El milagro español que evitó que el buque más letal de Carlos IV fuese robado por Inglaterra
El 14 de febrero de 1793, el almirante Córdova estaba a punto de entregar el 'Santísima Trinidad' a los ingleses cuando arribaron en su ayuda varios capitanes aliados
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Iniciar sesiónCayetano Valdés y Flórez era un tipo de esos en los que se puede confiar. Capitán de navío a la tierna edad de 27 veranos, cosa nada habitual, había demostrado sus arrestos en la mítica jornada de Argel junto a Antonio Barceló y sus ... inquietudes científicas en la expedición Malaspina. Pero lo de aquel 14 de febrero de 1793 no se parecía a ninguna batalla previa. El marino, en la toldilla del ' Pelayo ', se hallaba a barlovento y llevaba horas siendo testigo de los cañonazos que la 'Royal Navy' propinaba de enfilada al buque insignia del almirante Córdova, el ' Santísima Trinidad '. Que era un coloso, de eso no hay duda, pero poco podía hacer ante la ingente cantidad de enemigos que le rodeaban.
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Mal debió ver la situación Valdés cuando, a pesar de que sabía que se lanzaba de lleno a la boca del lobo, ordenó torcer velas para acudir en ayuda del llamado ' Escorial de los mares '. De aquel momento nos han quedado hasta sus palabras: « Salvemos al 'Trinidad' o perezcamos todos ». Vaya si lo logró. En las horas posteriores, a base de arrojo rojigualdo, el capitán logró enarbolar de nuevo el pabellón arriado de Córdova y, junto al ' San Pablo ' de Baltasar Hidalgo de Cisneros , evitó que el británico Jervis se hiciese con una gigantesca presa que habría podido utilizar después contra los intereses del Imperio español. Cierto es que se perdió la batalla del Cabo San Vicente , pero también que se evitó una debacle mayor, que ya es.
Movimientos de ajedrez
Pero vayamos por partes. A pesar de la escasez de marinos entrenados, alimentos y medicamentos, la armada española se hizo a la mar en multitud de ocasiones para, a cara de perro, poner en jaque a las experimentadas tripulaciones inglesas mediante cañón y sable. Tal fue el caso de la flota inglesa del Mediterráneo, la cual, dirigida por el veterano almirante John Jervis –quien, aunque de inglés tenía mucho, no contaba en su sexagenaria peluca británica ni un pelo de tonto–, salió navegando de las aguas dominadas por la alianza con dirección a Portugal para evitar ser cañoneada.
Sin embargo, la suerte quiso que llegaran hasta Godoy noticias de la retirada británica, unas jugosas nuevas para alguien que, después de meter la pata hasta la altura de la ingle a nivel político con Francia, deseaba volver a recuperar el prestigio perdido. «El de Madrid tenía informes exactos de la cortedad de la escuadra enemiga, y urgía a la nuestra para que se trasladara de Cartagena a Cádiz, sin atender a los requerimiento de gente, pertrechos y efectos de toda especie que la faltaban, en la creencia de que no los habría menester en travesía tan breve», destaca el ya fallecido historiador y militar Cesáreo Fernández Duro en su obra ' Armada española (desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón) '.
El favorito del rey no lo dudó ni un momento y, en pocos días, llegaron sus órdenes a Cartagena: la flota debía partir con la mayor premura posible. «Salió pues, del puerto, el 1º de febrero, arbolando D. José de Córdova la insignia de general jefe en el navío 'Santísima Trinidad', coloso de 130 cañones, único de cuatro puentes que en el mundo naval existía; otros seis de tres puentes y 112 piezas; uno de 80, 19 de 74, ó sean 27 en total, le obedecían, con ocho fragatas, cuatro urcas, un bergantín y 28 lanchas cañoneras y bombarderas», completa el experto español.
