Convoy al infierno: los 60 héroes de Regulares que salvaron la honra de España en Annual
El 17 de julio de 1921, Joaquín Cebollino rompió el cerco alrededor de Igueriben para entregar agua y comida a los defensores del comandante Benítez
La herida todavía abierta en las familias que sufrieron el infierno de Annual
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Iniciar sesiónTodo lo bueno llega; o eso dicen. El 18 de agosto de 1927, ABC publicó que el Arma de Caballería había celebrado una fastuosa fiesta en honor al recientemente laureado Joaquín Cebollino. El jolgorio arribaba seis años después de que el entonces comandante – ... y en su momento capitán– hubiera liderado un convoy de vituallas hasta la cercada posición de Igueriben; el último antes de que los rifeños pasaran a sus defensores a gumía. «El comandante agradeció el homenaje, dedicando un recuerdo a cuantos compañeros sucumbieron en la lucha», desvelaba el diario. Así quedaba saldada la deuda con uno de los mayores héroes rojigualdos; el enésimo olvidado por los libros.
Hacia Igueriben
El verano de 1921 se planteaba dulce para las tropas españolas. El comandante general de Melilla, don Manuel Fernández Silvestre, acometía conquistas que paliaban el sinsabor de la pérdida de las viejas colonias de 1898; y lo hacía al auspicio de un monarca ávido de rememorar glorias militares de hacía siglos. Pero los cientos y cientos de kilómetros avanzados hacia el corazón del Rif en apenas unos meses no eran más que un espejismo. La triste verdad era que la expansión se había hecho a matacaballo, sin establecer líneas de suministros eficientes ni levantar posiciones defensivas adecuadas para resistir. Tan solo se habían construido algunos 'blocaos', fortines minúsculos con capacidad para albergar una treintena de hombres.
Pero no valía la derrota para el comandante general. La dificultad de enviar suministros a estos 'blocaos', y de defenderlos ante las tribus rifeñas, no impidió que el Ejército español continuase con su expansión. Así fue como, el 7 de julio, el comandante Julio Benítez conquistó por órdenes de Silvestre la posición de Igueriben, una de la más avanzadas hasta el momento en el frente de Melilla. Eso debió colmar la paciencia del líder rifeño Abd El-Krim, quien, el 15 de julio, atacó el convoy encargado de suministrar agua a esta zona. Y de ahí, a cercar a los hombres de Benítez con un ejército infinitamente superior: un contingente de entre 8.000 y 10.000 marroquíes.
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En Igueriben quedó cercado Benítez junto a sus 350 desdichados; y, como uno solo, se dispusieron a combatir hasta la última gota de sangre. No crean que es una frase hecha. Durante las siguientes jornadas, mientras clamaban porque Silvestre saliera de su campamento en Annual y rompiera el cerco rifeño, aguantaron a pesar de que carecían de munición y del líquido elemento; porque sí, el pozo más cercano había quedado fuera del círculo establecido por el enemigo. Según uno de los defensores, el teniente Casado Escudero, durante aquella locura el comandante «elevó la moral de la tropa con su heroico ejemplo y sus palabras enérgicas de aliento». Veía en él «un ejemplo de bizarría», pero ni toda la gallardía del globo parecía suficiente para terminar con miles de nativos.
Pintaban bastos el 17 de julio. Benítez, a voces, arengaba a sus hombres de un lado a otro del parapeto que cubría su posición sobre el cerrillo. Morían, pero también mataban a los desafortunados que intentan asaltar su posición. En esas, la solución que se dio desde Annual fue enviar una convoy cargado de comida, agua y municiones hasta Igueriben. Misión necesaria, que no se lo niego, pero también suicida. El encargo recayó sobre un hombre curtido, de mostacho poblado y entradas prominentes: el capitán Joaquín Cebollino von Lindeman. De la mano del 3er Escuadrón de Regulares de Melilla, arribado desde Izummar, el madrileño se dispuso a salir cuanto antes de Annual.
