Primera Guerra Mundial
Arditi: los locos comandos italianos de la IGM que sembraban el terror con dagas y lanzallamas
Concebidos como los «stosstruppen» alemanes, los «arditi» eran entrenados durante meses para lanzarse los primeros sobre las trincheras enemigas

Durante la Gran Guerra , esa de los frentes estáticos y la imposibilidad de avanzar unos exiguos pasos hacia territorio enemigo, no todo era mantener la posición hasta que los músculos quedaran entumecidos por culpa de la inacción y del frío gélido que merodeaba ... entre los recovecos de las trincheras. Unos pocos elegidos, raras excepciones dentro de algunos contingentes, entrenaban durante meses para una tarea tan comprometida como alocada: formar unidades con la velocidad de la centella que se internaran de improviso en el seno de las líneas enemigas para extender el caos. En Italia, estos grupos de choque eran los arditi ; jóvenes armados de cuchillos, pistolas, lanzallamas y un desprecio total hacia la Parca. Auténticos caballeros de la muerte.

Aventureros ávidos de adrenalina unos, expresidiarios deseosos de redimirse otros, los integrantes de los arditi se convirtieron en uno de los muchos engranajes que permitieron al Regio Esército italiano iniciar el camino de las nuevas estrategias militares. Pasar, en definitiva, de un tipo de combate basado en la defensa de posiciones estáticas, a una guerra moderna. Así lo confirma a ABC el escritor y divulgador histórico José Luis Hernández Garvi . El que es autor de una infinidad de ensayos como «Eso no estaba en mi libro de la Primera Guerra Mundial» (Almuzara, 2019) es partidario de que «la idea de realizar golpes de mano coordinados con pequeños grupos de aguerridos combatientes» sembró el caos en las trincheras enemigas y evitó una infinidad de bajas a las unidades regulares.
A cambio de saberse los salvadores de chicos que apenas sabían asir un fusil, los arditi acometían misiones casi suicidas. Pero lo hacían con la testa alta, como bien dejó por escrito el escritor Paolo Guidici (antiguo miembro de la unidad) en su obra «Fiamme nere. Note di gloria e di passione» : «Nosotros queríamos los asaltos furiosos, desencadenados bajo el fragor de la artillería, al canto de himnos soberbios, sin esperas ni pausas; […] las masacres horribles que siembran de cadáveres los campos y sacian con sangre la sed del guerrero». A lo largo del libro, el exsoldado elevó a sus compañeros a la categoría de «ángeles, audaces como leones y fuertes como gigantes» que «iban al asalto entre gritos de cantos y seguían una bandera negra en cuya tela estaba bordada una calavera de plata».
Guerra de trincheras
Entender la importancia de los arditi requiere viajar en el tiempo hasta los albores de la Primera Guerra Mundia l. Poco después del asesinato del archiduque Francisco Fernando y de que, en julio de 1914, Alemania invadiese Bélgica por sorpresa con París como objetivo último. A pesar de que los germanos estaban convencidos de que arribarían hasta la capital en pocos meses (repetían de forma incansable que llegarían «rodando» a la ciudad en bicicletas»), la realidad es que sus planes se vieron truncados por el tesón de los ejércitos británico y galo . Estos no solo detuvieron la ofensiva, sino que obligaron a retroceder a los invasores tras un contrataque orquestado en septiembre a orillas del río Marne.
A partir de entonces, los frentes se estancaron y nació la famosa « guerra de posiciones ». Aquella que el historiador Jesús Hernández define en su obra «Todo lo que debes saber sobre la Primera Guerra Mundial» (Nowtilus, 2007) como una «contienda estática» en la que ambos bandos excavaron una inmensa red de trincheras con el objetivo de detener los recurrentes avances del enemigo. Aunque la vida en aquellos agujeros era tan horrible como infecta (la humedad extendía las enfermedades a la velocidad del rayo y no había ni duchas ni letrinas) lo que no se puede negar es que cumplían su objetivo. Y es que, sus intrincadas galerías construidas en zig-zag hacían que su conquista fuera casi imposible; una verdadera aventura para los soldados.