«Serían las nueve de la mañana cuando algunos buques de la izquierda indicaron la vista de una vela sospechosa, y siendo rumbos donde navegaban embarcaciones nuestras de poca fuerza, se mandó dar caza al 'Príncipe'»
Durante las jornadas posteriores, esta armada navegó, bandera española en popa, hacia aguas malagueñas, donde se les unió un convoy mercante con órdenes de arribar también a Cádiz. Casi una semana después, la escuadra pasó cerca del puerto de Algeciras, lugar en el que atracaron tres de los navíos y la totalidad de las lanchas torpederas. En menos de 24 horas llegó el resto del grupo hasta las proximidades, donde solo entraron los buques mercantes. Y es que, según parece, Córdova prefirió esperar a que los fuertes vientos amainasen para no arriesgar ninguno de sus buques. Por ello, dio órdenes a la escuadra de dirigirse hasta las tranquilas aguas del cabo de San Vicente, ubicado en el extremo sudeste de Portugal.
Lo que no sabía el almirante es que cerca de este nuevo destino había ubicado sus buques Jervis a quién, además, se le había unido un refuerzo de varios bajeles provenientes de la pérfida Albión. «Córdova estaba en la firme creencia de no tener el almirante Jervis más que los 10 navíos que tiempo atrás se le conocían; así se lo habían avisado de Madrid, y más de un buque neutral lo confirmaba. Ignoraba que en los últimos días se le habían unido seis {lo que hacía un total de 15} y navegaba en la seguridad completa de no tener nada que temer con los 24 puestos a su cuidado», añade Duro.
Primeros avistamientos
Jervis, a pesar de contar con un número menor de navíos, estaba mejor informado, ya que uno de sus subordinados, el entonces comodoro (y futuro contralmirante) Horatio Nelson , había avistado días antes a la flota española. El británico, asimismo, conocía la falta de coordinación de la armada hispana y la escasa experiencia de sus tripulaciones, por lo que aconsejó a su almirante atacar. El sexagenario líder, tras considerarlo, fue de la misma opinión: con sus 15 navíos embestiría a una fuerza que casi le doblaba en número. Nuevamente, quedó claro que la modestia no era una de las cualidades inglesas. Así pues, dispuso sus buques en dos columnas y ordenó que varias fragatas se adelantaran para explorar el terreno.
Dispuestas las piezas sobre el mar –el cual hacía las veces de improvisado tablero de ajedrez- comenzaron los movimientos de las flotas. Los primeros avistamientos entre ambas armadas se llevaron a cabo en la fría y brumosa mañana del 14 de febrero, día de San Valentín . Por entonces la escuadra española navegaba dispersa, pues Córdova consideraba que, al tener tantos buques bajo su mando, no era necesario que se movieran en perfecta formación de combate.
Fue a eso de las ocho cuando un vigía avistó un par de velas en rumbo sur, dirección hacia la que el almirante español envió a los navíos ' Don Pelayo ' y ' San Pablo ' con órdenes de investigar y, en caso necesario, entablar combate contra el enemigo. No obstante, con lo que no contaba el líder naval era con que aquellos dos buques se dirigían hacia unas pocas fragatas (buques menores) despachadas por Jervis en misión de reconocimiento. Así lo recuerda el propio Córdova en el parte que, a la postre, presentó sobre la contienda:
«Las circunstancias de estar los horizontes muy cerrados y las embarcaciones del convoy algo dispersas, me determinaron a disponer que los navíos 'San Pablo' y 'Pelayo', con la fragata 'Matilde', se atrasasen prudentemente, con objeto de proteger y reforzar los cazadores que navegaban a retaguardia. Así lo hicieron y el resto de la escuadra siguió sin alteración, formada en tres columnas».
A las nueve de la mañana Córdova, desde el 'Santísima Trinidad', volvió a hacer señas a la escuadra para formar en tres columnas, algo casi imposible debido al viento y a lo tarde que se había dado la orden. Apenas unos minutos después, de entre la niebla se dejaron ver varias velas bajo la bandera británica. El enemigo había hecho su aparición y, gracias a la meteorología, había conseguido formar dos columnas y acercarse más de lo deseado a la flota hispana. Así lo narró el almrante:
«Serían las nueve de la mañana cuando algunos buques de la izquierda indicaron la vista de una vela sospechosa, y siendo rumbos donde navegaban embarcaciones nuestras de poca fuerza, se mandó dar caza al 'Príncipe'. La calima de que estaba cubierto el horizonte no permitió verlas desde este buque, pero no obstante, a las diez [nos convencimos] de que las embarcaciones avistadas componían una escuadra enemiga de 15 a 18 navíos».
