Tres causas que llevaron a los tanques nazis a aplastar a la poderosa Francia en la IIGM
Kenneth Macksey, carrista británico durante el conflicto, explicó en los años noventa las razones de la caída del ejército galo, el mejor de Europa
El verano no cerró la Europa de 1940 por vacaciones. En mayo, las divisiones panzer alemanas se lanzaron en una alocada carrera a través de las Ardenas para asestar una puñalada mortal a Francia. El resultado sorprendió al viejo continente: en menos de un ... mes, el país fue atravesado de punta a punta. Sufrió, en definitiva, el peor desastre militar de la Segunda Guerra Mundial y de su historia reciente. Pero lo que más escoció a los galos no fue la derrota en sí (que también), sino que se creían casi invencibles por atesorar uno de los mejores ejércitos de la época. Y eso, sin contar los 750 kilómetros de la tan famosa como inútil Línea Maginot.
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La derrota fue inexplicable en términos demográficos, industriales y tecnológicos. En la práctica, y a pesar de las falacias que se han extendido, los carros de combate galos eran más pesados y estaban mejor armados que los germanos. El ejemplo más claro en este sentido eran los B1 (fabricados, entre otras firmas, por la mítica Renault ); su blindaje de 40 milímetros y sus dos armas principales -un cañón de 47 mm. y un obús de 75 mm.- hacían que fuesen unos mastodontes difíciles de derribar. Otro tanto sucedía con los novísimos aviones de ataque a tierra Bréguet 693 y la ingente masa de cañones anti-carro que había en los arsenales de la potencia europea.
Un Panzer, camino al frente
Los números eran igual de sangrantes. Al comenzar la invasión, el ejército francés disponía de más carros de combate y más cañones anti-carro que el Tercer Reich. Tan solo era superado en infantería (contaba con 700.000 efectivos menos) y aviación (la diferencia más sangrante, con casi 3.000 aparatos menos). Aunque esas faltas, creían los generales Maurice Gamelin y Maxime Weygand , las paliarían las defensas establecidas desde Basilea hasta Luxemburgo: la Línea Maginot. Una serie de búnkers, posiciones artilladas y trincheras que, según prometían personalidades como el mariscal Philippe Pétain , detendrían cualquier amenaza que arribara desde el este. Así lo corroboró De Gaulle, posterior dirigente del país en el exilio, en sus memorias:
«Pétain declaró que los carros de combate y los aviones no modificaban los elementos fundamentales de la guerra y que la base principal de la seguridad francesa consistía en el frente continúo apuntalado por la fortificación. “Le Figaro” publicaba, bajo la firma de Jean Rivière, una serie de artículos inspirados y tranquilizadores: “Los carros no son invencibles”, “La debilidad de los carros”, “Cuando los políticos desvarían” etc. El “Le Mercure de France”, un general “tres estrellas” rechazaba al principio la motorización. “Los alemanes, ofensivos por naturaleza, deben naturalmente tener divisiones acorazadas, pero Francia, pacífica y defensiva, solo puede ser contramotorizada”».
¿Dónde estuvo, entonces, el fallo?, ¿cómo logró la Alemania nazi asestar uno de los golpes militares más estremecedores de la contienda a una potencia militar como Francia? Los análisis han sido muchos, pero uno de los más concienzudos lo ofreció el carrista de la Segunda Guerra Mundial (posteriormente metido a historiador militar) Kenneth Macksey en su obra «Errores militares de la Segunda Guerra Mundial» , editada en los años noventa. En la misma, el experto es partidario de que el ejército galo fue destruido por una mezcolanza de causas entre las que destacaron la resistencia de multitud de oficiales a renovarse a nivel técnico; la instrucción deficiente de las tropas defensoras; la dispersión de sus unidades mecanizadas y, en general, la adopción de una doctrina asociada a la Gran Guerra.
