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La impresionante hoja de servicios de los Regulares que solapó el Desastre de Annual

A la sombra de la más mediática Legión, todo lo relacionado con los Regulares resulta más desconocido que otras unidades

Soldados de infantería de Regulares tiroteando al enemigo.+ info
Soldados de infantería de Regulares tiroteando al enemigo.
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En una afirmación tan injusta como sumaria, se suele incluir a todos los Regulares en la deserción masiva que se produjo por parte de los indígenas en el desastre de Annual, que fue una de las causas que llevaron a los hombres de Manuel Fernández Silvestre hacia el abismo. Los hechos, y hasta las medallas, demuestran lo tremendamente injusto de este tópico: de las dieciocho condecoraciones que se otorgaron tras los combates, tres fueron destinadas a soldados de los Regulares por sus acciones heroicas, entre ellas dos laureadas para el capitán Joaquín Cebollino von Lindeman y el también capitán Juan Salafranca Barrios. Fue la unidad más laureada tras aquella terrible campaña.

A la sombra de la más mediática Legión, todo lo relacionado con los Regulares resulta más desconocido que otras unidades, a pesar de la impresionante hoja de servicios que atesoran.

Su creación, anterior a la Legión española, data de 1911 y responde a las protestas de la población civil que estaba siendo reclutada a la fuerza para servir en otro continente y a la propia necesidad de contar con una infantería profesional y hecha a los combates en el Protectorado español. El Ejército ya había contado en el pasado con tropas indígenas tanto en Orán, la región del Rif como en Ceuta, formadas con miembros de tribus y clanes locales, pero ahora pretendía establecer en Melilla como ‘regular’ su uso.

Una unidad necesaria para África

Al poco tiempo de su creación tomaron el nombre de Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, cuyo primer jefe fue el teniente coronel de caballería Dámaso Berenguer Fusté, veterano de las campañas en Cuba. Se exigía a los Regulares tener muy buenos conocimientos sobre la manera de llevar a cabo la guerra africana y comprender su función como la punta de lanza de las ofensivas españolas. Muy pronto demostraron su valía, en concreto el día 15 de mayo de 1912 durante la Campaña del Kert, donde uno de sus tenientes logró la concesión de la Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando por su actuación en la toma del poblado de Haddu Al-lal u Kaddur.

Los Regulares de Larache Prestando servicio de guardia en la residencia Regia.+ info
Los Regulares de Larache Prestando servicio de guardia en la residencia Regia.

Los Regulares se establecieron en tres tabores de Infantería, uno de Caballería y una compañía de Ametralladoras. Cada tabor tenía tres compañías o escuadrones, en cuyas plantillas se incluyeron a sendos «oficiales moros». Los reclutas procedían en su mayoría del Protectorado español, si bien, ante la necesidad de alistar también a Policías entre los nativos, fue necesario acudir a la zona francesa y a desertores de las mehallas del sultán para encontrar voluntarios. Además de estos nativos, alrededor de un 20% eran de procedencia europea.

Como cuenta el maestro Julio Albi de la Cuesta en su obra ‘En torno a Annual’, editado por Defensa en 2016, no ayudaba con el reclutamiento que los haberes iniciales, 2,50 pesetas diarias, fueran inferiores a los de un jornalero, y a los 3,25 que Francia pagaba a sus tropas locales, lo que suponía una dificultad adicional que al principio se compensó con el saqueo de poblaciones enemigas, pero que con el tiempo también se suprimió. En palabras del general Francisco Gómez-Jordana: «las Juntas de Defensa, por un lado, y la supresión de las recompensas, por otro, han asestado durísimo golpe a este ejército»; destinos antes «codiciadísimos» por los mandos, como los de Regulares, se cubren «ahora muchas veces con forzosos».

Cuando se produjo la derrota de Annual, las fuerzas de Regulares no vivían su mejor momento, pero aún sobrevivía en su columna vertebral una fuerte disciplina y el gran prestigio que habían adquirido entre la población local: «Los Regulares nuestros del Rif eran respetadísimos, y no había ningún Bocoya, Beni bu Yahi o Beni Sicar que se atreviera a decirle nada a un cornetín de 15 años algo que le pudiera molestar, porque el cornetilla le contestaba con un tiro», según declaró el 27 de agosto de 1921 el padre franciscano Alonso Rey.

Hacia el desastre

El comandante Manuel Fernández Silvestre, un oficial de caballería recomendado por el Monarca, encabezó en el verano de 1921 una temeraria campaña desde Melilla hasta Alhucemas, ciudad costera en el camino de Ceuta, para llevar a efecto las ensoñaciones imperiales de Alfonso XIII. En pocos días, Fernández Silvestre avanzó más de cien kilómetros sin apenas bajas, a base de sobornar a las tribus locales, mientras repartía a sus tropas por una tupida red de posiciones en un territorio inhóspito. Con él marchaban también los Regulares, entre ellos su propio hijo, el alférez de Caballería Manuel Fernández Duarte, al que su padre llamaba cariñosamente “Bolote”.

Aspecto del muelle de Melilla al embarcar las Fuerzas Regulares Indígenas.+ info
Aspecto del muelle de Melilla al embarcar las Fuerzas Regulares Indígenas.

