que había tantos castigos como capitanes al timón de los buques, y eso es mucho decir. Sin embargo, expertos como el historiador Stuart J. Robertson, autor de 'La vida de los piratas, contada por ellos mismos, por sus víctimas y sus perseguidores', afirma que existían una serie de penas genéricas que solían aplicarse por el incumplimiento directo del llamado Código Pirata. Este había sido forjado en origen por Bartolomeu Portugués en el siglo XVII y, años después, perfeccionado por los filibusteros John Philips, Edward Low y Bartholomew Roberts como conjunto de normas básicas para regir la república criminal establecida en enclaves como la Isla Tortuga y Nassau.

El historiador español Sergio López García ha estudiado también los castigos de estos criminales en su dossier 'La Edad de Oro de la piratería del Caribe'. Tal y como recoge en dicha obra, la pena más habitual para el desgraciado que transgrediera el Código Pirata era el destierro. Lo normal era «entregar al imputado a las autoridades más próximas», las cuales solían hallarse «en Jamaica o la Habana». Y aquello solía derivar en ejecución. «El destino era un cadalso, con una soga alrededor del cuello, ya fuera en las colonias o en la orilla norte del Támesis, el corazón de la ciudad Londres», desvela Robertson en su obra.

Sorprende, pero la misma nación que alentó a decenas de corsarios a saquear los buques de la Monarquía hispánica era también una de las más severas con los piratas. Robertos sostiene que las autoridades inglesas solían exhibir durante meses –ya fuera clavados en una pica, ya fuera en el interior de una jaula– los cuerpos putrefactos de los filibusteros ajusticiados para que sirvieran de escarmiento a sus colegas: «Era imposible no ver, colgados en jaulas y meciéndose con la brisa o chapoteando en las aguas enlodadas durante la marea alta, los cadáveres alquitranados de los ajusticiados por haber cometido los delitos de piratería, robo o asesinato 'en cualquier puerto, río, arroyo, cala o 'cualesquiera lugar'».

Abandono y locura

El siguiente peldaño en la escala de castigos quedó representado a la perfección en la saga protagonizada por Johnny Depp, y tenía nombres y apellidos: 'marooning'. «Fue uno de los instrumentos más efectivos para el castigo o la venganza», explica Roberts. Si un filibustero incumplía el Código o transgredía alguna de las normas establecida por su banda en particular, corría el riesgo de ser abandonado en una isla desierta. Aunque la pena podía recaer también sobre algún capitán con exceso de valor que se negase a rendirse ante un ataque pirata o un mandamás demasiado severo en su gobierno. Cosas de la anarquía del mar.

El proceso era sencillo y terrible a la vez. El desterrado era transportado en un bote de remos desde el barco hasta la playa de una isla remota y alejada de las rutas comerciales. Una vez allí, era abandonado a su suerte con una pistola, un pellizco de pólvora, una botella de agua y munición. El número de balas que le dejaban es objeto de debate. La versión más extendida afirma que era solo una, y que el objetivo era que la usara para suicidarse. Roberts, por su parte, sostiene que contaba con «media docena». No era normal sobrevivir, pero personajes como Edward England lo lograron.

Las campañas del pirata español Pero Niño en el Mediterráneo ABC

Puede que suene a invención, pero el 'marooning' era tan real como el salitre del mar y fue descrito de forma sucinta por Bartholomew Roberts, entonces capitán del 'Royal Fortune', en su código pirata elaborado en 1720: «Todos los hombres han de ser llamados por turno de forma justa, por orden de lista, en el reparto del botín, porque (además de su parte correspondiente) en dichas ocasiones tendrán permiso para coger algo de ropa; pero al que estafase a la compañía por valor de un dólar, ya sea en plata, joyas o dinero, se lo castigará abandonándolo a su suerte». En el caso de que el robo se produjese entre dos de ellos, les valía con cortar las orejas y la nariz del culpable y dejarlo en un lugar en el que no estuviese deshabitado.

A partir de aquí existen mil teorías sobre este castigo. Los autores más imaginativos son partidarios de que, si el pirata abandonado usaba la pistola para volarse la tapa de los sesos, sus colegas consideraban que quedaba maldita para siempre. Otros tantos insisten en que era habitual referirse a esta práctica con un cruel eufemismo: 'Ser nombrado gobernador de una isla'.

Otros castigos

Pero la lista de castigos abarcaba más que el abandono. El historiador Mark Cartwright explica, por ejemplo, que si el delito era menor, y la tripulación así lo consideraba por mayoría, el desafortunado era atado al mástil o a una reja del navío y azotado con un látigo de nueve cuerdas en repetidas ocasiones. Entre las infracciones que daban paso a esta sanción se hallaban subir mujeres a bordo, golpear a otro hombre o no tener las armas limpias y preparadas para un abordaje. Lo normal era que el desgraciado mordiera un trozo de cuerda o una bala para no gritar y provocar la burla de sus compañeros. Y es que, si esto sucedía, era apodado con crueldad como 'ruiseñor'.

El famoso libro 'Una historia general de los piratas', editado en 1724 con biografías de filibusteros contemporáneos, explicaba que este tipo de castigos eran llevados a cabo por el 'guardián':

«Para castigar aquellas ofensas menores que no estén previstas en los artículos y no entrañen suficientes consecuencias como para confiárselas a un jurado, existe entre los piratas la figura de un oficial principal, llamado en ocasiones guardián, que es elegido por los mismos marineros y, de este modo, obtiene la máxima autoridad (salvo durante la batalla). Si alguno desobedece sus órdenes, si hay tipos pendencieros y amotinados entre ellos, se abusa de los prisioneros, se saquea más allá de las órdenes dictadas y, sobre todo, si los hombres se muestran negligentes con sus armas, impone castigos según su criterio, mediante palizas o azotes que nadie más se atrevería a dar sin ganarse luego los golpes de toda la tripulación del barco. En resumen, es un oficial en el que todo el mundo confía».

Otor tipo de piratas... representación de un panco pirata malayo ABC

El mitificado 'paso por la quilla' era también popular, pero contaba con ciertas variaciones según el capitán que lo llevase a cabo. Cartwright explica en su artículo sobre las penas a los piratas que una de ellas consistía en «atar al infractor con una cuerda y arrojarla por la borda» para que su cuerpo impactara contra el casco del navío. Aunque pudiera sobrevivir, la víctima terminaba magullada hasta el extremo. En este sentido, no era extraño que un homicida fuese lanzado a las aguas atado al cadáver de su víctima, aunque, a veces, se le dejaba amordazado en un islote rocoso para que se ahogase cuando subiese la marea. Cualquiera de las dos posibilidades terminaba en ahogamiento.

También se daban otros castigos que se basaban en la privación de parte del botín, la obligación de subir al palo mayor con mal tiempo. Y, para las rencillas entre miembros de la tripulación, se hacían duelos a sable o a pistola, comúnmente hasta que uno de ellos resultaba herido.

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