Guerra de doctrinas
Si algo logró instaurar la Primera Guerra Mundial fue la idea de que los asaltos masivos de infantería eran un suicidio. Ver cómo miles de hombres se dejaban la vida al tratar de tomar una trinchera enemiga influyó de forma clave en oficiales como el futuro mariscal Montgomery , a la postre, un convencido de que la defensa evitaba la matanza sistemática de militares. Tras la contienda, la artillería se reafirmó como el principal ariete con el que derribar al enemigo. Aunque también empezaron a destacar los novedosos carros de combate ; pero no como punta de lanza de una ofensiva, sino como un apoyo que permitía a los combatientes cubrirse en mitad del campo de batalla cuando se llevaban a cabo avances generales. Una boya tras la que esconderse para no morir frente a las ametralladoras.
En la década de los treinta, y sobre la base de esas lecciones, cada país se vio obligado a elegir una doctrina de combate para el conflicto que se avecinaba. Gran Bretaña , por ejemplo, favoreció la construcción de bombarderos cuatrimotores en detrimento de los blindados y la infantería (tercera en discordia). Su objetivo no era otro que sembrar de explosivos y terror las posiciones contrarias. Es curioso que desde Londres se tomara esta decisión cuando el país había sido el impulsor de los tanques apenas unos años antes. Con todo, la lógica fue que, mientras que los vehículos podían ser destruidos por el uso de cañones anti-carro, era más complejo derribar a los aeroplanos de la época.
Medios franceses
Los alemanes fueron los más innovadores y apostaron, desde el principio, por la creación de divisiones enteras de tanques ligeros y medios apoyadas por soldados motorizados. Todo ello, con un objetivo: atravesar las líneas enemigas a toda velocidad y asaltar la retaguardia del contrario. Así lo explicó el propio general Heinz Guderian en su obra, «Achtung-Panzer!» , este cambio de mentalidad y la creación de lo que, a la postre, fue denominado « Panzergruppe » (la unión de unidades blindadas y motorizadas en un único ente) para asaltar y superar un punto concreto de las defensas enemigas:
«La tropa blindada ya no es en la actualidad el arma auxiliar de la infantería; casi podríamos establecer la relación inversa desde que en Francia un ataque de infantes sin tanques no se considera realizable. [...] Si, por ejemplo, existe la posibilidad de realizar rápidamente un ataque, no hay razón que impida que los tanques se expongan al peligro circulando lentamente, ya que podrían ser alcanzados por los cañones antitanque, y todo esto porque una infantería anticuada no puede seguirles el ritmo. Y como la técnica permite que los tiradores se desplacen en vehículos blindados de acompañamiento, que pueden ir tan rápido como los tanques, éstos podrán orientarse en su velocidad por los tanques».
Anclados al pasado
Los franceses, sin embargo, implementaron una doctrina defensiva aupados por oficiales anclados en los viejos sistemas de combate de la Primera Guerra Mundial ; contienda en la que los frentes solían estancarse y los atacantes sufrían para tomar las posiciones enemigas. Eso no significa que despreciaran el uso de los carros de combate. Todo lo contrario. Pero, en lugar de crear divisiones mecanizadas con gran capacidad de movimiento, se limitaron a utilizar sus monstruos acorazados como lento apoyo de infantería . El mismo Pétain creyó, durante el período de entreguerras, las teorías del general Narcisse Chauvineau, que «profetizaba una destrucción en masa de tanques (y una embotadura de la ofensiva) por la acción de los últimos cañones anti-carro desplegados en masa».
Así lo corrobora Macksey:
«Francia, a modo de acto de fe en la política defensiva que habían adoptado sus principales soldados, empezó en la década de 1930 la construcción de la Línea Maginot, una barrera de imponentes fortalezas de hormigón y acero a lo largo de su frontera con Alemania, y para poder pagarla se despreocupó del resto de fuerzas. […] Además, el ejército francés, por su condición de autoridad en el tema, continuaron insistiendo en que la infantería y la artillería seguirían siendo los soberanos absolutos en el campo de batalla».