Según Hernández, la táctica para tomar las trincheras enemigas permaneció inalterable durante toda la Primera Guerra Mundial : «Se lanzaba sobre ellas una lluvia de bombas para que el enemigo retrocediese, abandonando las posiciones más adelantadas. Por su parte, los atacantes avanzaban amparados por la cortina de fuego que les precedía». Lo idea era hacerse con aquellos hoyos infectos cuando ya estuviesen vacíos. Sin embargo, la triste realidad era que ambos bandos excavaban «profundos refugios que les protegían de las bombas» y que, cuando los asaltantes abandonaban la seguridad de sus parapetos para avanzar, recibían un torrente de cartuchos de fusiles y ametralladoras . Las matanzas que se producían causaron pesadillas a combatientes como el veterano Raymond Naegelen:
«A lo largo de todo el frente de la colina de Souain yacen, desde septiembre de 1915, los soldados barridos por las ametralladoras, extendidos cara a tierra y alineados como si estuviesen en plena maniobra. La lluvia cae sobre ellos inexorable, y las balas siguen rompiendo sus huesos blanqueados. Una noche, Jackes, que iba de patrulla, ha visto huir ratas saliendo por debajo de sus capotes desteñidos, enormes ratas engordadas con carne humana. Latiéndole el corazón, se arrastraba hacia un muerto cuyo casco había rodado; el hombre mostraba su cabeza vacía de carne en una mueca siniestra, desnudo el cráneo, devorados los ojos. La dentadura postiza se había deslizado sobre la camisa podrida y de la boca abierta salió una bestia inmunda».
Nuevas formas de hacer la guerra
En un intento de romper este frente estático, los alemanes idearon los sturmtruppen , soldados de asalto organizados en pequeños grupos cuyo objetivo era avanzar sin ser vistos hasta las trincheras contrarias y, a golpe de granadas, sembrar el caos. Su efectividad, según desvela el historiador militar especializado en el ejército italiano Paolo Morisi en «Hell in the trenches» , fue total. Sus integrantes se convirtieron en una pesadilla para todos los aliados, aunque el Regio Esército fue uno de los contingentes que más los sufrió. Poco después de entrar en la guerra, allá por la primavera de 1917, el Comando Supremo del país reconoció la amenaza que representaban estas unidades recién formadas y desveló, en un informe destinado a la oficialidad, que habían capturado a miles de combatientes con sus tácticas.
En palabras de Morisi, por entonces el ejército italiano ya había coqueteado con la idea de formar pequeños grupos de asalto entre 1914 y 1915. «Es cierto que el Regio Esército había comenzado a experimentar con unidades de asalto especiales, los “ esploratori ”, durante el primer año de la guerra para superar el estancamiento del frente. Los soldados pertenecientes a estas unidades portaban escudos protectores, armaduras de caballeros medievales, ametralladoras, granadas de mano y cortadores de alambre», afirma en su obra. El objetivo de dichos grupos (cuya compañía más famosa fue la « Compagnia della Morte ») había sido sondear las defensas contrarias y crear huecos en el alambre de púas para favorecer el avance de la infantería. Sin embargo, no fue hasta la aparición de sus equivalentes germanos cuando aceleraron el proceso.

Sobre este pilar y sobre las revolucionarias ideas de oficiales como el general Luigi Capello (del VI Cuerpo de Ejército), el coronel-brigadier Francesco Saverio Grazioli (de la Brigada Lambro) o el mayor Guiseppe Bassi, nacieron nuestros protagonistas. Un nuevo grupo de hombres alumbrados en junio de 1917 bajo el nombre de «I Reparto d’Assalto» que no tardaron en autodenominarse como arditi («atrevidos») por sus objetivos en el campo de batalla. «Su misión era algo diferente a la de los alemanes. No buscaban solo sembrar el caos. La idea era que los arditi fueran la punta de lanza de las unidades regulares. Que asaltaran los primeros, y por sorpresa, las posiciones mejor defendidas y que, tras conquistarlas, las defendieran hasta la llegada de la infantería regular », añade Garvi.
Todos los expertos coinciden en que los arditi se nutrían de lo mejor de las unidades de élite ya existentes dentro del ejército italiano. Garvi, por ejemplo, afirma que los dos núcleos principales de los que obtenían voluntarios eran los alpini (tropas de montaña) y los míticos bersaglieri (soldados veteranos que, gracias a usar como montura bicicletas, contaban con gran movilidad dentro del campo de batalla). Morisi, por su parte, añade a esta lista un pequeño pero destacado grupo de aventureros y hasta exconvictos que acudían a la llamada de la riqueza, el peligro, la fama e, incluso, exenciones como limpiar las letrinas o evitar permanecer estáticos en una trinchera.
No en vano, el 4 de julio de 1917 una directiva del Comando Supremo exigió a los oficiales que no usaran esta unidad como carne de cañón: «Deben valerse de ellos para hacer incursiones a pequeña escala en las que capturar prisioneros, obtener información valiosa sobre el despliegue enemigo, destruir/degradar y/u ocupar defensas enemigas, […] y participar en ataques planeados para allanar el camino para un amplio avance de infantería». También se insistía en que no podían valerse de estos combatientes para «defender trincheras aliadas» o «transportar equipo o comida hasta la primera línea del frente». Lo suyo era avanzar, de forma casi suicida, hacia los contrarios. Y de ahí su lema: «O la vittoria, o tutti accoppati» («O vencemos, o todos morimos»).
Todos morimos
Los nuevos voluntarios iniciaban su adiestramiento en Sdricca di Manzano , un campo de entrenamiento que, a la larga, se convirtió en la cuna de los arditi . Aquí debían superar una serie de duros ejercicios físicos, aprendían técnicas de combate cuerpo a cuerpo, eran adiestrados en el uso de armas cortas (más manejables en las trincheras enemigas que los molestos fusiles de la infantería regular) y eran instruidos en el arte de lanzar granadas desde todas las posiciones imaginables. Todo ello, durante tres meses. En palabras de Garvi, esto superaba con creces las escasas semanas de instrucción de la tropa regular. «Al resto apenas les enseñaban a manejar el fusil y a marchar en formación cerrada. Era una locura», desvela a ABC.
Los ejercicios, en los que se utilizaba fuego y granadas reales para separar a los valientes de los cobardes, terminaban con un examen final: el asalto a una trinchera tal y como deberían llevarlo a cabo en mitad del campo de batalla. Mención especial requieren los soldados equipados con lanzallamas , una pieza clave dentro de los arditi por su capacidad para obligar a salir de las trincheras a los enemigos más engorrosos. «El personal del lanzallamas deberá completar un programa especial de entrenamiento. Participarán en varios simulacros destinados a desarrollar un conocimiento profundo del arma y cómo operarla. El soldado aprenderá cómo llevar el arma sobre los hombros a través de tierra de nadie, […] y a arreglar posibles fallos y problemas en el funcionamiento del arma», explicaba una instrucción repartida el 14 de octubre de 1918.
«Las unidades de asalto cargarán contra las trincheras enemigas para estar lo más cerca posible de ellas cuando se levante el humo»
El objetivo último del entrenamiento era, a su vez, conseguir que los arditi se compenetraran hasta el extremo con la artillería, su aliada en los campos de batalla. El Regio Esército estableció que, en lugar de esperar a que los cañones aliados cesaran su fuego para salir de las trincheras y avanzar (lo habitual en la Primera Guerra Mundial para evitar bajas), avanzarían tras los explosivos para generar sorpresa. Luego, se valdrían de granadas de humo para hacer creer a los contrarios que estaban bajo un ataque de gas, lo que solía provocar gran pánico. Así quedó recogido en una directiva enviada por el general Capello. Un extenso memorándum titulado «Impiego dei reparti d’assalto» publicado el 21 de septiembre del año 1917, durante los primeros meses del conflicto:

«Las unidades de asalto cargarán contra las trincheras enemigas para estar lo más cerca posible de ellas cuando se levante el humo. Cuando hayan superado el alambre de espino, las unidades de arditi deben seguir adelante lanzando grandas de mano contra los parapetos, nidos de ametralladora y refugios enemigos. En las trincheras, los arditi se enfrentarán al enemigo en combate cuerpo a cuerpo principalmente con granadas de mano y dagas. Los refugios enemigos serán despejados. Los pasadizos se bloquearán con granadas de mano y las entradas con lanzallamas. Las bolsas de resistencia, con ametralladoras y pequeñas piezas de artillería. Los arditi deben utilizarse solo en cierto tipo de operaciones y […], una vez que hayan completado su objetivo, no deben desgastarse como infantería de línea».
En contra de lo que pudiera pensarse, sus acciones tuvieron gran éxito. Según desvela Garvi a ABC, gracias a su entrenamiento, al factor sorpresa y a que los soldados bisoños que se escondían en las trincheras contrarias se acostumbraban rápido a que pasaran semanas sin ver movimiento alguno. «La guerra no era un combate constante. Había momentos bastante largos de tranquilidad. Muchos se acostumbraban a la rutina. Ahora hay que imaginarse que, en esa situación, sin previo aviso, recibían el ataque de una unidad especial. Entraban en pánico». La fiereza de los arditi , unida a su pintoresca vestimenta (formada por un suéter y una casaca similar a la de los bersaglieri ) «provocaba desconcierto y pánico en el enemigo».
Triste final
Lo que está claro es que los números les avalaron. En la primera operación que participaron, la batalla de Bainsizza , acaecida en agosto de 1917, los arditi cruzaron un río en mitad de la noche y se lanzaron sobre la vanguardia enemigas. Al final del día, la Primera Compañía había capturado 150 soldados enemigos, cinco ametralladoras pesadas y 90 armas ligeras. La Segunda Compañía no se quedó atrás y, a pesar de ser interceptada en su avance, apresó a otros 150 combatientes y se hizo con una ingente cantidad de fusiles. Por último, la Tercera Compañía, liderada por el capitán Pedercini, conquistó tres líneas de trincheras y las defendió hasta la llegada de refuerzos. En su haber quedaron 300 austríacos reos.
Su efectividad fue tal que el ejército italiano entrenó a varios miles de estos soldados. «Estuvieron a la altura de su leyenda. No fue mitificada. Disfrutaron de un éxito que otras unidades italianas no tuvieron la Guerra Civil española o la Segunda Guerra Mundial , donde el ejército fue algo mediocre», desvela Garvi. Sin embargo, el fin de la Gran Guerra trajo consigo la disolución de los arditi y de un ejército de maniobra formado también por sus miembros. «Desaparecieron y no se volvieron a reactivar. En los años posteriores, algunos apoyaron el fascismo de Gabriele D'Annunzio y Mussolini, pero otros, los llamados Arditi del Popolo , se opusieron a ellos. Eso acabó por condenarles al olvido», completa el autor español.
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