A la batalla
Avistado el enemigo, Córdova hizo señas a todos sus buques para que formaran una línea de batalla con la que cañonear a los ingleses, pero ya era tarde. El desorden era tal que el la escuadra española quedó dividida en tres columnas. La primera –el grupo principal- quedó formado por 16 navíos entre los que se destacaba, a la cabeza, el 'Santísima Trinidad'. La segunda, más adelantada, contaba con cinco buques –entre ellos los navíos ' Oriente ', 'Príncipe de Asturias ' y ' Conde de Regla '–. Finalmente, el tercer grupo se correspondía con los dos barcos enviados al sur horas antes para combatir contra un enemigo fantasma. No obstante, el problema mayor era que entre las tres montoneras de bajeles había un extenso espacio de mar hacia el que se dirigía, desde el norte, la armada británica.
Dividida su escuadra, Córdova cometió entonces uno de los errores que, a la postre, acabarían dando la victoria a los ingleses: ordenó a todos los navíos virar sobre sí mismos y cambiar de dirección. Al parecer, con esta maniobra intentó cerrar el hueco existente entre los tres grupos de navíos. No obstante, su plan no pudo ser más desastroso, pues la niebla impidió que los cinco buques en vanguardia observaran las señas y mantuvieron el rumbo durante algún tiempo más. Esto, lejos de solucionar el problema, aumentó más si cabe el hueco por el que tenían pensado colarse los ingleses.
«Formando rápidamente su línea de combate [Jervis] la dirigió por el claro de los grupos principales, sin caer en la tentación de agobiar a los cinco navíos del pequeño, que parecía de presa segura, porque, atacándolos, en poco tiempo tendría sobre sí a todo el otro grupo. Este fue el elegido para la osada acción que discurría, pensando darle cabo por partes: llégose a la cola, donde, por la irregularidad de los movimientos, se hallaba el navío de la insignia de Córdova, y orzando de la misma vuelta, envolvió a los seis últimos», destaca Duro en su obra.
El reloj marcaba las 11 de la mañana cuando la totalidad de la flota inglesa rompió fuego contra la armada española. Por entonces la batalla distaba mucho de pintar bien para los hispanos, pues los movimientos ordenados por Jervis habían provocado que sus 15 navíos se enfrentaran únicamente a 6 de Córdova cuyos capitanes, cañoneados por doquier, no tuvieron más remedio que apretar los dientes hasta que sus compañeros lograran virar y unirse al combate. Así lo recordaba Córdova:
«El 'Mejicano' pudo formar parte de nuestra proa y emprendió acción con el navío más adelantado de la línea enemiga, toda la cual se empleó en el discurso de la tarde contra los navíos 'Soberano', 'Salvador', 'San José', 'San Nicolás', 'San Isidro' y 'Trinidad', cuyos únicos buques sostuvieron lo principal y más ardiente del combate contra la escuadra enemiga, esto es, contra fuerzas cuadruplicadas, si se atiende, además del número, a la superioridad de fuegos sobre los nuestros»,
No obstante, el valor sólo no puede vencer una batalla, y pronto la falta de un general apto comenzó a palparse en el ambiente. Así pues, el carecer de una línea de batalla bien estructurada provocó que los buques españoles se fueran amontonando y estorbándose unos a otros, hasta el punto de que el navío 'San Nicolás ' no pudo evitar embestir al ' San José '. Enredados, ambos barcos tuvieron que detener sus cañones para no destruir a su compañero, cosa que aprovechó Nelson para –a bordo del ' Captain '- dar algo más de guerra si cabe.
«Habiéndose enredado en aquella confusión, desmantelados ambos, y habiendo caído los aparejos y velas por el costado, delante de las baterías, tuvieron que suspender sus disparos para no incendiarse con ellos, y quedaron sin defensas. En esta disposición abordó Nelson con el ' Captain ' al ' San Nicolás ', entrando por popa», destaca Duro. Sables, hachas y pistolas en mano, los guiris no tuvieron piedad y acabaron con el capitán del navío, D. Tomás Geraldino, y con su tripulación, más preocupada por maniobrar para no causar daños al 'San José' que por el asalto.