Camino al infierno
Cebollino tocó marcha a eso de las dos y media de la tarde, con sus hombres todavía sin comer. El tiempo apremiaba. Narra el historiador Antonio Bellido Andréu en un artículo elaborado para la Real Academia de la Historia que el convoy, el último hacia Igueriben, estaba formado por unos sesenta jinetes, dos secciones de suministros, una de artillería del parque móvil y otra de intendencia. El recorrido que se les planteaba era de unos cinco kilómetros; distancia escasa si no fuera por el calor abrasador, los fusiles de los rifeños y el pésimo estado del terreno. Pero el madrileño sabía que eran ellos, o nada.
El infierno se desató en el mismo instante en el que se abrieron los portones de Annual, pero se recrudeció cuando quedaban tres kilómetros para el final de la marcha. Fue entonces cuando la lluvia de plomo que arreciaba sobre la columna se intensificó. A la par, y según explica Norberto Ruíz Lima –teniente coronel del Ejército de Tierra– en 'El último convoy a Igueriben', Cebollino ordenó a sus hombres del Tabor de Caballería del Grupo de Regulares Indígenas de Melilla número 2 que devolvieran el fuego sobre los cerros, tomados por enemigos. «Todo el convoy se encontraba inmerso en un combate infinito que, para ellos, era un laberinto de ataques, disparos, cargas, acometidas, dureza, mano de acero para gobernar a los mulos», añade el militar.
Poco se sabe de cómo diantres logró romper Cebollino ese cerco de pesadilla. Lo que sí conocemos es que, durante aquellos últimos tres kilómetros, cayeron por igual mulos y combatientes rojigualdos. En 'Morir en África', Luis Miguel Francisco recoge las declaraciones de uno de los soldados de Cebollino en las que queda cristalino que la lucha llegó varias veces al cuerpo a cuerpo: «Al soldado indígena Brahim Ben-Alí le arrebatan el caballo, mientras otro rifeño paga con su vida el intento de arrebatarle la carabina». El mismo militar desveló que el convoy se abrió paso hasta Igueriben «en una maniobra pictórica de audacia y habilidad»; pero no ofreció muchos más datos.
El 'Telegrama del Rif', uno de los diarios que narró la lucha en el norte de África de una manera más pormenorizada, escribió que «el enemigo trató de cortar» la caravana e «impedir que llegara a su destino», pero que «las escoltas, posiciones y la citada columna frustraron tales propósitos, causando a los disidentes muchas bajas». ABC, por su parte, desveló que Cebollino había llegado a su destino el 20 de julio: «Comunica el alto comisario que […] los rebeldes atacaron a la columna protectora de un convoy que llevaba abastecimiento a Igueriben. El fuego duró todo el día, con diversa intensidad».
Ida y vuelta
A pesar de todo, Cebollino y sus hombres llegaron a Igueriben pocas horas después. Narra Ruíz Lima que, cuando el oficial vislumbró la entrada de la posición, ordenó a siete de sus hombres que desmontaran, abrieran las alambradas y apartaran los sacos terreros que bloqueaban el acceso. Los defensores les recibieron como agua de mayo. Y eso, a pesar de que una buena parte de las acémilas venían heridas y otras tantas habían perdido su carga por el camino. Pero su trabajo todavía no había terminado. Tras un minúsculo descanso, ordenó a sus hombres acometer la segunda parte del plan: cargar a los heridos que pudiesen, romper el cerco otra vez e iniciar viaje de nuevo a Annual. Casi nada.
Pero vaya si lo hizo, y a costa de no pocas bajas, como recogió el 'Diario Oficial' número 168, fechado el 2 de agosto de 1927: «Después de dejar en Igueriben las acémilas y sus conductores, regresó el interesado a incorporarse al grueso de la fuerza protectora del convoy, y para efectuarlo tuvo que romper nuevamente el cerco del enemigo. Recogió todas las bajas habidas en el combate (cinco muertos, nueve heridos, y dos contusos), y con la fuerza de sus órdenes se incorporó al grueso de la columna para seguir a Annual». Aquello le valió la Cruz Laureada de San Fernando y el respeto de España entera. Pero, por desgracia, no fue bastante para que Benítez aguantara. Aunque eso, como se suele decir, es otra historia.
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