Fue un craso error. El 10 de mayo, las divisiones mecanizadas de Guderian atravesaron el bosque de las Ardenas y se lanzaron, como lobos, contra el punto más débil de las defensas galas y el flanco de la Línea Maginot . Como era de esperar, consiguieron atravesarla y penetraron como el filo de un cuchillo en territorio enemigo sin apenas oposición. Fue una debacle.
Mal preparados
El pésimo entrenamiento y la escasa moral del ejército francés hicieron también que la defensa se derrumbara en pocas jornadas. El claro ejemplo fue la 55º División francesa , acantonada en el sector que sufrió el primer envite por parte de los alemanes. Desde el 10 al 13 de mayo de 1940, sus hombres resistieron, acongojados, los bombardeos en picado germanos. Estos soldados no supieron sobreponerse al miedo y acabaron retirándose a pesar de que el golpe inicial se lo propinó la infantería nazi, pues los carros de combate todavía no habían arribado hasta la zona por problemas de movilidad dentro de los bosques.
«Los virus de la desidia, que habían consumido profundamente el sistema francés, estaban actuando de nuevo», añade Macksey. Otras divisiones, como la 71ª o 3ª, al mando del general Gransard, también huyeron. Este oficial, de hecho, ya había criticado que «el ardor por el trabajo y por la instrucción y el deseo de luchar» escaseaban en el contingente. A su vez, insistió en que los hombres «están gordos y pesados» y que los servidores de la artillería «son mayores y de instrucción mediocre» . Una situación no demasiado halagüeña pese a la cual no recibieron refuerzos durante los primeros días de la invasión.
Caída de Francia
El absurdo llegó hasta tal punto que muchos combatientes escaparon cuando escucharon los motores de sus propios carros de combate, que se preparaban para contraatacar… Creían que eran nazis.
«En el desastre estaba presente la psicosis del “terror al tanque” que habían sufrido los alemanes en 1917 y 1918, pero que los franceses experimentaban por primera vez. Inconscientes de su existencia, era evidente que no habían hecho nada durante la instrucción para vacunarse contra él. Afectados por otro terror desconocido, el relativamente inocuo bombardeo en picado, su moral estaba propensa a ceder. Por ello, cuando al día siguiente los tanques alemanes aparecieron de verdad, después de cruzar el río Mosa con balsas y puentes construidos durante la noche, no había nada que los detuviera».
Al miedo se sumaron otros tantos factores. El primero, la avanzada edad de los mandos al frente de las defensas; hombres acostumbrados a combatir en un frente lento y dominado por trincheras como el de la Gran Guerra . Por otro lado, fue igual de determinante la idea, extendida de forma errónea entre los altos jerarcas, de que era imposible que los germanos utilizasen su « Guerras relámpago » en el país.
Tanque contra tanque
El último error francés se relaciona con las diferentes doctrinas entre ambos ejércitos. Mientras que los alemanes apostaban por concentrar sus blindados en un punto concreto del campo de batalla y acabar, paso a paso, con los enemigos, los galos preferían diseminar sus tanques a lo largo del campo de batalla.
Eso hizo que, a pesar de que los carros de combate franceses (los B1 y SOMUA ) eran superiores en blindaje y armamento a los Panzer II, III y IV , cayeran poco a poco ante el empuje de los elementos anti-carro teutones. Estos no tenían más que aislarlos en pequeños grupos para darles el golpe de gracia. Así lo desvela el autor anglosajón en su obra.
«Además, los franceses también perdieron el combate de tanque contra tanque debido a un error de diseño fundamental: equipar a sus tanques con una torreta para un solo hombre. Eso hacía casi imposible para el hombre que había de mandar el tanque cargar y apuntar el cañón con eficiencia y a un ritmo muy rápido. En cambio, las torretas alemanas eran para tres hombres».