Los 8 consejos del mejor francotirador soviético para segar la vida de cientos de nazis

Vasili Záitsev, cuya historia se encuentra a medio camino entre la fantasía desmedida y la realidad palpable, afirmó haber liderado a un comando de tiradores de élite en 1942 que buscaba acabar con decenas de oficiales alemanes

Vasili Záitsev: la verdad oculta tras el duelo más épico entre un francotirador nazi y uno soviético

Chuikov empuña el fusil de francotirador de Záitsev, a la derecha ABC

Durante la Segunda Guerra Mundial, Stalingrado significaba mucho para alemanes y rusos. Para unos, los soldados de Adolf Hitler, vencer implicaba acabar con el corazón de la resistencia enemiga y con la urbe que llevaba el nombre del Camarada Supremo. Para otros, los ... hombres del Ejército Rojo, ser derrotados era sinónimo acabar en el pelotón de fusilamiento por orden de Iósif Stalin. Así, en los poco más de 100 kilómetros de largo y 10 de ancho con los que contaba esta ciudad lucharon más de tres millones y medio de soldados. La mayoría, en el caso de los rusos, pobres desgraciados que apenas sabían coger un fusil y que habían sido llevados hasta la zona en trenes desde toda la URSS.

Sin embargo, de entre todos ellos, e incluso por encima de las tropas más veteranas, se encontraban los asesinos silenciosos de Stalin: los temibles francotiradores del Ejército Rojo. Hombres con una puntería excelente y que, entrenados para camuflarse entre las ruinas de los edificios y la blanca nieve que caía sobre la región, causaban verdadero pavor entre los alemanes. «En edificios semidestruidos por toda la ciudad, los francotiradores ocultos […] podían mantener un fuego preciso y debilitador contra casi cualquiera que se moviera en casi cualquier parte. Las acciones contra los francotiradores se convirtieron en parte del mito de Stalingrado, ya que descubrirlos era costoso y difícil», explica el historiador Andrew Roberts en su obra 'La tormenta en la guerra'.

Los francotiradores soviéticos, que solían actuar en binomio o en pequeños grupos, se ganaron a pulso una temible leyenda. Y no solo porque podían acabar con los servidores de las ametralladores pesadas de los alemanes –las conocidas MG-42, capaces de acabar con una unidad rusa entera gracias a sus entre 1.200 u 1.800 disparos por minuto–, sino porque no tenían piedad ni con los enemigos, ni con los supuestos traidores a Rusia. «Cuando los alemanes convencían a niños rusos muertos de hambre para que rellenasen sus cantimploras de agua en el Volga a cambio de un trozo de pan [para evitar a los tiradores rusos], los francotiradores del Ejército Rojo mataban a aquellos traidores a la Madre Patria cuando regresaban del río», añade el experto en su obra.

Pero entre ellos hubo uno que destacó por encima del resto: Vasili Záitsev, recordado por la película 'Enemigo a las puertas' y por haber acabado con una larga lista de soldados enemigos gracias a las enseñanzas que le impartieron su padre y su abuelo durante la infancia.

Nace el francotirador más letal

La estepa rusa vio nacer a Vasili Grigórievich Záitsev, uno de los francotiradores más destacados de la URSS, el 23 de marzo de 1915. La región en la que vino al mundo fue el pueblo de Yeléninskoye, en los montes Urales , una zona situada al sur este del país cuyo frío extremo curtió a este soviético desde su infancia. Último eslabón de una larga familia de cazadores, no tuvieron que pasar muchos inviernos hasta que nuestro protagonista empezó a ser instruido en el arte del disparo y del camuflaje por su abuelo, Andréi Alexéievich. Con todo, la edad a la que realizó su primer disparo es una total incógnita, pues no informa de ello en sus memorias. En ellas se limita a señalar que su infancia terminó cuando le pusieron un arco en las manos. «Dispara apuntando con firmeza y mira a los ojos a tu presa, ya no eres un chiquillo», le dijo por entonces su mentor.

Desde ese momento, ya fuera mediante flechas o cartuchos de escopeta, el pequeño 'Vasia' empezó a entrenarse en el arte de «hacerse invisible» (como él mismo afirmaba) para acechar y acabar con sus presas. Su pequeña estatura y su escasa envergadura le ayudaban a tal fin y pronto se hizo un verdadero maestro de la caza. «Pongamos que queremos echarle un vistazo a una cabra, para ello, hay que camuflarse de tal modo que el animal que nos mire como si fuéramos un arbusto o una brizna de heno. Hay que permanecer inmóviles, sin respirar ni pestañear. Si lo que queremos es acercarnos a la madriguera de un conejo, tendremos que reptar en la dirección del viento, para bajo nuestro peso no cruja ni una sola hebra de hierba», explica el propio Záitsev.

