Cómo preguntar a un hijo adolescente para saber más de ellos y que no parezca un interrogatorio
El psicólogo Jaume Funes explica cómo conversar con los hijos a esta edad y que no les parezca que queremos sacarles información «de su vida»

Nadie puede afirmar que vivir con un adolescente sea tarea fácil. En esta etapa buscan un menor contacto con sus familiares, ya no les cuentan tantas historias personales como antes, prefieren pasar horas y horas en silencio en su habitación que rodeados de su familia... ... Según Jaume Funes , psicólogo y autor de «Quiéreme cuando menos me lo merezca... porque es cuando más lo necesito» , explica que para los padres esta etapa es tiempo de mirar, ver, escuchar, observar, aprender a preguntar y mostrar curiosidad permanente por sus vidas, aceptando que ahora no hablan como antes, pero dicen mucho indirectamente si se pone la mirada adecuada.
¿Cómo pueden los padres acercarse a sus hijos en esta etapa vital?
Se trata de aprender a ver adolescentes y no una colección de problemas. Aceptar que te pongan en crisis, pero saber ir dejando caer criterios, valores, ideas de vida que algún día harán suyas.
¿En qué medida hay que dejarles espacio?
Aunque cuesta, se trata de que acaben siendo autónomos y responsables y eso significa aceptar que prueben, experimenten y se equivoquen. No se trata de que no experimenten, sino de hacer posible que aprendan de sus experiencias.
Los padres muy protectores, ¿suelen tener más conflictos con sus hijos adolescentes?
Con la adolescencia se acaban los tiempos de tutela y comienzan los de la «tutoría». Quieren volar solos. Por más que sigamos protegiendo, más tarde o temprano, querrán ser ellos mismos. No es posible ni aconsejable poner una campana de cristal a su alrededor. Ahora han de aprender a protegerse y a gestionar los riesgos. Nosotros garantizamos las redes protectoras, la formación y que a su alrededor estén adultos próximos y positivos (buenos tutores, educadores de tiempo libre o espacios juveniles, buenos pediatras, etc...), pero, se han acabado los tiempos de protección.
¿Cómo acertar a la hora de preguntarles para una buena comunicación?
Educar adolescentes también es una cuestión de saber «preguntar». Si se quiere obtener alguna información útil, no vale cualquier manera de preguntar, de intentar saber. A lo largo de los años de trabajo con adultos que conviven con adolescentes he confeccionado algunas listas de criterios sobre cómo se pueden hacer los «interrogatorios», cómo se puede tratar de saber más de los adolescentes, también preguntando.
Algunos de estos criterios sirven para todo el mundo. Otros pueden ser más útiles para los profesionales y también para padres. Este podría ser el resumen:
1. Empezamos recordando que para preguntar hay que aguardar el momento adecuado. Evitar hacerlo cuando se lo esperan; temen ser preguntados y reaccionarán de manera negativa o darán una respuesta ya preparada.
Recordemos que lo que nos dice el hijo cuando llega tarde es la «moto que nos ha vendido» y que se ha inventado de camino a casa. Lo que explica en medio de un conflicto en el instituto tenderá a ser un cúmulo de excusas. Al día siguiente, cuando piense que todo está olvidado, la información facilitada será más válida.
2. No se pueden hacer más de dos preguntas seguidas. A la tercera nos dirán que esto no es una casa, sino una comisaría. Querer saber no es interrogar, sino ir colocando dudas en medio de una conversación. En los espacios educativos o terapéuticos no podemos intentar saberlo todo el primer día, hacer un listado completo de preguntas para tener un diagnóstico. Preguntemos en medio de un diálogo para ir completando una aproximación a la comprensión de sus vidas.
3. El diálogo comporta que los dos explican y preguntan. Dejan de sentirse interrogados cuando lo que tienen que hacer es aportar un criterio o una experiencia. Por eso, saber preguntar también comporta explicar algo propio (del trabajo, de cómo nos sentimos, de cómo vemos el mundo) en medio de la conversación. Si queremos saber, tenemos que explicar nuestras preocupaciones, las nuestras como padres que también tienen una vida. He oído a adolescentes quejarse de ser simples muebles a los que se interroga, y sus motivos eran tan elementales como no ser informados de que se iba a cambiar la lavadora. Se sienten mucho más escuchados si explicamos alguna de nuestras preocupaciones como profesionales sobre determinadas cuestiones de los jóvenes o sobre las dificultades para saber qué tenemos que hacer, cómo actuar. Responden mucho más cuando se dedican a tranquilizarnos, a darnos su visión, cuando sienten que compartimos información, ideas, preocupaciones.
4. A menudo se trata de deducir sin preguntar, aunque sea de forma parcial, incompleta. Es muy elemental, por ejemplo, llegar a la conclusión de que alguien paga lo que hacen cuando salen, ya que el hijo solo tiene el dinero que le damos. Como hemos aprendido a descubrir bajo las apariencias y no nos dejamos arrastrar ni por los silencios ni por los dramas, tratamos de adivinar qué hay detrás sin recurrir a las preguntas. Sin embargo, cuidado con las interpretaciones. Tenemos que hacerlo con normalidad. En casa, sin ver el problema antes de tiempo. En la escuela o en la consulta, sin querer aplicar antes de tiempo alguna de nuestras teorías sobre la adolescencia.
