Anna Vives, la niña de la letra preciosa que puso de rodillas a Artur Mas

No andaba desacertado Mas esta vez. Al fin y al cabo, él sólo es un político de tantos. Anna Vives a sus 28 años (26 cuando puso de rodillas al presidente) ha demostrado que un síndrome de Down bastante severo se supera, o por lo menos se capea, con coraje, determinación, alegría y el trabajo en equipo de una familia ejemplar. Anna tiene dos hermanos trillizos (sin el síndrome), Pau y Marta, y un hermano mayor, Marc, de 33 años, que va con ella a todas partes. Hay que ir a muchas porque Anna es noticia por un montón de cosas: por haber creado una tipografía propia, una encantadora familia de letras que se ha visto en las camisetas del Barça y en el casco del piloto Jorge Lorenzo, quien roció a Anna de arriba abajo con cava para celebrar una victoria que consideraba conjunta. Ahora acaba de publicar en Planeta el libro «Si crees en mí te sorprenderé» , presentado este lunes en Madrid por Vicente del Bosque.

Nada más acercarse a los Vives una nota que saltan chispas de cariño. Esto es un motor familiar a reacción, una máquina de quererse y de lograr cosas. Tan interiorizado tienen que aquí no hay discapacidades, sino capacidades distintas, que cuando le confieso a Anna Vives que la admiro mucho porque mi caligrafía y mi letra son horrorosas, que si no llegan a inventarse a tiempo los ordenadores yo me habría visto en más de un apuro, Anna se ríe a carcajadas. Y su hermano se lanza a animarme: «¡Pues igual a alguien le gusta tu letra o se da cuenta de que tienes otras cualidades, todos tenemos cosas buenas!». ¿Dónde venden hermanos así? Me llevo media docena.

Y en cambio el mismo Marc admite que cuando era pequeño y descubrió que su hermana era Down, al principio trató de llevarlo casi a escondidas. «Íbamos todos los hermanos al mismo colegio, y Anna era distinta a los demás, y te hablo de hace años, cuando a estos niños aún les llamaban mongólicos y subnormales y la gente se cambiaba de acera para no verles… Yo tenía miedo de que otros niños no quisieran ser amigos por tener una hermana así, de que me despreciaran por eso». Todo cambió a medida que la sociedad evolucionaba y que el mismo Marc crecía y aprendía a confiar más en sí mismo. O sea, ¿que ser hermano de Anna le ha hecho mejor persona? «¡Por supuesto!», contesta entusiasta, «¡y mucho más famoso, yo y toda la familia!».

Todos trabajan para apoyar a Anna y ayudarla a alcanzar el máximo grado de independencia posible. La regañan si hay que regañarla —“cuando hago cosas malas”, explica ella, por ejemplo no querer caminar más deprisa o no querer caminar en absoluto— y la elogian por lo que la tienen que elogiar, por ejemplo, su memoria fabulosa y un sentido del orden que hace que tenga siempre su habitación muy recogidita y como una patena. «El orden les da seguridad, les desestabilizan los cambios bruscos», vuelve a terciar Marc, «por eso a veces las empresas no tienen paciencia con ellos, esperan rendimientos inmediatos, no les dan tiempo de asimilar una rutina que, en cuanto la asimilan, la cumplen a rajatabla y con mayor seriedad que mucha gente». Doy fe. Mientras hablamos, Anna firma su libro para mí. Le he dicho que ponga simplemente su nombre (el nuestro) y que me dibuje un corazón. Se lo toma al pie de la letra y me dibuja un corazón, corazón, con aurículas y ventrículos y todo. Impresionante.

Es tal el éxito de Anna Vives y de su familia que nos obliga a preguntar qué piensan ellos de la interrupción voluntaria del embarazo (es decir, del aborto) en estos casos. Los Vives sabían con antelación que Anna sería Down y decidieron sacarla adelante «y en una época mucho peor que la actual», subraya Marc. A la vez insiste en que es una decisión muy personal que a nadie puede imponerse, que hay que ser libre para elegir. Critica en cambio que el actual presupuesto haya recortado «¡en un 48 por ciento!» las ayudas a la dependencia, «eso significa que muchas necesidades no se podrán cubrir, en resumen, socialmente muy bien, yo veo cada vez mejor y más integrado al colectivo de los Down, pero políticamente y empresarialmente, se podría hacer un poco más».

La crisis no debe ser nunca una excusa para soltar lastre, para dejar atrás a los distintos, insiste. «Una sociedad es inclusiva o no es sociedad, además es bueno que no todos seamos iguales; si todos condujéramos un Ferrari y fuéramos unos chulos, ¿qué gracia tendría?», remacha. Pues tiene toda la razón: ninguna.