En los años siguientes, Vasili aprendió las reglas de todo buen cazador, trucos que, posteriormente, puso en práctica cuando se hizo francotirador. Aunque, en esos casos, matando fascistas en lugar de ciervos. Con apenas diez años, adquirió la capacidad de interpretar las huellas de los animales como aquel que lee un libro y consiguió construir escondrijos tan bien camuflados que pasaban desapercibidos hasta para su abuelo.

Aprendió tan rápido que, cuando tan sólo tenía doce años, Andréi le regaló su primera escopeta de caza. «Me puse firmes y me la colgó al hombro. Yo era tan bajito que la culata de la escopeta tocaba el suelo, pero por lo menos ya no era un niño», añade Záitsev. Ese también fue el día en que su padre le dio un consejo que jamás olvidaría en Stalingrado : «Usa cada bala a conciencia, Vasili. Aprende a disparar y no yerres nunca».

Además de aprender a disparar como un auténtico experto, Vasili se fue curtiendo poco a poco en los montes Urales hasta tal punto que, con 13 y 14 años, solía pasar varias noches fuera de su casa acechando a una presa. En una ocasión, por ejemplo, durmió dos noches a la intemperie para acabar con un lobo que, tras caer en una de sus trampas, había huido. Todo ello, con la única ayuda de su escopeta, sus perros y una fogata que impidió que las fieras acabaran con él tras la llegada de la oscuridad. Cuando regresó a casa con el cadáver de su víctima a hombros, sus familiares no solo no le felicitaron por la captura, sino que no giraron ni siquiera la cabeza. Para ellos, aquello era algo normal.

Todo aquello le valió para convertirse en un maestro de francotiradores. Y no se crean que el es una frase vacía. Tras ser reclutado y demostrar sus habilidades durante la batalla de Stalingrado, sus oficiales le encomendaron la misión de entrenar a un grupo de tiradores expertos capaces de sembrar el pánico entre los soldados enemigos. Su historia como soldado, entre las aguas de la realidad y la ficción exagerada, acabó además con un épico duelo a muerte contra un oficial germano que le hizo ganarse multitud de medallas tras la Segunda Guerra Mundial. Hoy, sin embargo, repasamos sus enseñanzas mediante algunas de sus frases más famosas. Máximas que dejó sobre blanco en su diario, 'Memorias de un francotirador en Stalingrado', el bestseller que le catapultó a la fama dentro y fuera de los dominios de Iósif Stalin.

Los ocho consejos del mejor francotirador soviético

  1. 1

    «Dispara apuntando con firmeza y mira a los ojos a tu presa» (se la dijo su abuelo cuando era pequeño).

  2. 2

    «Usa cada bala a conciencia. Aprende a disparar y no yerres nunca» (se la dijo su padre durante su infancia, posteriormente él se la transmitió a sus alumnos).

  3. 3

    «Pongamos que queremos echarle un vistazo a una cabra, para ello, hay que camuflarse de tal modo que el animal nos mire como si fuéramos un arbusto o una brizna de heno. Hay que permanecer inmóviles, sin respirar ni pestañear». (enseñanza de cazador que aplicó en el campo de batalla).

  4. 4

    «Disparar sobre un soldado que está construyendo una trinchera es como jugar al billar. Siempre tienes que pensar cuál será la jugada siguiente. Si disparas ahora, mientras te da la espalda, él y la pala caerán al foso. Pero si esperas y le das cuando está de cara, la pala se quedará arriba, a este lado del terraplén. Así, cuando su compañero vaya a recogerla, podrás abatirle a él también».

  5. 5

    «Por lo general, los francotiradores nazis toman posiciones dentro de sus propias líneas defensivas, mientras que los nuestros se apostan en el límite de la línea del frente».

  6. 6

    «Con la experiencia aprendí dos cosas esenciales: observar atentamente y tener templanza».

  7. 7

    «Si malgastamos balas con la pescadilla los peces gordos nunca asomarán la cabeza». Fue una de sus máximas más destacadas. Záitsev enseñaba a sus alumnos que no debían acabar con los soldados rasos, sino aguardar a los oficiales de mayor rango.

  8. 8

    «Cuando disparas sabes si se ha afeitado, puedes ver la expresión de su rostro, canturrea. Y mientras tu hombre se frota la frente o inclina la cabeza para ponerse bien el casco, buscas el mejor punto para que la bala haga impacto; no tiene ni la menor idea de que le quedan solo unos segundos de vida».

No son todos los que dio, pero sí los más destacados.

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