5. Tienden a hablar en perifrástica, hablan de otro para hablar de ellos mismos y saber indirectamente cuál será nuestra reacción, qué opinamos, cómo deberían actuar. Nosotros también tenemos que hacer lo mismo: preguntar lo que queremos saber, pero refiriéndonos a otra persona, a otros miembros del grupo, a otros grupos.
No es necesario preguntar si fuman porros. Basta con preguntar qué hacen sus amigos. Ellos y nosotros hablamos de otras personas, pero los dos sabemos que nos referimos a nosotros.
6. No hay que hacer trampas. En algunos casos es mucho más fácil dejar de jugar a preguntas y respuestas, ser sinceros y expresar nuestra preocupación. No sabemos si es así o no, pero asumimos que somos padres angustiados y que nos gustaría ser desmentidos por el hijo. Demostrar que las preguntas responden a preocupaciones honestas por su felicidad. En otros espacios, los profesionales deben explicar por qué les preocupa un tema, una actuación, un comportamiento, sin caer en argumentos de futuro lejano: «Me preocupo por tu sexualidad porque no me gusta que te pierdas los besos o las caricias, o porque no puedo aceptar que no respetes la libertad de tu pareja».
7. No acusarlos. No vale la pena intentar aclarar qué ha pasado haciéndolos responsables de haberlo hecho, poniendo la culpa por delante. No confundamos la responsabilidad con el hecho de asumir de entrada la culpabilidad.
Solo tenemos una situación que como padres desearíamos aclarar. Como profesionales no planteamos una propuesta de ayuda obligándolos a que reconozcan que tienen un problema. Ya surgirá cuando la relación esté construida. De momento, es posible que el único problema que tengan sea que alguien los ha obligado a acudir a nuestro recurso de atención. Lo que es seguro es que existe sufrimiento y que, tal vez, con la relación podremos descubrir qué lo está provocando.
8. Como la principal forma de saber qué pasa en sus vidas consiste en observar, compartir espacios, escuchar, no tiene mucho sentido querer saberlo todo de golpe. Siempre hay que esperar para saber más. En una consulta, en una sesión de tutoría, no funciona eso de hacer una larga lista de preguntas para intentar diagnosticar y saber qué pasa. Para poder preguntar en condiciones hay que estar a su lado en la vida cotidiana. Jugando un partido o haciendo una excursión tendremos muchas más oportunidades de saber y, si es preciso, de preguntar, que haciendo interrogatorios de despacho. Más de una vez, algún adolescente con el que discutía sobre cómo desmontar un motor en el taller de mecánica del instituto ha acabado preguntándome si yo era psicólogo o mecánico.
Llevándolos en coche al entrenamiento y pidiendo que nos dejen escuchar alguna de las canciones que suenan en sus cascos es posible que suelten información útil, que pregunten o que se dejen preguntar.
En muchas ocasiones tenemos que esperar para saber, pero debemos crear las condiciones de relación para que lleguen a hablar realmente.
9. A veces se trata de dejarse engañar. «Dejarse», que significa hacerlo de manera activa y consciente. Los engaños solo funcionan cuando nosotros estamos en la inopia, porque ni miramos ni vemos. La mayoría de las veces no explican mentiras, sino discursos que elaboran para intentar dar explicaciones a complicaciones de las que no saben cómo salir. Poco a poco descubriremos sus contradicciones y, sin acusaciones, aclararemos las cosas. Pero no podemos tomárnoslo ni como falta de confianza ni como voluntad de engañarnos (en general; en algunos casos muy particulares, sí).
10. Toda entrevista con un adolescente debe basarse en la construcción de una confianza mutua, y no se puede dejar de guardar la confidencialidad. Los padres no podemos pretender saberlo todo, y, por más complicada que sea una situación adolescente, tenemos que intentar garantizar que nuestro hijo tenga a su alcance un adulto en el que pueda confiar (que, en todo caso, tratará de convencerle para que explique en casa lo que le preocupa).
Un adolescente tiene que estar seguro de que puede confiar en el adulto que le ayuda. Una variante de la cuestión de la confidencialidad podemos situarla en la necesidad de «olvidar».
Con frecuencia, en momentos débiles, necesitados de escucha, nos explican aspectos singulares de su vida. Debemos tener cuidado de no utilizar la información a posteriori. Ellos y ellas saben que nosotros sabemos, pero volvemos a demostrar plena confianza. Conocemos, por ejemplo, las dificultades que tuvo un día que se emborrachó porque hablamos del alcohol un lunes de resaca, pero no se lo recordaremos cuando, más adelante, volvamos a hablar del control de sus salidas, que se basa en su supuesta fortaleza.
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