No contento con eso, Nelson aprovechó esta esperpéntica situación y, una vez tomado el ' San Nicolás ', lo usó de plataforma para llegar hasta el siguiente buque. «Rendido el bajel, sirvió de puente a los ingleses para pasar al inmediato 'San José ', no desembarazado aún, y que no estaba tampoco en estado de prolongar la defensa. El general Winthuysen , mutilado en el combate de la Leocadía por una bala de cañón, acababa de ser despedazado por otra, y siete oficiales y 149 individuos de todas clases, muertos o heridos, henchían la cubierta», completa el militar español. Finalmente, después de ellos se rendirían el ' Salvador ' y el ' San Isidro '. La lucha comenzaba a tocar a su fin.
Salvar al coloso
Mientras Nelson se ganaba sus medallas, una gran parte de la flota inglesa cañoneaba al coloso español, el 'Santísima Trinidad' desde el cual Córdova trataba de dirigir las operaciones sin caer muerto por alguna bola de cañón o esquirla de las cientos que le llovían. Concretamente, la principal prioridad del almirante era hacer señas a los buques aliados para que, lo más rápido posible, se unieran a la contienda. En cambio, ya fuera porque no las vieron, o porque prefirieron huir de las bofetadas, ningún buque decidió entrar en fuego. Desesperado, Córdova hizo todo lo posible por devolver los cañonazos que recibía el barco conocido como 'El Escorial de los mares':
«El navío 'Trinidad' fue batido toda la tarde por un navío de tres puentes, que le dio el costado, y tres de 74, que le cañonearon a metralla y palanqueta. El que tenga presente esta circunstancia y sepa la celeridad y certeza con la que los ingleses manejan su artillería, inferirá cual sería nuestra situación a las cuatro de la tarde y después de cinco horas de combate. A más de tener sobre 200 muertos y heridos, apenas había cabo sin faltar, ni verga o palo sin rendir. No obstante de todo, manteniendo aún la vela del trinquete, aunque con 200 balazos , pude conseguir que el navío mantuviese la cabeza y continuara la acción más de otra hora».
Durante los siguientes minutos, la situación del 'Trinidad', lejos de mejorar, se hizo aún más desesperada. Rodeado por todos sus costados, quedó inmóvil cuando los cañones ingleses le destrozaron los palos y las velas. De hecho, tal era el número de disparos guiris que recibió que, al parecer, su gigantesco casco quedó a la deriva acompañado por una perpetua niebla provocada por la pólvora. Superado, Córdova se reunió entonces con sus subordinados y tomó una dura decisión, como bien explica en sus anotaciones posteriores a la contienda:
«En esta situación de cosas convoqué al comandante y oficiales, y todos fueron unánimes de dictamen que el navío no podía sostener por más tiempo la acción. Convencido yo de lo mismo, no hubiera de todos modos podido menos de adherirme al dictamen de unos oficiales inteligentes. En consecuencia de todo, mandé suspender el fuego de los pocos cañones que podían hacerle y di disposiciones para indicar a los enemigos mi resolución».
En esas andaba el 'Trinidad', bajando la bandera española para indicar su rendición, cuando, de repente y cruzando el horizonte, aparecieron por el costado el ' San Pablo ' y el ' Don Pelayo ' lanzando andanada tras andanada a los soldados de la Royal Navy. Al fin, y tras haber sido enviados al sur, habían conseguido entrar en combate, y, por suerte, habían elegido el mejor de los momentos. A su vez, el ataque de estos dos heroicos capitanes ( Baltasar Hidalgo y Cayetano Valdés ) se vio acompañado por varios de los navíos que, durante la acometida, habían quedado en vanguardia. Así lo explicó el oficial:
«El refuerzo de estos dos navíos recayó sobre la incorporación oportuna del 'Conde de Regla' y del 'Príncipe', que llegó poco después, y la vanguardia, que hasta ese punto no hizo movimiento».
Superados ahora por la escuadra española, los ingleses no tuvieron reparo en retirarse habiendo hecho una presa de cuatro navíos españoles y dejando tras de sí a 1.281 hispanos muertos o heridos. Por su parte, ellos sólo tuvieron que llenar unas 75 tumbas. Sin duda, una gran victoria para una flota que, en principio, poco podía hacer en contra de los poderosos y cuantiosos buques de guerra de Córdova. Así, la de San Vicente se convirtió en una batalla de leyenda en Inglaterra hasta la llegada de la contienda de Trafalgar. Pero eso, como se suele decir, es otra historia.
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