El militar se comprometió con el Rey a entrar el Día de Santiago en Alhucemas y a fundar sobre el lugar una ciudad llamada Alfonso, pero la realidad era que estaba en las antípodas de poder cumplir su promesa. La dispersión de las tropas provocó un grave problema logístico que, junto a la falta de comunicación con el comandante de Ceuta, Dámaso Berenguer, garantizó el desastre. Lo que empezó a principios de julio como un levantamiento aislado de algunas tribus indígenas se transformó de la mano del carismático Abd el-Krim, que había servido como traductor al Ejército español, en una rebelión generalizada. Por toda la zona española se produjeron puñaladas por la espalda por parte de tropas indígenas.

Fernández Silvestre intentó pasar a la ofensiva, pero únicamente logró caer en una trampa. Aislado sin munición ni agua en un campamento en Annual, el comandante general de Melilla tuvo que salir de forma precipitada al frente de tres mil españoles y dos mil marroquíes en lo que resultó una marcha hacia la muerte que costó la vida a cerca de 10.000 personas. La retirada de Annual se inició el 22 de julio, con la columna española protegida por la Policía Indígena en el flanco izquierdo y por los Regulares en el derecho. La Policía asesinó a sus oficiales y se unió a los rebeldes con los primeros ataques, mientras que los Regulares vacilaron, y aunque finalmente no desertaron entonces, su lealtad quedó en tela de juicio el resto de la campaña.

Caballería de las Fuerzas Regulares Indígenas en Bu Xda.+ info
Caballería de las Fuerzas Regulares Indígenas en Bu Xda.

No obstante, la huida de Annual pudo haber sido más sangrienta si los Regulares al mando del comandante Llamas, al frente de tres tabores de Infantería, el de Caballería y la compañía de Ametralladoras, no hubiesen resistido en las alturas del sur del campamento, dando tiempo a los huidos para atravesar el angosto paso de Izumar. Los Regulares se replegaron por escalones, retrocediendo monte a través en paralelo a la carretera, sin mezclarse con la riada de soldados en fuga.

En medio de la desbandada final, Fernández Silvestre pereció en el campamento y nunca se pudo recuperar su cadáver. Los supervivientes se atrincheraron en un monte a escasos cuarenta kilómetros de Melilla. La propia ciudad española se salvó de caer en manos enemigas porque los guerreros indígenas se entretuvieron demasiado con la rapiña. Fue imposible acudir a rescatar a los supervivientes y, el 9 de agosto, el general Berenguer, también del entorno palaciego, les autorizó a que se rindieran. Los rifeños, incumpliendo su palabra, masacraron a los soldados desarmados y abandonaron los cadáveres a la suerte de la tierra.

La injusticia

Llamas estuvo en primera línea durante la retirada, aunque su labor de flanqueo no fue lo suficientemente eficaz y su carrera quedó marcada por las deserciones de los Regulares. Al llegar la columna a Dar Drius, se ordenó que los escuadrones regulares pernoctasen fuera de la posición y que al día siguiente partieran los escuadrones y las compañías hacia Zeluán y Nador respectivamente, ya que el alto mando no quería contar con elementos indígenas en su columna en vista de las deserciones que se estaban produciendo. No fue necesario. La tarde del 23 de julio, en Zeluán, la mayoría de los oficiales nativos del tabor de Caballería desertaron, marchando con ellos gran parte de los jinetes con sus caballos y fusiles.

Los tabores de infantería, por su parte, llegaron a Nador en tren a las 13:15 del mismo día, y allí se decidió desarmarlos y concederles un permiso para ver a sus familias hasta la tarde. Ninguno regresó a la hora acordada. Les pudo el miedo a que los suyos fueran represaliadas si los españoles perdían definitivamente este territorio.

El grupo de Aametralladoras de los Regulares de Ceuta.+ info
El grupo de Aametralladoras de los Regulares de Ceuta.

De los Regulares que acompañaban a Silvestre quedaron tras el desastre solo 79 hombres de Infantería, prácticamente todos europeos, y 19 de Caballería, de ellos 12 marroquíes. ¿Fueron el resto aniquilados? Los datos lo desmienten: junto a estos pocos supervivientes rasos también permanecieron con vida 54 jefes y oficiales. Había muchos oficiales, pero pocos soldados, es decir, muchos desertores.

La mancha de las deserciones masivas solapó, como en el caso de Llamas, que sería procesado, los grandes episodios de sacrificio protagonizados por miembros de los Regulares en esos días. Es el caso del teniente Núñez de Prado, que encabezó una columna casi suicida hacia la población cercana de Igueriben por la que fue condecorado o el del capitán Joaquín Cebollino von Lindeman, al frente del 3º Escuadrón de Regulares, que condujo desde precisamente Igueriben el último convoy que entró en Annual a costa de cinco muertos y once heridos en sus filas.

Otro ejemplo excepcional es el del capitán Juan Salafranca Barrios, de los Regulares Melilla N.º 2, que defendió Abarrán y fue herido junto a otros oficiales como Antonio Reyes o Vicente Camino. Salafranca luchó, herido varias veces, hasta que se perdió por completo la posición.

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